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Columnista

 Pereira, Colombia -Edición: 12.901- 481

Fecha: Sábado 26 - 03 -2022

 

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La torre de marfil

 

Jotamario Arbeláez

 

 Si me viera de casa campestre, entregado de lleno a ordenar lo escrito en más de sesenta años y a clasificar los libros que la vida me fue ordenando y que recubren todos los muros,

en tanto libo mi nepentes con jengibre y mimo a mis perros mientras mi mujer cultiva el jardín,

¿qué diría el maestro Sartre, de quien por los 60s recibíamos el cartillazo existencialista de que estaba bien que buscáramos a toda costa ser libres -como lo habíamos conseguido mediante nuestra insolencia poética de rechazo a todos los cánones-,

pero que esa libertad era para comprometerla, y no había compromiso más plausible que el de luchar por el ser humano abusado y desprotegido?

¿Y contra quién? Pues contra los depredadores de la especie, conformados en imperios, en avasalladores terratenientes y en empresas explotadoras.

Los que en su afán expansionista y expoliador, sin respetar al desvalido ni a su propia madre tierra, terminarían por acabar con el mundo.

 

 

De entre esos por entonces destinados a escuchar el llamado no había nadie peor ni más despreciable que los llamados “evasionistas”,

los refugiados en la torre de marfil -como se refería el mordaz Sainte-Beuve a De Vigny porque no escribía como Víctor Hugo-, o cultivadores de “el arte por el arte”,

artistas y trabajadores del  intelecto que se olvidaban de la humana penuria en aras de configurar su artilugio, por lo general por entonces abstracto para mandar a la basura el realismo socialista considerado “cartel”,

o entregados como lo había denunciado el propio poeta y político conservador Guillermo Valencia, a “sacrificar un mundo para pulir un verso”.

 

Todos metimos el hombro, de una manera o la otra, en pro de “los condenados de la tierra” que nos señalaba Franz Fanon.

 

Unos con mayor valentía o menor prudencia tomaron el camino del monte, y los que

 

 

husmeábamos en realidades distintas del otro monte. El surrealismo, la patafísica y el zen nos atemperaron.

 

Pero por más huidizos que fuéramos de los fierros calientes no dejábamos de rastrillar las denuncias en los medios de comunicación que se nos abrieron.

Y así se nos fue pasando la vida sin solucionar nada, llegando a un punto álgido en el que los dueños del privilegio la están comenzando a ver pierna arriba.

Sería el momento de aprovechar para volver a gritar ¡a la carga!, incitar a la guerra para pasar a la historia como se le prometía a los combatientes de la guerra contra Troya, o por lo menos a Aquiles.

No pretendimos destruir como a Ilión la de los altos muros el establecimiento heredado que nos impedía hasta respirar, pues rechazábamos todo tipo de armas de dotación, puñaletas nucleares y saetas bacteriológicas,

pero sí descreditarlo hasta la irrisión planetaria con nuestros manifiestos ironizantes y corrompiendo con nuestra poesía a sus descendientes. Que hoy escriben como nosotros.

Escandalizamos a la parroquia en aquellos tiempos con nuestra manifiesta insolencia y ahora que todos son insolentes escandalizamos con nuestra readquirida decencia.

Ya el pacifismo se nos ha comido los huesos, como creímos que también a los izquierdista que últimamente no hacían sino predicar la paz y ahora vemos que apoyan la actitud de Putin masacrando a la población civil en Ucrania.

 

Recuerdo que por el año 2000 dicté una conferencia en la Universidad de Milán, en evento organizado por Ignacio Ramírez,

y denuncié por igual los atropellos del régimen en Colombia y los atroces excesos de la guerrilla, con lo que no conquisté ni un aplauso y en cambio si los gritos a la salida de “no queremos neutralistas”,

lo que me llenó de vergüenza, pues en la sala contigua Alfredo Molano recibía los máximo vítores exaltando la heroicidad de las Farc.

 

 

Neutralistas, abominables. Había que adoptar derrotero, lo que ahora se llama polarizarse. Y ya no estoy para ello. Lo siento mucho.

 

 

 

Así vote por el candidato llamado a cambiarlo todo, perteneciente a un antiguo movimiento que nació de un fraude electoral que denuncié en libro escrito con Elmo Valencia y presenté hace 51 años cuando el lanzamiento del Tercer Partido en la plaza de Villa de Leyva donde ahora resido. 

 

 

Entiendo que los desafíos hay que afrontarlos. Pero las guerras declaradas hay que evitarla así llevemos toda la vida metidos en ella.

No me siento cobarde, ni evadido de la trinchera. Estoy con la política del amor si llegare a implantarse, lo cual será casi imposible. Nadie estará dispuesto a dejarse amar por quien viene a revisar sus usurpaciones.

Es más, pienso que el trance podría ser terrible. Dudo que sin mortales pataleos se dejen expropiar los expropiadores. Así no se trate de ello, sino de ponerlos a que la tierra produzca o la vendan al precio por el que pagan impuestos.

 

 

 

 

Por ello he decidido de acuerdo con mis maestros perfectos entregarme por entero a mi biblioteca, ese amor de la vida que me ha colmado de placeres inenarrables, yo diría que incluso más que las mujeres y los licores, mis otras debilidades convertidas en fortalezas.

Tengo en ella por lo menos 5 mil amigos letrados en sus obras vivientes, con quienes departo los días que me quedan por abrevar, repasando por lo menos los subrayados de cada tomo.

 

En uno de los cuales escucho a Aquiles decirle a la casta sacerdotisa Briseida -¿o será en la película de Brad Pitt?- algo que no le han dicho en el templo. Que “los dioses nos envidian porque somos mortales. Porque cualquier momento puede ser el último. Todo es más hermoso porque estamos condenados a morir”. Ante lo cual se le entrega.

Condenados a morir, vaya y venga. Por lo menos preferible a una eternidad arrugados como los dioses.

Aquí estoy en mi torre de marfil con piso de mármol. Quién lo creyera. Ojalá que no me la expropien. 

 

La montaña mágica, marzo 22-22

 

 
 

 


 

 

 

 

 

 

  

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