Nadaísmo y café
Jotamario Arbeláez
Muchos de ustedes recordarán lo que
fue el nadaísmo, fundado por Gonzaloarango en 1958, “el segundo
movimiento más importante en la historia de Colombia después de la
Violencia, con 300 mil muertos afiliados”, según dijimos.
Tuvo dos sedes principales, Medellín y Cali. Yo soy de Cali.
Luego de esa singular coincidencia, las dos ciudades tuvieron
similares destinos de bonanza delincuencia y tragedia cívica.
Los jóvenes nadaístas de la época comenzamos fumando inocentemente
un cachito para encender los motores de la inspiración, después de
los tragos de café mañaneros para buscar los fósforos,
y tres quinquenios más tarde esas ciudades eran el imperio de la
droga de exportación, y sus tremendo promotores más ultramillonarios
que el Sha. Cha-cha-chá. Qué dios nos perdone.
Las dos ciudades, cuya rivalidad ancestral consistía en ver cuál
llegaba primero al millón de habitantes, compitieron por ser la que
más millones le arrancaba a los gringos y al mundo entero.
Y después del estruendo que implicó la pesadilla del terrorismo
fueron superando sus épocas de desasosiego, pero el nadaísmo
persiste.
Ese movimiento de menores de edad, de clase media baja y de
provincias, que se propuso poner el mundo a la vez patas arriba y
manos arriba, y no para ‘chalequearlo’ sino para acariciarlo.
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Jaime Jaramillo Escobar (X-504). Eduardo Escobar, Gonzalo
Arango, Jotamario Arbeláez.
Era escandalosa nuestra juventud, nuestra pelamenta, nuestras
pintas marcianas, el bochinche que formábamos por donde íbamos
pasando,
y lo que escribíamos en los cafés que eran nuestras trincheras
porque allí tomábamos tinto y trinchábamos, no se parecía a nada
de lo que se había escrito antes.
No pudieron borrarnos ni desaparecernos a pesar de las
detenciones arbitrarias.
Elmo Valencia, Gonzalo Arango. Jaime Jaramillo Escobar,
Jotamario Arbeláez, Cali, 1960-
Al profeta Gonzalo lo embutieron en La Ladera por haber
saboteado un congreso de escritores católicos con un manifiesto
infernoso y unas cápsulas de asafétida y cloroformo.
Escribió unas memorias con su experiencia que muchos años
después le publicaron y promovieron los mismos que lo encanaron
y se cebaron en su infortunio, como la Gobernación de Antioquia
y El Colombiano.
Y
muchos años más tarde un alcalde visionario y valiente convirtió
la tenebrosa prisión en parque biblioteca en homenaje de
desagravio al profeta Gonzaloarango por el cruel e inmerecido
canazo. Y fuimos invitados de honor todos los nadaístas a
celebrarlo Persistimos porque a hora y a deshoras tomamos buen
café, a veces endulzado con aguardiente, y fumamos bien enrolada
maracachafa.
Al profeta le interrogaron los reporteros acerca de esa
inusitada costumbre de su generación que implicaba un mal
ejemplo para la juventud, que no tardó en seguirlo, y él
respondió que él no la fumaba, que a él la inspiración le
llegaba a través de las musas y el Nescafé.
Pues ello bastó para que al otro día le llegaran de parte de
Cicolac, cuyo jefe publicitario era el poeta Charry Lara, cajas
del producto y la
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promesa de que estaría abastecido gratuitamente toda la vida.
Los demás, que no éramos muy definidos en gustos, pues bebíamos
desde chicha en el barrio Egipto hasta Sello Azul con la burguesía
que mientras más la insultábamos más nos quería, Ingeríamos café de
las marcas que fuéramos encontrando, y así pasábamos del Café Sello
Rojo al Águila Roja y más tarde al Oma, Juan Valdés y Amor Perfecto,
hasta ahora, valga el anuncio, que me hallo embebido en el café La
Elba, por cortesía, no sé por cuanto tiempo, de Darío Fernando
Patiño.
El café ha sido y sigue siendo el gran aliado en la cocina literaria
y artística y filosófica.
Primero porque mantiene el intelecto alerta y despierto; segundo
porque estimula las visiones de la realidad encantada que escapan al
ojo aletargado; y tercero porque irradia en el cuerpo un sabor y un
calor que apenas puede comparase con los que genera el amor.
Tomar un café a medianoche con una pluma o un pincel en la mano es
como tomar una nave para viajar por los territorios insondables de
la otra realidad que proyecta la imaginación.
Así como muchas veces invitar a tomar un café puede ser el comienzo
de un romance o de un negocio con final feliz.
(2)
Quién iba a pensar que el nadaísmo fuera a durar más que la tela de
los hilos perfectos, que iba a ser tan eterno como la primavera de
Medellín.
Nuestro instrumento de combate contra las instituciones, el estado,
la academia, la religión, la familia, el trabajo —lo que era
considerado anatema—, no fue la metralleta sino la poesía de
repetición.
La disparamos entre todos y a pesar de que la mayoría ha ido
abandonando su errancia por este mundo y se han trasteado a tomar
café con los ángeles, aún tenemos abundancia de proyectiles.
¿Y dónde en Medellín tomábamos ese café? Pues en el Metropol, donde
practicábamos a Pitágoras jugando billar y a Capablanca jugando
ajedrez.
O en el Ástor, donde entrábamos los hombres con nuestras melenas y
camisas rojas desafiando que nos gritaran maricas.
En tanto las nadaístas ingresaban vestidas de existencialistas
francesas en bares como Los Angelitos, donde las únicas mujeres que
tenían asiento era las meseras.
O en Versalles, que se volvió nuestro cuartel general y es ahora
nuestro museo por cortesía de su dueño el inolvidable Leonardo
Nieto.
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