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ESPECIAL |
Pereira, Colombia -Edición: 12.878 - 458 Fecha: Martes 01 - 02 -2022 |
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Camino a la IndiaJotamario Arbeláez
He venido para conseguir del polvo la purificación de todo lo que ha pasado… He venido con ojos llorosos, para que mis ojos puedan contemplar el paraíso… Yalal al-Din Rumi- Y sábelo: el alma que ha encontrado a Dios se libra del renacimiento y de la muerte, de la vejez y del dolor, y bebe el agua de la inmortalidad. Baghavad Gita
Foto Stella Dupuy
He venido a la India a dejar la carne, para regresar a Colombia espíritu puro. No comprende arrojar el sexo, que es el pararrayos de la sublime energía. Energía desatada que conduce a la iluminación mediante el disfrute, cuando, si se sigue el Sendero de la Mano Izquierda del tantra, el lingha es coronado por el yoni de la cabeza a los pies. Veré de comprobarlo vestido de Cielo como el mundo me recibiera, ante las esculturas divinamente obscenas en los templos de Khajuraho, ordenadas por los reyes Chandella para favorecer sus cortesanas excitaciones nocturnas, al pasar de sus antorchas al son del timbal y la flauta karnáticas. He venido a caminar sobre el Ganges bajo el brillo de la luna nueva de los santos con mis sandalias de suela de llanta en tanto le voy espolvoreando arroz como si fueran mis cenizas anticipadas y pronuncio profundamente el Ommm que impedirá que me hunda, ese mantra que mantiene unidos, guardando sus enormes distancias, los átomos del cielo y la tierra.
He venido en mi calidad de Hijo del Cielo en busca del soma, elíxir de la inmortalidad del que Kali me tiene destinada una copa que me salve de pender de su cuello, para seguir inspeccionando los universos de Indra, el que lleva el cielo como diadema, en pleno samadhi. He venido en busca del yac al que el poeta Allen Gisberg le lavó las pelotas a la orilla del río sagrado para terminar de purificarse después de lavarse él mismo. Como se purificó también su amante mancebo, el poeta beatnik Peter Orlowsky, quien era el que le pasaba los estropajos enjabonados mientras declamaba en voz alta el poema Kaddish. He venido al país legendario de los tres poetas místicos que apaciguaron mi adolescencia inarmónica: Kabir, el hacendoso, quien fuera perseguido por autoridades civiles y religiosas acusado de divinizarse y a su muerte decenas de millones de fieles se congregaron a sus pies; Kabir dice: “No estoy en el templo ni en la mezquita, / ni en el santuario de La Meca, / ni en la morada de las divinidades hindúes / No estoy en los ritos y las ceremonias; / ni en el ascetismo y sus renunciaciones. / Si me buscas de veras me verás enseguida; y llegará el momento en que me encuentres”. Mira Bai, la del pie sagrado, quien se sentía en tal forma desposada con Krishna, que éste solía abandonar su estructura de ídolo para bailar con ella; Mira Bai dice: “Soy una mujer indefensa, / No tengo virtudes: / tú las has usurpado todas / como el océano. / Melodía de mi corazón, / ayúdame a cruzar este mundo. / Protector del rey de los elefantes, / ofrece tu consuelo al débil. / ¿Adónde puedo ir? / Rescata mi honor. / Soy tuya. / No hay nadie más para mí.” Guru Nanak, el conciliador, quien para evitar que sus seguidores musulmanes lo enterraran, o sus seguidores hindúes lo incineraran, a su muerte desapareció debajo del manto dejando en su no me abandones. / Eres mi fuerza, mi diadema. lugar un ramo de flores; Guru Nanak dice: “Este mundo es nuestro lugar de juegos / donde realizamos nuestras buenas y malas acciones¸ / cuando éstas hayan terminado, / unos se
