Pereira, Colombia - Edición: 12.926-506

Fecha: Martes 24-05-2022

 

COLUMNISTA

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Y qué parrandas nos pegábamos después del café que nos mantenía más despiertos que las socorridas bencedrinas.

Hacíamos las fiestas nadaístas donde nos caían señoronas burguesas irredentas en un sitio que por entonces se llamaba El Pedregal, a iniciarse en los pecados capitales que se nos iban ocurriendo.

Pero también nos perseguían muchachos del Opus Dei, y no propiamente para pelarnos nalga sino para gritarnos en cada esquina nadaístas hachepés

y tratar de golpearnos con cadenas de bicicletas, pero nos defendían las mujeres como Dina Merlini a botellazo y madrazo limpios.

En Bogotá nuestros cafés principales fueron El Automático, donde reinaba León de Greiff rodado de poetas, pintores y periodistas que empinaban el codo mientras su corte de admiradores los contemplaban embelesados desde las mesas vecinas toando café.

Y el Cisne, cafetería y restaurante de estilo italiano que era el paraíso de los espaguetis, donde se reunían los actores de teatro y televisión, balas perdidas y nadaístas de provincia en espera del anfitrión de la cena y la fiesta de la noche.

En Cali nos reuníamos en el Café Colombia, en medio de sesudos profesionales que eran nuestros paganinis de cervezas y donde se acercaba de vez en cuando el joven Andrés Caicedo a escuchar tomando café.

Y la Academia García donde nos amanecíamos jugando ajedrez y pidiendo perico.

 

Se preguntarán a son de qué se invita a un poeta nadaísta, y peor aún de Cali, a perorar en este convite cafetero donde se catan tantas marcas del mejor del mundo.

Pues porque el nadaísmo ha estado metido en todo lo que haya tenido qué ver con la suerte de Colombia, en sus gracias y sus desgracias.

En mi caso particular, para empezar, cuando en 1980 gané el premio nacional de poesía de la editorial La Oveja Negra, de García Márquez, me llamaron de la publicidad para pagarme cada mes lo que había merecido por la poesía de toda la vida.

 

 

 

 

Y el primer cliente que me correspondió en Propagando Sancho fue la Federación de Cafeteros. Y calentarle la lengua colándole las erratas al Profesor Yarumo.


De modo que me tocó promover la tomadera nacional de tinto para hacernos amigos,
a ver si acabábamos con la roya de la violencia.

 

Y para que no jodan que la acabamos, cuando un nadaísta, Humberto De la Calle, logró concretar la paz con la guerrilla que por medio siglo nos tenía desangrados.


Y ojalá sigamos tomando tinto para evitar que la paz se devuelva a la garrotera.

 

 

Y otro detalle mágico es que un nadaísta de Cali durante los iniciales años 60, pintor y estampador y aficionado al teatro de Enrique Buenaventura, como su novia nadaísta de entonces Nelly Delgado, fue durante 37 años, con su pinta bigotuda, su sombrero, poncho y carriel, más la compañía de su mula Conchita, la imagen deslumbrante del café colombianos en todos los tablados del mundo. Carlos Sánchez como Juan Valdés.

 

 

 

Este personaje natural de Fredonia y el personaje encarnado que son el mismo, fue el ícono publicitario mundial más importante en Estados Unidos, según fue consagrado en el año 2005 durante la Semana de la Publicidad.

Al año siguiente se desdoblaría del personaje y sería reemplazado por un tocayo del autor de Las enseñanzas de Don Juan, un libro de alta magia entre los indios yaquis de Norteamérica.



Nuestro Carlos Castañeda sería, además, oriundo de Andes, Antioquia, “ese pueblo que se hará famoso por mi nacimiento hace 30 años y muchos días”, como escribiera en sus memorias Gonzalo Arango.

Carlos Sánchez abandonó Medellín, Antioquia, a finales de diciembre pasado y ahora andará con Conchita recorriendo los parajes cafeteros del paraíso.



Con estas evocaciones le rendimos homenaje, a la vez, sus representados caficultores y tomadores de tinto, y sus compañeros nadaístas tomadores de carajillo. Y que vivan el café y la poesía, carajo!


(Palabras pronunciadas en Medellín en el evento Carulla es café, el 25 de mayo-19)

 

  

 

 

  

 

 

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