Defensores de oficio de la vida
Jotamario Arbeláez
A Alexa Taboada
“Estaba yo sentado sobre un par
de ladrillos debajo del totumo, en el patio de atrás de la casa de
las agujas, un mediodía del verano polvoriento de 1958, en el barrio
Obrero, mientras todos se habían ido a pasear a Pance,
escuchando de un transistor el Mambo No. 8 de Pérez Prado y
fumando con parsimonia un cigarrillo turco regalo de mi proveedor de
lociones,
cuando vi sobre el muro encalado una humedad que se fue
perfilando como la deseadísima virgen que era mi novia,
con una mano levantada señalando al cielo, su lunar en el pómulo,
sus ojos de un azul infinito, que debían contrastar con mis ojos
rojos,
y sus labios de grana que comenzaron a moverse al compás de sus
palabras aladas
—Quiero decirte, Jotamario —me
dijo—, algo que deberás tener guardado en tu corazón por lo menos
por 50 años,
puesto que es un don que se
te ha concedido en virtud de tu compasión por la siempre doliente
criatura humana.
Has echado sobre tus hombros la responsabilidad por el
sufrimiento de tus vecinos, seres humanos tan pobres que ni siquiera
aceptan que tienen alma,
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e
incluso has llegado a pensar en tomar las armas en busca de
redimirlos.
No lo hagas, porque te matarán, o peor aún, matarás,
y no habrás hecho nada en la vida si terminas antes de tiempo
asesino o asesinado.
Hay una solución más efectiva que la bala, ponme atención, y es
la poesía.
Asume la poesía como antes se asumía la oración, como santo
conjuro contra los males del mundo.
Dispondrás de la fuerza del Verbo que en breve te inculcarán
seres escogidos que vibran como tú con la pasión justiciera.
Se presentarán como antisociales con sus denuncias al orden y
sus prédicas apostáticas, que será la manera paradójica de impartir
justicia y verdad.
Y tú los seguirás, Jotamario, y así se les vaya un siglo en su
lucha, triunfarán ante el tribunal de la vida,
porque sólo por la palabra al rojo se restablecerá el equilibrio
perdido que ha hecho la miseria de tantos seres.
—Pero Virgen santa —atiné—, si eres el objeto de mi puro deseo y te
me presentas como un venerable oráculo,
¿deberé desistir también del amor para adherirme a esta causa de
salvación?
¿Y deberé abdicar de mis pasos de baile, que me han llevado tan
lejos en la satisfacción de mi terca lujuria?
¿Y deberé volver a abrirle la puerta al santo de los santos que
he mandado a la quinta porra?
—Tú verás, Jotamario, me dijo, y comprenderás cuando veas.
A partir de ese momento, la humedad comenzó a secarse en el
paredón, mientras se me aguaban los ojos,
pues sabía que no volvería a ver a esa niña que era lo único
material que yo reclamaba del mundo, convertida para mi pasmo en
vehículo de lo inefable.
Esa misma semana de hace 60 años supe que llegaba a Cali el profeta
Gonzalo Arango, y que hablaría en La Tertulia,
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y que convocaba a la juventud a hacer parte de su
aventura, del evangelio de la nueva oscuridad que venía predicando
con una vela.
Clamaba que era la hora de los poetas que, armados de la sola
vehemencia del Verbo, harían trizas del poder y sus privilegios. ¿Qué
seríamos? Y me contestó de inmediato: “Defensores de oficio de la
vida”.
Huelga decir que me incliné ante el “enviado”, quien me consagró
como “monje” de su cofradía.
De la cual hacen parte —o hicieron, porque algunos se retiraron
a otros planos del sistema respiratorio—
Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio, Eduardo Escobar, Elmo
Valencia, Alberto Escobar, Armando Romero, Jan Arb, Pedro Alcántara,
Humberto Navarro, Dukardo H, Álvaro Barrios, Pablus Gallinazo,
Eduardo Zalamea, Álvaro Medina, Pedro Blas, Patricia Ariza, Consuelo
Salgado, Dina Merlini, Humberto De la Calle y así hasta redondear
los 51.”
Me salta este texto, escrito
hace 10 años, de una carpeta de las 50 cajas de los Sagrados
Archivos, y decido publicarlo en ocasión de la visita del Papa J.
Mario Bergoglio,
del aniversario de la muerte de Gonzalo el profeta y Jesús mi
padre el próximo 25 de septiembre,
de que Elmo Valencia, nuestro amado Monje Loco, está cuadrando
caja en el ancianato caleño
y de que el próximo presidente de Colombia será un nadaísta,
como reza la profecía.
Agnus Dei qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem.
(Texto publicado cuando las elecciones de hace 4 años, cuando
las elecciones, refiriéndome a Humberto De la Calle, forjador de la
paz que volvieron trizas. ¿Coincidencias? Virgen santa.)
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