EDITORIAL
No más pagos
injustificados en las facturas
Desde hace mucho tiempo en
Colombia se ha venido presentando una situación bastante incómoda
que ha afectado a toda la población sin excepción alguna. Se trata
de los cobros que no son excesivos en las facturaciones y que más
bien parecen ser irrisorios por tratarse de mínimas cuantías de
$1.000 y $2.000 o $500 pesos, valores que no son explicados en
facturas de planes de celulares, cuotas de créditos, pago de
impuestos de servicios públicos de energía, agua, gas, entre otros.
En la mayoría de los casos por tratarse de una suma de dinero
insignificante, los usuarios no se quejan, pero lo peor es que
aquellas personas que consideran injustos estos incrementos en la
facturación de manera injustificada, pierden el impulso de quejarse
porque esta petición implica una pérdida de tiempo al verse en la
obligación de dirigirse a la entidad o intentar comunicarse
telefónicamente para solicitar una explicación en la factura.
La mayoría de los colombianos preferimos pagar la factura completa
porque no hay tiempo para quejarse por tan solo $1.000 o $2.000,
teniendo en cuenta que no afecta nuestras finanzas. Este tema debe
ser revisado porque si analizamos la situación, de manera
individual, esta cifra tan pequeña puede pasar desapercibida por los
usuarios.
Si sumamos todos los usuarios que pagan estos $1.000 o $2.000
encontramos que ya no estamos hablando de una suma irrisoria, sino
de mucho dinero que pagaron los usuarios sin saber su concepto, es
decir, que todas estas entidades desde hace mucho tiempo nos están
hurtando y enriqueciéndose sin que reclamemos al respecto.
Esta problemática se hace mucho más grave si tenemos en cuenta que
esta anomalía no solo se presenta con la prestación de servicios,
sino que también es muy común que se presente en los bancos. Es
conocido por todos que cada vez que se deposita dinero nos aparece
menos valor, $ 1.000 O $2.000 o cifras similares irrisorias de las
que generalmente hacemos caso omiso.
Por esta razón desde El Imparcial realizamos un llamado urgente para
que entidades como la Contraloría General de la Nación tome cartas
en el asunto y haga un control minucioso de esta situación. No
obstante, como dice el refrán: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”,
realmente no hemos visto que el Gobierno Nacional ponga orden a esta
delicada situación que lleva años en el país sin doliente alguno.
Estamos hablando de una gran red de corrupción de corbata blanca que
lleva mucho tiempo enriqueciéndose a costillas de todos los
colombianos y en definitiva esta situación tiene que cambiar lo más
pronto posible.
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La
telefonía nos quiere robar por dejar un mensaje
Por Zahur Klemath Zapata
zkz@zahurk.com
La primera vez que use un teléfono
celular en Colombia me sentí asaltado en todas las formas. No me iba
a imaginar que por ese nuevo servicio que había nacido a través de
la evolución tecnológica iba a ser un instrumento que se beneficiarian
los propietarios como los políticos de una forma que
antes nadie lo había hecho.
Hoy en día hay millones de celulares en el mercado y cada año salen
nuevas versiones con cambios que emocionan a quienes los usan. Los
precios dan escalofrío y la adrenalina brota como cascadas. Por lo
general la gente quiere presumir de tener el de última generación,
así impresionar a amigos y a los que los vean.
Recuerdo en Betty la fea una de las escenas en que el enamorado
Nicolas
hablaba por el celular para dárselas de importante. Todo esto
parece risible en principio, pero esa risa la tienen los dueños
cuando se aprovechan de tantos inocentes con los que juegan con su
inocencia. El negocios funciona bajo las habilidades y
astucias de quienes tienen la tecnología en sus manos.
Steve Jobs fue un experto en este tema y por eso Apple era una de las
empresas más exitosas que vendía a precios exorbitantes sus
productos y se siguen.
El ciudadano de a pie no tiene a un Polimano que lo defienda frente
a los pulpos de las grandes corporaciones que contratan agentes para
que hagan lobby ante el congreso para que les aprueben los contratos
para explotar al ciudadano sin piedad.
La sociedad está indefensa frente a la explotación que se hace en
todas las formas con pagos por servicios que no deberían existir.
Tanto de bancos como de corporaciones económicas y que a su vez
afecta a la empresa privada porque ellos también caen en las garras
de estos tigres inalámbricos.
Colombia tenía una infraestructura en las comunicaciones excelente,
pero todo eso desapareció en malas administraciones y en un
congreso ventajoso para su propio bienestar y no para la sociedad.
