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COLUMNISTA |
Pereira, Colombia -Edición: 12.882 - 462 Fecha: Jueves 10 - 02 -2022 |
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Los ídolos idos
Por: Jotamario Arbeláez
Hace 45 años murió Gonzalo Arango, de 45. De 45 murieron también Amílcar Osorio y Darío Lemos, fundador e integrantes de ese movimiento ilusorio que se denominó Nadaísmo y que no ha periclitado luego de 64 años porque como nunca se definió -así se quejaran los camaradas y los editores de diccionarios-, nadie supo qué era ni adónde iba. Tal astucia lo salvó de la quiebra de las ideologías. Los que quedamos andamos por la ochentena y cada vez que nos sentamos a la mesa pensamos en esa cena inconmensurable de la que el doliente de Dariolemos hablaba.
A los 80 y 1 piquitos de mi existencia, consagrada desde los 18 al cultivo del espíritu filosófico nádico, esa especie de alquimia que nos permitió transustanciar nuestras cagadas literarias en oro puro, en mi retiro de las montañas azules me siento sobre la llamada piedra del cansancio, acompañado de mis dos caninos carnívoros, Dina y León, a remembrar esa aventura de muchachos desnivelados y rebeldes sin cauce que los jóvenes de ahora celebran en Colombia y el mundo bajo el nombre de La Internacional Nadaísta/Nadaísmo en Todaspartes, comandada desde New York por Michael Smith con su archivo de los tesoros,
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cuya novena versión acaba de celebrarse en el Eje Cafetero dirigida por Wahider Cardona, y en Santa Elena de Medellín por Andrés Uribe Botero y Sarah Beatriz. Y Fabián Paz y Manuel Moreno preparan las de Cali y Bucaramanga. Con videos de celebración a la vida y la obra de los inmortales amorales caídos y con lecturas de jóvenes seguidores o perseguidos por “el inventico”, por el que desde un principio nadie apostaba un centavo de trascendencia. Nos tocaba cantar derrota.
Qué pandilla formamos alrededor del Profeta Gonzaloarango y su carnal Amílcar Osorio, con epicentros en Medellín y Cali, como después nos imitarían bergantes más industriosos. Qué opulencia la de nuestros flacos espíritus al estar contra todo, contra todas las creencias e instituciones por puro instinto, así no tuviéramos sobre qué caer muertos, drogomareados o borrachos de sueño. Éramos la locura en conserva. Habíamos perdido la razón en los casinos de la Academia. Hasta contra Dios nos fuimos de bruces, con el irrefutable argumento de X-504 de que “Dios existe, pero nosotros también existimos”. Gonzalo había cometido la inocentada de gritar mirando al cielo en la isla de Providencia: “Dios no existe”. Y, según lo cuenta en sus confesiones, había recibido como respuesta: “¡Ok, Gonzalo, con eso basta!”. X le corrigió que “con eso basta” sobraba. Media hora después le aparecería Angelita, caminante descalza del eterno retorno, quien le pondría en las sandalias del pescador.
Con cada uno de estos discípulos del evangelio de la nueva oscuridad anduve largos y cortos trechos, buscando con nuestras conversas que los atajos fueran más largos. Algunas oraciones gramaticales de mis ídolos idos me quedaron talladas en el corazón de piedra: “Pateamos la piedra tumbal y resucitamos. Llegó la hora de bautizar la tierra con una nueva barbarie purificadora”, Gonzalo;
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“Somos santos un poco extraños que por boca de hombres profetizan la oscuridad nueva”, Amílkar; “Ya tengo mi silla de ruedas. Y ya tengo mi gangrena”, Darío Lemos; “Haz el ridículo, pero hazlo bien hecho”, Elmo Valencia; “Qué va a saber el reloj en qué horas anda uno”, Humberto Navarro; “, “Éramos el más oscuro yacimiento de palabras, agua podrida de cualquier florero”, Alberto Escobar; “Dios es grande como King Kong”, el Gigoló de los dioses; “La vida resplandece hasta que se va”, María de las Estrellas; “A un joven que escribe poemas hay que tenerle lástima. A un viejo que escribe poemas hay que tenerle miedo”, Jaime Jaramillo Escobar; “Éramos inmortales y todos teníamos absoluta fe en el triunfo. ¿Acaso Jesucristo y Fidel no empezaron las suyas con doce?”, Jaime Espinel.
Como se ve, los nadaístas hubiésemos podido ser más famosos que Jesucristo y los Beatles juntos, pero no tuvimos los recursos del primero ni el desprendimiento de los segundos. Ahora, en vez de cantar u orar, bendecimos.
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