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sentarán a su lado para siempre / y otros se perderán en reencarnaciones sin fin. / ¡Oh Nanak! / La hora de los que te han adorado ha concluido; / sus caras rebosan de luz.”; de Amaru, poeta de la clase de los orfebres del siglo VII, desceñidor de cadenillas en la cintura, y de Rabindranath Tagore, el venerable primer Nóbel asiático, quien dará cobijo a mis pordioseros poemas, mis poemas caleños en su casatemplo de Calicuta, ciudad consagrada a la diosa Kali. He venido a ver cómo hizo el poeta Jorge Zalamea en Benarés para que formara corro en torno de él tanto humilde baldado a escucharle —dándole las anchas espaldas al río, mientras la audiencia crecía— la algarabía de su soberbio Sueño de las escalinatas, haciendo el reclamo por esos condenados de la tierra que no se estaban quejando ni de su pobreza ni de sus llagas, que eran los privilegios de sus humildes castas asumidas con el honor de su trascendental ascendencia. Y he venido a estrechar la mano derecha del poeta indio Sundeep Sen, ganador del Concurso de Poesía Jorge Zalamea. He venido a inclinar la cabeza ante el aletear de los poemas de William Ospina y Ramón Cote por los recintos académicos donde palpitan el sáscrito, el indi y el bengalí, a presenciar el lanzamiento indostánico de la antología del cuento colombiano que coció en su marmita el riguroso novelista Juan Gabriel Vásquez, autor de una biografía interpuesta de Joseph Conrad, y a vibrar en los conciertos del grupo musical Chocquibtown, de Quibdo, Chocó, quienes pondrán a bailar a los académicos rigurosos con “ese pescao envenao, ese no lo como yo”. Todo obedeciendo a la invitación sultanesca del embajador Juan Alfredo Pinto —a quien Dios guarde de los demonios de la difamación y la infamia—, a instancias de su consejero cultural el novelista Santiago Gamboa, quien como tuvo el pálpito de convocar a los poetas colombianos premiados internacionalmente el último año, de rebote fue recientemente galardonado por su novela Necrópolis.. He venido a hacer las paces con el alma grande de Gandhi, porque a mi belicoso ángel de la guarda la no violencia le quedó grande como la túnica blanca algo percudida con la que entró el mahatma en el Palacio de Saint James a tramitar la independencia india, la misma pieza de tela burda que usó cuando fue recibido por el puro vomitivo de Churchill con el atroz comentario de qué “¿Desde cuándo dejan entrar mendigos al Parlamento?”
Siguiendo la flecha en blanco de Renata Durán, poeta entre las poetas que han inhalado la India me encontraré con alguien que ha casi alcanzado el nivel de deva, Teli Dupuis, consagrada a dar brillo a las un tanto misteriosas Yoguinis, pues arribo al único país donde su mitología no es una ruina como la asirlo-babilónica, la fenicia, la griega, la romana, la escandinava, la africana y las mitologías oceánicas. Sus 330 millones de dioses y diosas están vivos en sus diarios rituales, en sus templos votivos donde no se adora una imagen que esté astillada y en el corazón de 1.400 millones de creyentes en 400 lenguas, practicantes de ceremonias encontradas pero de fervor indomable.
He venido en pos de las huellas del santo Issa, ahora que no sólo creo en Jesucristo sino que entre los 13 y los 20 años estuvo entre brahamanes y budistas en la India y los Himalayas, donde se familiarizó con los Vedas y el Tripitaka, aprendió a enseñar, a curar y a realizar exorcismos, lo que le concedió patente para redentor del mundo y sólo regresó a Palestina a los 30 años para dar comienzo a su vida pública que terminaría en el patíbulo. No he venido en busca de maestros perfectos, que de esos he comido mucho conocimiento chatarra en los hoteles de mi país, ni a aprender a enrollarme el turbante sick de los seguidores de La Sabiduría del Maestro, ni a escampar en un ashram para hacerme un soplo con barbas, ni a gestionar una beca en el lamasterio, ni a graduarme de maestro en tantrismo para estimular ‘la joya del instante’ de multimillonarias excéntricas en casinos de cinco estrellas. Ni he venido a investigar cómo van mis encarnaciones en la cadena del samsara, ni a ver de convertirme en bonzo ni en mullah.
