|
10 |- |
Columnista |
Pereira, Colombia -Edición: 12.894 - 474 Fecha: Jueves 10 - 03 -2022 |
|
|
|
|||
|
¡Ayjuemáquina! En el apogeo de X-504
Jotamario Arbeláez
Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Escobar, Elmo Valencia en 2008
Después de haber conocido a Gonzaloarango y de haber sido ungido por él, a los 18 años uno sabía lo que tenía que decir –y de qué manera– para enderezar este mundo, o para terminar de torcerlo, antes de que, producto de una falsa alarma de ataque, nos cayera encima la bomba atómica de la guerra fría, ya fuera de este u oeste. “Que un gigantesco hongo atómico cubra la tierra en la que fuimos indignos de vivir, y que el suicido universal sea el precio que paguemos por Laos, por Cuba, o por un negro fuerte del Congo”, así hablaba de la nueva oscuridad el profeta. Después de dejar fundado el Nadaísmo de Cali, en el Café de los Turcos, en ceremonia exotérica (“Vamos a destruir con alegría lo que nos impide vivir con honradez”) regresó a Medellín, donde convivía con una Monja, como Lutero, aunque la suya era gringa y nada ordenada. Aún los veo entre tantos, Diego León Giraldo, quien le puso el pecho a los tanques que mandaron para aplastarnos, Alfredo Sánchez que era masón, Pacho Mora que era piloto, Dukardo H que estaba enamorado de Marilyn, Jaime Jaramillo Escobar de quien seguiremos hablando y otros que no menciono porque fueron sacando el culo cuando se sospechó que se trataba de una parranda de maricones, o tragándose la lengua cuando comenzaron a acusarnos de conformar una pandilla de terroristas verbales. Lo que nos faltaba era máquina de escribir, ese sofisticado instrumento mecánico que convertía el pensamiento inasible en auténticas bombas de tiempo en forma de manifiestos. “Hay que salvar el país con máquinas robadas”, nos escribía desde Medellín Dariolemos a mano alzada, mano que él necesitaba para otras actividades. Y más tarde: “Mis poemas, poetas, nada que se pasan a máquina. Tendré que robar una”. Cartas que Alfredo Sánchez publicó en el suplemento Esquirla. El poeta Jaime Jaramillo Escobar, quien había estudiado con el Profeta en el liceo Juan de Dios Uribe, de Andes, y con él se había bañado desnudo en el río San Juan mientras leían a Platón, a escondidas de doña Nena y de doña Amalia, vivía en Cali cuando éste llegó a proclamar su zaratustro-kafkiano evangelio apócrifo que denominó Nadaísmo. Gonzalo nos impuso las órdenes de la misión que era poco menos que acabar con todo lo que se venía interponiendo en la consecución del reino del hombre nuevo. Establecimos entonces una tripleta con el poeta Elmo Valencia, que acababa de regresar de USA, dueño de una expresión literaria desconcertante adquirida de su vinculación con los beatniks y aplicada en su Ciudad de los gatos. Jaramillo laboraba en la Administración de Hacienda –el nadaísmo estaba contra el trabajo–, manejando unas computadoras gigantes de la IBM para controlar evasores. Pagaba sus impuestos cumplidamente, se bañaba todos los días, usaba trajes correctos, daba los tres golpes sacramentales con la cuchara, no bebía ni fumaba, no hacía vida social, andaba bien peluqueado, vivía solo, adoraba a Carlo Coccioli, los domingos se iba a nadar a la piscina olímpica con los muchachitos de Palmira y en la noche a la lucha libre con algún recluta del batallón Pichincha. Había abrazado el nadaísmo sin mayor entusiasmo, más que todo para ser consecuente con la amistad de su admirado condiscípulo nadador, pero sin participar del bullicio.