En el presente estamos más inundados de estos grupos que usan la
telefonía para cobrar por dejar un mensaje como si esto no hiciera
parte del servicio que venden.
Cuando la sociedad entienda que ella es la dueña del establecimiento
y que ese establecimiento le debe servir a los ciudadanos porque
ellos son los que pagan los impuestos y mantienen la burocracia a la
que no debería sostener es cuando las cosas comienzan a cambiar para
el bien de todos.
Hay que tener conciencia y claridad de lo que uno es y representa
para el Estado y que uno no es un peón de brega para que otros vivan
en condiciones superiores y sin reparo del bienestar del resto de la
sociedad.
Los colombianos tienen que ubicarse como individuos que pueden
enfrentarse a todos estos que siempre buscan aprovecharse
económicamente sin importarles lo que sufran o no, lo importante
para ellos es alcanzar sus metas económicas sin miramiento porque
eso es lo que los hace sentir bien y empoderados.
Hay que detener a estos dejando de participar en sus elecciones
democráticas y organizándose como una sociedad autónoma que
defiende sus derechos y equidad, de lo contrario viviremos como
esclavos modernos sin darnos cuenta.
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Crónica de Gardeazábal #466 bis
¡ADIÓS MI GENERAL!
Por:
Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/50798817
Por los mismos días en que Monumento, mi gran danés, inmenso,
poderoso y bien dotado, pero nunca siempre bien llorado llegó a mi
casa a llenar el vacío que la venganza sembró en mi entorno y me
había dejado sin perros, mi amiga Sandra Morelli, maestra en
interpretar el dolor, se apareció con General y me dijo que a mi
edad,(tenía entonces yo 65 años), debería hacerme a su compañía:
"Los ancianos conseguimos perros pequeños”. No lo entendí
inmediatamente porque hasta entonces había tenido perros grandes.
Pero con el paso de los años he ido comprobando tal verdad de puño.
Ese día llegó General y en esta casa de El Porce se instaló mi
Estado Mayor.
Durante más de 12 años fue mi casero faldero. Un mes después ya le
había conseguido compañía. Alfredo me trajo otros dos chihuahuas
taco bell. General era dorado, Almirante es blanco y negro, Mariscal
blanco y amarillo.
Constituían un equipo que me cuidaba todo el día, echados al lado de
donde escribo, acomodados en el sofá donde leo, achuchurrados en la
cama donde duermo, disputando el calor de mi cuerpo o el mejor nicho
entre mis cobijas.
Cuando he enfermado se sentaba a mi lado vigilante, mirándome como
todo jefe de escuadra para que yo creyera seguramente que no estaba
solo.
Dominaba a los otros dos pero los ponía a ladrar con su agudo tono
cuando llegaba alguien que venía a interrunpir mi tranquilidad de
refunfuñón o incitaba a morder en los tobillos a la enfermera o al
médico o la mucama que se aparecían junto a mi poltrona o mi lecho.
No sé cuántas cosas le consulté. Apenas gruñía cuando me oía que le
hablaba o, abría en demasía sus ojos brotados tratando de hacerme
saber que no estaba de acuerdo porque quien decidía era yo y no
valía la pena preguntarle.
Paralelo a mis achaques fue enfermando de las maluquerías de la
vejez. Las escanografías y los tac mostraron lo mismo que sus
perfiles lipídicos. Se le estaba creciendo el corazón pero no para
morirse sino para seguir queriéndome más.
Le mantuvimos con cariño el tratamiento cardíaco, casi igual al mio,
hasta anoche cuando se apretujó entre mis piernas mientras terminaba
de ver la película sobre Shakespeare y su hijo.
A las 11, que él ya sabía cuando eran porque nos íbamos a dormir, se
bajó de la poltrona y me miró con la tristeza del que dice adiós. No
pudo subirse a la cama. Ya no tenía fuerzas. Lo acomodé a mi lado
para lo que sabía sería el último sueño. Los otros dos le respetaban
su nicho. A las dos y 10 minutos su ronquido final me despertó y
medio minuto después había dejado de respirar.
Todavía caliente lo amortajé en sus toallas y lo deposité en el
cajón mortuorio que le había preparado. Estoy velando su cadáver
mientras despunta el sol y saldremos a enterrarlo al lado del
Monumento.
Están sonando los réquiem de Mozart y Fauré y el Gloria de Vivaldi.
Rompo con esos sones el silencio de la madrugada porque tengo roto
el corazón. A las seis se oirá la marcha turca de Beethoven y todos
y desfilaremos en esta casa cargando su cadáver: ¡Adiós Mi General!
El Porce agosto 3 del 2022
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