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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.948-528

Fecha: Jueves 14 de Julio de 2022

 

De la sucursal al paraíso
 

 

 

Por: Jotamario Arbeláez

Creo ser uno de los nativos de la sucursal del cielo -como reza su eslogan, o del paraíso de Cali, como fechaba sus cartas X-504 cuando en él vivía-, privilegiado por la fortuna de vivir a pesar de haber padecido la pobreza sin caer en la cuenta.

 

         Mi padre se las arreglaba para poner a producir la máquina de coser y así poder reparar las goteras del techo cuando nos bajaban del cielo.


         Mi madre ecuatoriana como una ministra de economía administraba a tutiplén los sartoriales recursos.


         Todos los días hubo comida para los diez que éramos la familia y para los pájaros del totumo, y risas en la mesa, y educación para cada uno, en mi caso en Santa Librada donde aprendí a hacer poemas y a tirar piedras contra el Estado.


        De San Nicolás nos trasladamos al Barrio Obrero dos días antes de que estallaran los camiones con dinamita el 7 de agosto, como parecido sucedió en Hiroshima con mayor potencia explosiva, dejándolos aún más jodidos.


          Igual me había salvado de la matazón de la Casa Liberal donde de pantalón corto acompañé a mi abuela Carlota a escuchar a Hernán Isaías Ibarra, cuando entraron los chulavitas barriendo con todo.


          También nos disparaban a la ventana los carros-fantasma porque allí vivía Jorge Enrique Giraldo, alias Picuenigua, que era un liberal de corbata roja.

         Mis padres me habían proporcionado una presencia física que me permitía circular por las calles sin nada que lamentar, con indumentaria de paño pues consideraban indigno el dril, bien afeitado mientras me comenzaba a crecer la barba, locionado con Old Spice y peinado con Moroline.

 

         Siempre con un libro en la mano, sed de cerveza y un alud de “numeritos” en la libreta.

 

 

    

        Como no me gané el diploma de bachiller no accedí a carrera alguna diferente de la carrera 4ª. por la que subía al Café Colombia, donde el ingeniero Carlos Donneys, padre de aquella niña famosa de Univalle, “La Vietnamita”, era el anfitrión que nos calmaba la sed de vivir.

 

          Y de allí para la Librería Nacional donde don Jesús Ordóñez nos permitía leer, mientras tomábamos tinto, todos los volúmenes de las estanterías que alcanzáramos.

         Y nos puso galería de arte para que realizáramos nuestros Festivales de Vanguardia al tiempo con los de Fanny Mickey.

 

Jotamario por Efraín Llano Arango, 1967

 

      Me dedique pues a la poesía con la posibilidad de ser un varado perpetuo, pero resulté ganando premios a lo loco y mereciendo ser llamado de las agencias publicitarias para poetizar sus productos.


         Y de la columnas de periódicos y revistas para desbarrar contra el mundo que los demonios humanos estaban volviendo trizas.

       Cincuenta años en Bogotá fueron suficientes de vida pública. Y escogí para la vejentud a la que felizmente he llegado la localidad de Villa de Leyva.

 

   

         Con el mejor arquitecto de la comarca y mi mujer al pie del maestro de obras, con el producto de mis eslóganes y poemas se levantó una casa mediterránea en los terrenos del paraíso habilitado por Bachué y su hijo cuando comenzaron a dar a luz a la humanidad bajando del monte de su laguna.


          La casa se llama La montaña mágica, libro que leo en la hamaca.


           Desde la terraza contemplo el cielo y la tierra, con los ojos que se han de llevar estas maravillas para ambas partes.

 

 

Foto Salvador Arbeláez
 

        Ahora regreso a Cali a cumplir con un compromiso que hube de transferir porque me agarró el Covid.


        El 16 de diciembre, día de santa Albina, mi región natal casi que me elevó a las alturas de los altares con la publicación de mi poesía completa. Mi reino por este mundo, a cargo del Programa Editorial de la Universidad del Valle que dirige Francisco León Ramírez.


         Mi gratitud para él y para el señor rector de la U, Édgar Varela Barrios.


        Ese mismo día me fue notificado que recibía el Premio Vida y Obra concedido por la Gobernación del Valle. Expreso mi gratitud a la señora gobernadora Clara Luz Roldán y a la Secretaria de Cultura Leira Giselle Ramírez Godoy.


        E igual a Leonardo Medina, alto funcionario cultural de la Alcaldía, quien me programa una conferencia acerca de “El amor y los muertos en el Nadaísmo”, que dictaré el jueves 14 en la Biblioteca del Centenario a las 7 p.m.


           Y a Felipe Ossa y Aura Bustamante que me abren la Librería Nacional del Oeste el viernes 15 a las 6 p.m. para que haga, al fin, el lanzamiento de Mi reino por este mundo, con presentación de Óscar López Pulecio. Los espero.

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

  

 

 

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