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COLUMNISTAS |
Pereira, Colombia - Edición: 12.927-507 Fecha: Jueves 26-05-2022 |
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La tabla de contar de Amarú
Jotamario Arbeláez
La conocí en Cali en un piyama party con otras poetisas mayores, cada una mejor que la otra, donde las piyamas permanecieron incólumes pero circularon los poemas hasta saciarnos.
Me sentía una especie de príncipe troyano en medio de las insuperables y como deidades intocables Julia Simona Guerrero, Orietta Lozano y la venezolana del 77 que me acababa de dar la mano.
Poetas y poeto Orietta Lozano, Jotamario, Julia Simona y Amarú, antes de la piyamada.
Cuando me dijo que se llamaba Amarú me remití al valiente y sacrificado inca Túpac y a ese símbolo aimara de la sabiduría representado como una serpiente alada con ojos cristalinos, cabeza de llamas, cuernos de taruka y cola de pez.
Pero también acudí a mi mochila, donde llevo el libro compañero de viaje, que en esta oportunidad era Amaru, el autor hindú de los cien poemas tendentes al erotismo, de los cuales escogí uno que leí en la velada y que me congració con las deidades.
“Viendo a sus dos amadas sentadas en el mismo lecho, / cautamente se les acerca por detrás; y, como si jugara, / cubre con sus dedos los ojos de una de las bellas; / y luego, volteando levemente la cabeza, / el muy astuto besa a la otra, cuyos vellos se erizan de placer, / mientras su corazón palpita de emoción / y una sonrisa contenida ilumina sus mejillas”.
En medio de la velada me sentí como un Paris incapaz de conceder la manzana –que preferí comerme– a ninguna, para no propiciar otra guerra de Troya.
Con la guerra que no para en Colombia a pesar de haberse firmado la paz es ya suficiente. Además que las dos colombianas venían siendo mis preferidas.
Cuando me fui familiarizando con la poesía de Amarú Vanegas vi que tenía el mismo corte de Amaru, el mismo esplendor expresivo, y me maravillé de la coincidencia.
Por ejemplo en este fragmento de su poema Tinieblo:
“Ese hombre me vio de mala manera / atravesó su deseo en mis transparencia // Como un corrientazo celebró el hombre / de su entrepierna / chupó la cascada rabiosa // Zamarreó mis partes aquel cuerpo de relámpago / bebí su ahogo / transpiré el mal de ojo / hasta que el espinazo / se me hizo trizas en la tierra dura / Su peso bruto dibujó la ruta de las cenizas sobre mis llagas”
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Me pregunté, pero no supe responderme, si sería su nombre de pila o un rebautizo referenciado.
Por andar enfrascado en mis autografismos y en los de mis compañeros de generación desde esa adolescencia que no superamos del todo me he perdido de descubrir en su momento a esas nuovas estrellas que llegan a firmamentear nuestro mundo poético, como es el caso de la presente Amarú, ganadora de premios internacionales en Colombia y España y finalista en el Pilar Fernández Labrador con este Ábaco que con estas líneas estoy presentando.
Leer esta poesía confiere un alto placer estético por su impecable y elegante formulación, pero al tiempo un hondo dolor ya que en el fondo es lacerante su contenido. Es la descripción de la llaga con el voquible sagrado. Con su lenguaje de Sibila pronostica lo que pasó que es lo que nos puede seguir pasando si no cambiamos, las matazones continuadas como las que se vienen sucediendo en Colombia. A medida que avanzaba en la lectura me iba hallando frente al impecable molde del verso, duro pero pulido, concreto, tajante, de formulaciones inesperadas. Me la juego por ella, me dije, a medida que iba subrayando cada párrafo en cada página.
De un tiempo a esta parte las mujeres de pluma dejaron de llamarse poetisas y asumieron el término bigenérico de poetas. Pero a mí me interesa más toparme con poetisas, como con sacerdotisas, papisas y pitonisas, que a través de sus cantos de sirena me digan lo que me espera. O de lo contrario nombrar a los masculinos poetos, o poetisos, en virtud de la tan aclamada modalidad del lenguaje inclusivo. Y para evitar malos entendidos. Para muchas féminas definir como hembras a las mujeres parecería un término ofensivo por cuanto remite al viejo cuento de la manzana de Eva que comió Adán. Pero la misma Amarú como tal se define haciendo honor a su conformación y al empuje de sus poemas.