He venido a la India a predicar como un bodhisattva en bluyines y gafas Zen de occidente –utilizando como medio esa ilusión que son los poemas–, entre los intocables y entre los que nada pueden tocar, el nadaísmo que es maya, la |
metafísica de lo intrascendente, la apoteosis de lo accesorio, lujo de lo superfluo, lo ínfimo sumo, lo innecesario imprescindible, la valoración de lo vano. He venido a arrojarme, más peregrino que turista, santón american express si se me permite el oxímoron, a las patas del tigre de Bengala y del tapir malayo, del jabalí callejero y de la oveja feroz, del ratón arborícola y del cerdo pigmeo, del búfalo salvaje y del elefante Ganesh, para entrar en el estado de deleite, bienaventuranza y éxtasis espiritual de Ananda. Si habiendo hecho de mi vida –en el doble Occidente que me fue dado por la tierra y por mi país– un Tibet del Snob, a instancias de Tackeray y del Baudelaire de Benjamin quien pensaba que el snob era al arte lo que el dandy a la moda, he sentido la desesperanza rondándome por el cuerpo, ¿qué no me será dado ahora que he venido a arrojar los residuos de mi snobismo con todo y mis trajes de marca y mi cuerpo que es donde menos existencia hay de mí al pie de las faldas del Tibet milenario ocupado por la gigante China. He venido, no con el sombrero corcho, los pantalones cortos de dril, los zapatos negros con medias a media pierna y los prismáticos del depredador inglés dispuesto a apoyar el pie sobre el palanquín hacia el paquidermo inmóvil con la frente remachada de plata y piedras preciosas, sino a acceder al carro de Krishna, que no habrá de ser ya el conducido por Ardjuna con mano diestra sino un humilde rickshau cuyo hombre–caballo me conduzca por las calles de Calcuta al templo de la diosa Kali mientras veo correr por el sudor de las espaldas del hombre–caballo las líneas inmortales del Bagavad Gita. Ya me advirtieron que cuando haga mi ingreso en el palaciego hotel de Orcca, me estará recibiendo en el patio una danzarina de Kathakali que me hará señas para que me siente a su vera y me concentre en los movimientos de sus pies y de sus manos y de sus ojos que los seis bailan, pero que me cuide bien de invitarla a mis aposentos a que me haga la danza de los siete velos porque en el séptimo descubriré que es un doncel, y puedo sucumbir a su encanto. He venido a recoger la guitarra que dejó olvidada John Lennon en Rishkesh, al pie de los Himalayas, en el ashram del Maharishi Mahesh Yogui, prototipo el gurú que adoran en Occidente, cuando decidieron los Beatles aprender la meditación trascendental y alejarse de las drogas y viajaron a la India con sus mujeres, y resultó que el propio Maharishi, discípulo amado de Krashnamurti, terminó armándoles los baretos y arrastrándole el ala a las londinenses mientras los músicos sagrados meditaban trascendentales, tal vez pensando que el maestro era otro viejo verde fruto del árbol de la sabiduría. He venido a visitar sin zapatos palacios y mezquitas y minaretes, alminares y fuertes y mausoleos, observatorios y samadhis y templos muertos y vivos, y a encomendarme a sus dioses, si una nueva Claudia improbable no se me atraviesa con su sari naranja y su tilak entre las cejas en el Taj Mahal. Porque tengo presente el poema de Amaru: "¡Que por siempre te proteja / el rostro de tu esbelta amada, / ese rostro / que, en el momento del placer, en posición contraria, / tiene en desorden sus agitados bucles, / temblorosos sus aretes, / casi borrado el tilak de su frente / por las finas gotas de sudor / y llenos de languidez los ojos / al terminar vuestros juegos amorosos! / ¿Para qué invocar a Vishnu, a Shiva, a Brama / y a los otros dioses?" He venido a pulsar si fui tocado por el fuego de Agni en el prólogo del santísimo Kamasutra, que elaboré con el kundalini en el pico para la edición hecha por dos guerrilleros desmovilizados. Y a forzar, bajo el árbol de Budha, el satori que me permita la puntada final al poema Zen y santidad, que desde hace 45 años busco afanosamente.
La azafata locuta en francés e hindi que nos abrochemos los cinturones porque el destino ha llegado a nosotros. Y, a salvo de las risas del relámpago, está a punto de descender como la carroza de caballos blancos de Soma en el aeropuerto Indira Gandhi de Nueva Delhi la nave de Air France que también es maya.
Para qué he de menester la Poesía si he de negar a Dios. Para qué he de llegar a la India en un corro de poetas si me le escurro al Espíritu. Para qué voy a meter mis pies en el Ganges si voy a continuar con los mismos zapatos transitorios y con el mismo razonar lógico que me tallan en cuerpo y atman. Sean conmigo por siempre las luces de Bengala y el Camino de los Reyes de Nueva Dehli.
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