Aventuro que para despelucar su buena conciencia, se tomaba el trabajo de editar una hoja mimeografiada llena de veneno contra la burguesía, incluso con citas de Marx, con el marbete de El Alacrán, y salía a medianoche con sus pantaloncitos forrados a repartirla por debajo de la puerta de los privilegiados durmientes, corriendo el riesgo de que lo mordieran sus perros o lo molieran a palos los vigilantes.
|
Para evitar ser identificado, lo que le acarrearía problemas laborales, dado que el nadaísmo por entonces producía más miedo que admiración o repulsa, decidió comenzar a firmar sus producciones literarias para la prensa como X-504.549, que era el número de su cédula. Le aconsejé que, en son de la brevedad y de la prudencia, le suprimiera tres dígitos, con lo cual quedaría además a salvo de los sabuesos de la registraduría. Habitaba en el quinto piso del Edificio Torres y Torres y había adquirido por cuotas una máquina Underwood Estudio 44 con la que comenzó a transformar sus Poemas de la envidia, que así se llamaba la obra que había venido tejiendo desde cuando se desempeñaba como inspector de policía, en Altamira, mucho antes del nadaísmo, influenciada por una pila de líricos persas (recuerdo en su biblioteca El Rubaiyyat de Omar Jayam y los Gazales de Hafiz), al lado de José y sus hermanos, La montaña mágica y Muerte en Venecia, de Thomas Mann; El lobo estepario, Demian y Juego de abalorios, de Herman Hesse; América, El proceso, La muralla china y La colonia penitenciaria, de Kafka; Los evangelios apócrifos, de algún espíritu santo chimbo pero igualmente iluminador, y los casos más impresionantes de parapatías tratadas por el doctor Steckel, que aún conservo.
Elmo Valencia, Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Jotamario, 1960. Así fueron surgiendo Los poemas de la ofensa, que desde que ganó nuestro premio Cassius Clay (“Queremos expresarnos como Cassius Clay en el Madison Square Garden, es decir, a golpes, para que la gente nos entienda y nos ame”, expresaba nuestra papelería) se constituiría en el libro señero de la poesía colombiana y yo soñaba que universal algún día. Como el Poe –así le llamaba Gonzalo–, trabajaba ocho horas o más en una oficina del Palacio Nacional, en el Parque de Caycedo, nos prestaba la llave de su apartamento para que alternativamente hiciéramos uso de su máquina de escribir para maquinar. Para mí era un júbilo ingresar al modesto pero impecable recinto, bien barrido y trapeado, la cama bien tendida, todo en su orden, con la excepción de un goteo que se presentó en la ducha, que a él le impedía el sueño y a nosotros la concentración. Después de tratar en balde de contrarrestar el desperfecto con una llave inglesa que se consiguió, se rindió y mandó a un plomero mientras nosotros no estábamos y éste en un dos por tres le solucionó el problema reemplazando el empaque de la canilla.
En el apartamento del habitante del quinto piso escribí, comenzando el 60, Santa Librada College, para cobrar la afrenta que me había hecho el colegio al escamotearme el diploma –diatriba por la que años después me otorgarían el honoris causa–, los poemas de Zona de tolerancia y los cuentos para los suplementos capitalinos, donde nos daban cabida preferencial.
El hecho es que, cada vez que me sentaba a la máquina, encontraba al lado derecho un ordenado montículo con sus crecientes composiciones, Conversación con WW, Mamagrande, Diario de la fiebre, Visita de la ballena a X-504, De cómo me convertí en monstruo, Aviso a los moribundos, lo que me hacía pensar que usurpaba el puesto y el instrumento al mejor poeta del mundo que refundábamos.
Era un cruce de Whitman con Lautréamont, y William Blake entre ellos, evidenciando el matrimonio del cielo y el infierno. Walt le abría el camino del verso amplio, caudaloso, opulento, a diferencia de los versos estíticos de nuestros contemporáneos, Lautréamont le inoculaba sus gotas de amargo veneno y Blake le develaba los antros celestes. Pero se notaba la intromisión en su alma de un incipiente monstruo, sin lugar a dudas de la estirpe de Maldoror, ese era el tal X-504, vencedor de la ballena, que llegaba a invadir el aire con una “extraña maldad”, de la cual un monstruo enemigo –a quien nunca identifiqué– se encargaba de “proteger al mundo”, manteniéndolo encadenado.
|
En las ediciones actuales de Poemas de la ofensa esta situación queda apenas sugerida –merced al sempiterno y riguroso pulimento de los textos–, en el Ciclo V, La revelación del alma, que protagoniza el que se convirtió en monstruo en su cueva y no puede pensar en nadie “sin que empiecen a crecerle colmillos puntiagudos”. Pero se hizo expreso en un libro cuyos originales poseo, inédito por más de medio siglo –mientras termina de pulirlo–, que en principio llamaba Memorias de X-504, y cuando clausuró el seudónimo transformó en Memoria del limbo, como segunda parte de su libro de narraciones bizarras, Entrepiernas, que también en principio pensó titular El monstruo de los mangones, para escándalo del profeta y de los posibles editores atónitos, en referencia al asesino serial y pedófilo que acabó con decenas de gamines con una aguja clavada en el corazón.
