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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.913-493

Fecha: Sábado 23-04-2022

 

El libro rojo

de Rojas

Jotamario Arbeláez

  A Gustavo Petro

 

Libro de Laura Rubio lanzado ayer en la Filbo

 

El 21 de mayo de 1970, luego de una noche de intensa farra de despedida que nos ofreció en el Bar de Efraín ‘La onda de la gran cheveridad’ bajo el lema ‘Arrojas el nadaísmo’,

los poetas Elmo Valencia y Jotamario Arbeláez volvieron a tomar el bus de Flota Magdalena (“Si flota Magdalena flota el nadaísmo”, era el leit-motiv),

rumbo a la capital de la república, donde el palo no estaba para cucharas, a meter la cucharada en política..

El objetivo era hacer una denuncia con alcances universales del robo de las elecciones que acababa de perpetrarse bajo los auspicios del presidente Lleras Restrepo.

Lo dejó en claro 25 años después su propio ministro de Gobierno, el ‘Tigrillo’ Noriega,

en refutación a un aviso de prensa de Pastrana sobre lo sucedido el día de marras, donde los dejaba mal parados a él y al expresidente Lleras.

Y con la confesión de Luis Avelino Pérez a Lucio Pabón Núñez, de que él se había encargado del fraude en Nariño.

Nos concedió un albergue cómplice en la ‘suite nadaísta’ del Hotel San Francisco su propietario, el ‘negro’ Manuel Corrales,

 

   

y allí nos empeñamos en nuestra investigación, con el apoyo de militantes de Alianza Nacional Popular, a la que había adherido el partido comunista y el ala dura del MRL,

reunimos testimonios, fotos, documentos, declaraciones, y logramos la foto de la primera página de El Espectador, que a una hora de la madrugada se había impreso con el triunfo de Rojas.

 

Un poco más tarde, puesta la maquinaria en funcionamiento, aparecía dándole la victoria a Pastrana.

Años después, camaradas de nuevo cuño nos hacían el reclamo por nuestro ‘rojismo’ de entonces, sin reparar que su partido anduvo en lo mismo.

Nosotros ejercimos el Nadapísmo, una de nuestros formas de locha.

Había que impedir el fin del Frente Nacional con el conservatismo en el poder, lo cual podría traer de retorno la hegemonía.

Finiquitado nuestro trabajo apareció un editor acreditado como de la Anapo, el señor Useche, e hizo la impresión, con tan mala pata que la letra resultó ilegible por el tamaño, sobre todo los microfilms,

y hubimos de recurrir al letrero en una banda que rezaba coquetamente ‘El libro rojo de Rojas. Un libro para leer con lupita’, con referencia a la sexiactriz del momento Lupita Ferrer.

‘La capitana del pueblo’, María Eugenia Rojas, quien nos había estimulado con su verba informática, nos compró diez ejemplares para los delegados internacionales,

cuando nosotros aspirábamos a que adquiriera todo el tiraje.

 

 

 

 

Nos tuvimos que ir con el grueso de la edición para Villa de Leyva, donde se iba a proclamar el Tercer Partido,

pensando que si el general había tenido 1.561.468 electores, el libro podría tener igual número de lectores. Seríamos millonarios.

Pusimos nuestro tenderete ante una plaza colmada por 100 mil adeptos.

Habló el frustrado presidente electo y presentó al nuevo partido como “un socialismo a la colombiana”.

Y de él participaban, no sólo el izquierdismo revolucionario, sino miles de liberales y conservadores inconformes, más el militarismo, más el nacionalismo de derecha.

Pasaban los horas y el libro se movía poco, y eso que habíamos decidido ponerlo a un precio bajo, a 13 pesos, en referencia triunfal al 13 de junio, día que el general había tomado el poder.

Ya por la noche lo teníamos a 10 pesos, en alusión secreta al 10 de mayo, día en que lo tumbaron.

Nuestra operación comercial resultó un fraude económico. Casi nada vendimos.

No habíamos considerado que el grueso de la votación anapista era analfabeta. O andaba sin un peso en la bllletera.

En todo caso, el 19 de abril del 70, fue como el 9 de abril del 48. Un nuevo generador de violencia.

Merced al chocorazo y a las denuncias de nuestro libro surgió el M-19, la guardia roja de Rojas. Dios nos perdone.

Con el ánimo de algún día tomar el poder. Así en la guerra como en la paz.

 

 

Hoy Elmo Valencia reposa en Cali, en un camastro, casi sin poderse mover.

Mientras a mí me pasa lo mismo en una casita en Villa de Leyva aquejado de una hernia discal.

A mí por lo menos mi mujer me alcanza las pastillas y mi hermano Jan Arb me hace las terapias.

Pero, ¿quién cuidará de mi pobre monje? ¡Ay, Socorrito!

El País. Mayo 15-2017
 

 

  

 

 

  

 

 

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