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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.951-531

Fecha: Jueves 21-07-2022

 

Puntadas sin dedal

 

 

Por: Jotamario Arbeláez
Para Alexa Taboada

 

Recién me vine a enterar de que habíamos sido pobres en el entierro de mi padre, cuando la tía Tina sollozando reclamaba a la vida por esa penuria tan infinita que le había tocado al pobre Jesús.


    Sin embargo recuerdo que siempre vestí de paño, a diferencia del dril de mis compañeros, así mis pantalones fueran hechos con los retazos que quedaban de los trajes completos y a la medida de los clientes adinerados.


    Y los zapatos reventaban de brillo con chinola, trapo y cepillo, pues eran la extensión de la elegancia de un vestido confeccionado por un sastre veterano de varias plazas.

 

 

A pesar del calor de Cali, en los años cuarenta se había impuesto la fiebre del hilo, y a los señores les gustaba lucir vestido completo.


    Mi padre, que había escuchado el rumor, cayó en esa ciudad procedente de Antioquia e, igualmente motivada, la familia de mi madre del Ecuador.


    El éxito modesto de las tijeras de papá era el eterno de la gran costura, convertir a un hombre invisible en un dechado de perfección física.

 

    Se puede anchar las espaldas, sacar el pecho, disimular la joroba, hundir la barriga, corregir las desproporciones.


     Puedo hacer de usted un hombre elegante, lo que no puedo es convertirlo en un caballero si no lo es, advertía don Jesús a su cliente confirmándole el crédito.

 


Siempre la olla humeaba no sólo para los diez de la casa sino para todos los que llegaran, costumbre que nos venía de la abuela que rogaba todas las noches –en o

 

 

 

raciones que yo le acolitaba desde la cama de al lado– por ochenta parientes reconocidos.

 

Tuve caballito de palo, pistola de fulminantes, binóculos, balón y bicicleta con cornetín.


    Y encima del escaparate donde papá ocultaba la foto de una novia lejana, mi buena o mala estrella enredó entre mis manos un par de libros que me golpearon la cabeza en tal forma que me desligué del amor para dedicar mis incipientes elaciones a la estética y la literatura:


   
De sus lises y de sus rosas de Vargas Vila y El amor, las mujeres y la muerte de Schopenhauer.

 

 

Quería mi padre graduarme para deslumbrar en el foro, y me enseñaba discursos célebres de Cicerón a Diógenes Arrieta y a Gaitán, así como algunas poesías para ejercitar la memoria, perdonándome en cambio los ejercicios contables.


    Cuando perdí el bachillerato en Santa Librada, por haberme dejado engatusar terminando el último año por un Zarathustra de la montaña que pasó dictando conferencias en contra de la existencia,


    mi frustración tomó los ribetes de un trauma, por el desperdicio de todos los panes que me comí y de todos los pantalones y camisas que desgasté y de todos los textos que nunca abrí mientras progresaba irrisoriamente hacia el doctorado.


    A pesar del diploma falsificado que me elaboró Armando Holguín calcado del suyo para presentar en el convite asirio que me prepararon en casa y donde tenía una novia en cada patio, quedé marcado para siempre con el estigma del fracaso.

Gonzaloarango había predicho que la poesía sería mi tabla de salvación, pues “Colombia ha perdido un sastre pero ha ganado un poeta”.


    Escribí entonces mi primer poema nadaísta en forma de violenta requisitoria contra el claustro y contra la métrica, con tan buen recibo que muy pronto resulté convertido en un clásico de la barbarie.


   
Santa Librada College fue desde entonces mi credencial de reprobado triunfante.


   Hasta que muchos años después me concedieron el cartón de bachiller honoris causa. Y me pusieron la banda de Ilustre Egresado. Y colgaron mi foto en la biblioteca. Y con la secretaria del rector habilité todas las materias.

 

Como durante la primaria los profesores me ponían a recitar en el día de la madre las poesías de unos poetas hijos de madre, le cogí tanta tirria a las poesías a la madre que por poco no menciono a mi madre en mi
 

   

poesía.


    Y tomé por mi cuenta a mi padre para cantarle.


    Y lo que yo no alcancé a cantar, lo cantó mi hermano menor que se quedó en la casa conversando con Jesucristo, mientras que yo me pasaba a vivir en la parte de afuera de la misma casa.


    El iluminado Jan Arb es un poeta alquímico cuyo metal se demora. Tiene las claves de una nueva teoría del amor despojado de plusvalía. Estoy seguro de que se acerca el día en que el mundo reconocerá a este sacro cantor de quien no soy merecedor de desatar sus sandalias. A lo sumo de financiárselas.


    ¿Qué tendrían Elvia y Jesús en sus gametos que se pasaron de líricos? Un rayo no cae dos veces en el mismo sitio, salvo el rayo santificador en el semen de la poesía.
 


Juan Roa Sierra mató a Gaitán e Islero corneó a Manolete. Después de estas dos catástrofes que cimbraron nuestros cimientos, la violencia siguió pasando por enfrente de la ventana.


    Por las noches escupían fuego las ventanas de los carros fantasma. Teníamos que llorar aferrados a sus zapatos para impedir que papá y Jorge Giraldo salieran desafiantes a la calle con corbata roja, no fuera a ser que los chulavitas se las hicieran tragar y pasar con plomo.


    Los personajes de la casa de las agujas darían para una novela, si contara con el tiempo y los denarios suficientes, como en realidad ya los tengo, jubilado en la primavera.

La vida me ha graduado doctor y la Universidad Santiago de Cali también.
Honoris causa como resulté para todo.


    Y mientras elaboro mis
Antimemorias a la luz de mis archivos y a la sombra de mi biblioteca, entrego para su publicación mis Paños menores,


   empelotamiento del alma, torta casera, menudencias de la familia, sarta delirante del egotismo, interiores cagados, conciencia y ropa sucia para blanquear en casa, itinerario de desdichas, almanaque de delirios, agenda de propósitos incumplidos, culminación de la jornada sin la corona de la obra.


    Lo que logré salvar de mi vida fue lo que cupo en la tabla de la poesía. Que aquí aplico para el vítor y el réquiem de los cómplices por la sangre de mi inexplicable paso por esta estrella.



Cuando supe qué pobres éramos, decidí devolverme por el camino de paño de las agujas para apuntalar la casa, pues es pan duro de roer el poema.


    Esperaba que se dijera: “Colombia ha perdido un poeta, pero ha recuperado a su sastre”.


    Me matriculé por correspondencia al arte sartorial de Savile Row, la meca de los apasionados del corte inglés con procedencia polaca, húngara y rusa.


   Pero papá no quiso e insistió en que siguiera investido de poesía. ¡Valiente sastrecillo! Estos poemas son mi última prueba.

 

(Introducción a Paños menores. 2006. Premio Valera Mora
de la Fundación Rómulo Gallegos 2008)

 

 

 

 

 

 

  

 

 

  

 

 

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