Digo yo, que este ciudadano ejemplar y de perfecto comportamiento que todos los domingos se cortaba las uñas de las manos y de los pies y nos facilitaba generoso su máquina de escribir, soportaba en la cueva del corazón un endriago que él encubría, y que logró conjurar poniéndolo a escribir desnudo versos para desmoralizar a la Muerte, hasta que se fuera disolviendo en el olvido de sí mismo y de su maldad sin usar. A pesar de que la máquina refulgía, cada vez que nos enfrentábamos a ella le limpiábamos las huellas digitales de las teclas con un trapito, para que ellas vibraran impolutas al impacto de cada quién. Además, por delicadeza, cada uno empleaba su propia cinta. Elmo le extrajo a esa máquina –porque eso es lo que hace el poeta–, además de todos sus cuentos de estética nadaísta, Extraña visión, alucinada panorámica sobre Nueva York que casi no acaba (“N.Y. es la mujer que tiene las piernas más largas y flacas del mundo”) y que cuando publicó en Lecturas Dominicales, ilustrada por Malmgren Restrepo, despertó una conmoción de la que aun no nos reponemos.
Cuando a la caída de la tarde regresaba el Poe a sus aposentos y nos encontraba entregados a nuestro pergeñar de posesos, tomaba las cuartillas frescas entre sus manos recién lavadas y la emprendía a carcajada batiente, no sabíamos si en son de celebrar nuestro ingenio o en plan de burla por eventuales desaguisados. Con sucesivas tandas de café tinto celebrábamos los frutos de la máquina talentosa, y en ocasiones se decidía a invitarnos a cenar a un restaurante modesto enfrente de la puerta de Urgencias del Hospital de San Juan de Dios, ese mismo donde el hombre hirsuto que describiría en un poema llegó a decirnos: “Conque comiendo, eh! Me alegro, me alegro.” A veces llegábamos los sábados o domingos en son de terminar un texto en bosquejo; él nos abría la puerta rigurosamente desnudo –por algo estaba de asueto en su ámbito–, nos preparaba, colaba y servía su tinto ritual, y nos advertía que los fines de semana la máquina para escribir era toda suya.
Tenía razón. Qué descaro. Un sábado estaba con El Monje Loco –como Gonzalo llamaba a Elmo–, tomando el insípido tinto del Café Colombia cuando llegó el Poe cariacontecido y se sentó entre nosotros. ¿Qué escribiste hoy, Poe?, le preguntamos. Una tragedia –tajante. ¿Y cómo se llama?, inquirimos. ¡La máquina de escribir! ¿Como La máquina de sumar, de Elmer Rice?, le dije para lucirme. Se paró de la mesa con el rostro alterado y gritó por primera vez en la vida, mirándonos a los ojos y con una intensidad que hizo que detuvieran su marcha las bolas de los billares: ¡Se robaron la máquina de escribir! Ayjuemáquina. Quedamos fríos. El Monje y yo nos interrogamos con la mirada. Hasta aquí llegó nuestra obra escrita, pensamos. Nos acordamos del anuncio de Dariolemos, quien había venido a visitarnos por unos días. Y nos dolió que el Poe sospechara de nosotros.
Han pasado de ese día aciago cincuenta y dos años y tres meses. Aunque el Café Colombia lo derruyeron, como el Café de los Turcos, el nadaísmo no da señales de acabarse, pese a las bajas.
Hoy que el Poe está cumpliendo en Medellín sus 80, en medio del regocijo y de la celebración nacional por su obra que, para mí y otros miles, sigue siendo la del mejor poeta del mundo que refundamos, aprovecho para jurarle que el ladrón no fue ni Elmo ni yo. Ni siquiera Lemos. Fue el plomero.
Bogotá, 25 de Mayo de 2012
|
|
© Elimparcial.com.co | Contacto 57 6 348 6207 © 1948-2009 - 2021 - El Imparcial Editores, SAS - La idea y concepto de este periódico fue hecho en Online Periodical Format (OPF) que es un Copyright de ZahurK. Queda prohibido el uso de este formato (OPF) sin previa autorización escrita de ZahurK
|