Poeta y
reverendo
Por: Jotamario Arbeláez
A casi todas las
19 celebraciones de este saludable Encuentro de Confraternidad
Médica he sido invitado por el Dr. Vera a comer, beber, bailar,
hablar y dormir a pierna suelta o pierna agarrada.
Por ello va mi gratitud a todo el cuerpo médico
que hace posible este abrazo entre Hipócrates y las 9 musas y sus
cultores.
Me corresponde hoy compartir con el notable
novelista del Proyecto Piel, más notable por cuanto detesta las
novelas, Julio César Londoño, dentro del ciclo de “Hambre y
violencia”, en nuestra “salsa irreverente”, según el programa.
No he podido acabar con mis malas famas.
Hace ya no sé cuántos años dejé la yerba, por ejemplo,
desde que terminó sabiéndome a cacho,
y todavía cuando me ve pasar un psiquiatra le dice a
sus colegas, señalándome, allí va ese poeta que dijo que “el
cigarrillo produce cáncer y la marihuana lo cura”, seguramente
camino del hospital.
Y qué va. La prueba de que la mata no mata y ni
siquiera hace daño hemos sido Mayolo y yo. Y no pido un minuto de
silencio en su memoria porque estamos cortos de tiempo.
Lo que quiero decir es que eso de irreverente se lo
dejo todito a Julio César, pues desde mi reciente conversión a
Cristo, que tiene a mis compañeros nadaístas súpitos, y a mis ex
fans camino de la beatitud,
ya
no soy poeta irreverente, sino poeta y reverente.
De no creer en nada he pasado al siguiente lema: “No
creáis en el Credo, creed en todo”.
He recibido a Cristo en el corazón y no tengo empacho en
proclamarlo esta noche ante tan selecta como numerosa representación
de cardiólogos,
capaces de hacer un trasplante al propio corazón de
Jesús sin apagar la velita.
No van a escuchar pues, de mí, ningún concepto
maldiciente ni malsonante, pues me siento refrescado por el viento
paráclito, que desde hace algún tiempo guía mis parábolas.
He regresado al redil del espíritu santo, y mandado
a freír espárragos al espíritu demoníaco que me soplaba algunas de
mis proclamas.
Qué paradoja.
Escribí unos poemas inspirados por el demonio y me los premio la
Santísima Trinidad.
Ahora con Dios me acuesto y con Dios me las levanto.
Hasta para ir de farra voy con Jesús. Lo que es garantía para las
pecadoras porque sería incapaz en su majestuosa compañía de
arrojarles así fuera una piedra.
Respecto del tema del hambre, esa sí que la he
sentido, pero no la he aguantado. Porque cada vez que estaba a punto
de morir de ella, me iba para el hotel mama, donde doña Elvia, no
solo a mí sino a todos mis cofrades ignominiosos, nos servía unas
hirvientes sopas que nos devolvían sudando a la poesía.
El que aguanta hambre por lo menos tiene la facultad
de aguantar, luego no tiene problemas. El problema es de quien no la
aguanta y termina muerto.
Los poetas nadaístas de las épocas del 60 tirábamos
filo por físico snobismo. Así como no nos sentíamos tranquilos si
perdíamos el angst.
No se podía ser un poeta de bollo grueso, trenzado y con
sangre. Terminaríamos como Cobo.
No soportábamos a
aquellos que daban los tres golpes diarios, y no solo en la mesa
sino en la cama.
Nosotros estábamos con los condenados de la tierra,
como los llamaba Fanon.
Compartíamos el hambre de los de Biafra para no tener
mala conciencia.
Como nos hacíamos contagiar oprobiosas blenorragias
para que nuestras mejillas adquiriesen una palidez más baudeleriana.
Cuando estábamos en nuestras sesiones tribales, nos
empacábamos qué hambrunas matizadas con cannabis y poesía.
Mientras el profeta Gonzalo Arango nos predicaba: “La
gente no muere de hambre sino al pie de los supermercados”.
Y yo le seguía la
corriente: “¿Quién, si su hijo le pide un pan, le da un poema?”
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Y Eduardo Escobar
sostenía que el hambre de un hombre no es el hambre de una vaca.
Pablus Gallinazo cantaba. “El reloj se ha dañado
pero el hambre despierta”.
Y Elmo Valencia predicaba que para una alimentación
bien balanceada bastaba con masticar cada día un grano de arroz mil
quinientas veces.