Días después volví a verla en la Casa de Citas –que así se llama nuestra verdadera Casa de poesía– y en la Feria del Libro de Bogotá. Compartí con ella varias mesas de lectura y en cada una me iba fascinando más la finura de su palabra y el aparato teatral del recitativo. Caminar con ella del talle por entre cientos de miles de lectores y millones de libros fue mi júbilo en el evento bibliófilo.
Como lo fue por otra parte el encuentro fortuito en el stand de Pigmalión con su director Basilio Rodríguez Cañada, quien me ofreció espacio para Los días contados.
Si no fuera por la poesía, qué sería del mundo que nos ha dejado la falta de poesía. De la poesía que es cura, aliento, milagro, resurrección. Pero también punta de daga que señala el punto donde hubo el dolo, el dolor, la dolencia.
Me siento algo superficial al referirme más con anécdotas que con análisis a una poesía tan honda. Pero qué culpa tengo si así me hice, influenciado por el compañero poeta nadaísta que expuso: “Amo tu piel, es decir, te amo profundamente”. Ser frívolo es mi manera de ser profundo, porque en las profundidades es donde mejor me debato.
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La poesía se hizo para cantar las maravillas del mundo cuando el poeta tenía buenos ojos para mirarlo. Y ahora para señalar sus fisuras y ensayar de corregirlas con la palabra. O por lo menos para encargar de ello a los ingenieros del paisaje y del porvenir.
Ábaco, el libro que me concede el privilegio de presentarlo a mi estilo, precisamente para Pigmalión, comienza con un auto epígrafe que señala el origen de las guerras en los juegos infantiles de cuerda, donde los dioses espolvorean sales violentas. Y emplaza a los desplazados a conciliar los extremos de la cuerda. Y así, entra a retratarnos con pinceladas que describen nuestro señalado destino de embrujamiento: “Nacimos bajo el signo del éxodo / jugosas carnadas / de alguna posesión dionisíaca” (Nacimos embrujados).
La violencia se instala en medio del pueblo como en una cancha de juegos: “En las casas se escucha la batalla / al otro día se sabía de los muertos // Matar se convirtió en deporte / fuimos matando para ver caer” (Bandas) Venezuela y Colombia se hermanan en las fronteras y en el dolor, y el reclamo se dispara hacia ambos costados: “La garganta ofrenda el grito / deletrea palabras de guerra // Nuestros rostros se crispan / intentan contener / la fiebre de las tormentas // ¿Cuál crujido / corresponde rasgar / detrás de la piel? / Somos los fantasmas / de nuestras estrellas” (Nuestras estrellas)
La poesía de Amarú, como la de Amaru, es el ojo que todo lo ve y lo va contando, sabiendo cauterizar el dolor con la flama de su cabalística queja: “Hemos quemado el misterio // Olvidamos las formas de lo sagrado / la ley adivinatoria / los astros grises y la humanidad // Sin embargo / sabemos que ahora es la hora / para beber del cuenco la rosa antigua // Nuestra suerte / es el ojo / que siempre mira” (Ojo)
Muestra lo que vale en el amor la carne redentora que comporta iluminación: “Aprietas el beso sobre los ojos cuencos / porque el amor es fiebre / que redime al desahuciado // Quieren tu carne / como quien desea el cuerpo de un cristo / el caos // Hembra de alto voltaje / la luz camina dentro de ti (Fuente)
Y sigue describiendo nuestro despojo: “Somos la coraza de tortuga / sin tortuga adentro / Venimos del fuego / a él volvemos” (Unción) Nuestra incapacidad de solucionarlo: “Contamos nuestra historia / sin mover los labios” (Sujetos) Y nuestra historieta de desamparos: “Cuanta la leyenda que nosotros pensábamos / en el futuro con esperanzas” (Sin voz) La impotencia de la denuncia ante la falta de sonido de la palabra: “Tu palabra génesis de esta tragedia / cuando al abrir los ojos / descubrimos que nos quedamos sin voz” (Sin voz) Aprietas el beso sobre los ojos cuencos / porque el amor es fiebre / que redime al desahuciado // Quieren tu carne / como quien desea el cuerpo de un cristo / el caos // Hembra de alto voltaje / la luz camina dentro de ti (Fuente)
Para terminar con la entrega definitiva: “Han izado una bandera blanca / pero ya nadie busca paz” (Paloma) Amarú es la poetisa poetísima que actualmente acapara la atención lírica hispánica. Se merece la manzana de la concordia, para no sembrar más discordias.
Me pongo la piyama para seguirla leyendo.
La montaña mágica, Mayo 22-22
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