Y cuando alguien que nos invitaba nos preguntaba que
queríamos comer, respondíamos. “Nada que nos nutra”.
Respecto de la violencia, ésa si que nos gustaba antes de
volvernos hippies,
cuando éramos más famosos que Jesucristo y los Beatles
juntos.
Violencia es lo que necesita este puto país, gritaba
un alucinado por la calle Junín mientras lo conducían a la
permanencia, y nosotros le hacíamos coro.
Habíamos oído de un filósofo existencialista que decía
“La libertad es el terror”, y nos lanzamos al libertinaje.
Fuimos terroristas verbales y nos aplicaron el consejo
verbal de guerra. Que es, como el amor oral, la circunstancia en que
no se puede ni musitar.
Hasta que llegaron a nuestro corazón Gandhi y John
Lennon.
Entonces nos convencimos de que no había que hacer la
guerra, sino el amor. Y si había guerra, hacer el amor en la guerra.
Y si ella se dejaba, así fuera con vaselina, hacerle el amor a la
guerra.
Esa es pues, mi posición actual, que espero no los
defraude.
o sé cuántas personas mueran diariamente de hambre,
aunque por internet me llegan las estadísticas, que prefiero no leer
a la hora del desayuno, ni del almuerzo, ni de la comida.
Frente a un niño que muere de hambre, decía Sartre,
la Náusea no vale como un contrapeso.
Eran los tiempos en que lucía más elegante tener hambre
que indigestión.
Ahora me doy el lujo roñoso de dar los tres golpes
diarios, no solo en la cama sino en la mesa,
pero, con las gracias al padre por los alimentos
terrestres que me pone en el comedor, le pido perdón por comer
mientras tantos millones fallecen de inanición.
Foto
Adolfo Vera Delgado (médico)
Parte de la explicación de mi conversión se debe a que unos
espíritus selectos de la cuerda de Jesucristo me reclutaron para
hacer parte de un cisma crístico que prepararía la segunda venida y
atajaría las marrullas del Anticristo.
Y me prometieron numerosas prebendas si me sumaba a
la conspiración celeste. Entre ellos cinco premios de literatura.
Ya me dieron tres premios nacionales de poesía. Y me
acaban de conceder el Premio Internacional ‘Chino’ Valera Mora, por
intermediación de la Fundación Rómulo Gallegos, de Caracas.
Me falta el quinto, que ya ustedes saben cuál es.
De modo que el que no se arrepienta y convierta ante
la vislumbre de Estocolmo o es porque tiene mucho huevo o es muy
mamerto.
Hablo de ello esta noche porque muchos de ustedes
saben de este penúltimo premio pero no todos.
Ya que la prensa ha hecho un elocuente silencio al
respecto. Cuando se lo ganaron Gabo y Fernando Vallejo fueron
grandes los despliegues.
Con el ingrediente de que Vallejo lo donó a los perros
de Caracas y García Márquez a los del Mas.
Yo apenas doné una parte a los damnificados de los
huracanes sobre el azúcar de Cuba.
La diferencia de actitudes periodísticas se explica
porque entonces no estaba gobernando Chaves, sino otros presidentes
que se embolsicaban el petróleo.
En El
País, periódico donde desde hace más de 10 años escribo
semanalmente, si dieron la noticia a cuatro columna, pero que el
premio lo había ganado Jotamario Valencia.
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Los medios son
así. Sólo tuvo amplia resonancia la noticia a través del correo
envenenado de Harold Alvarado Tenorio, a quien le agradezco su
comentario de que no me lo merezco.
Cobo Borda me llama el primer poeta del chavismo. La
pinga de Bolívar. Le digo que a mucho honor, pero no tanto por
Chaves sino por los chavos del premio de cien mil dólares.
El libro ganador se llama Paños menores, y es un
homenaje a la sastrería de mi padre, en San Nicolás y en el barrio
obrero.
Lo ganó la edición mexicana, parte del premio fue la
edición venezolana, y en una semana aparecerá, en el sello Planeta,
la edición colombiana,
que dedico a los camajanes del barrio obrero, que me
enseñaron a soportar pobreza y penurias fumando bareta.
Claro que la mayoría de ellos están ahora en los Estados
Unidos, disfrutando del producto de sus pases de baile.
Para
consuelo de los envidiosos, debo confesar que la totalidad de los
dólares de mi premio la invertí en las pirámides.
Foto
Harold Alvarado Tenorio (poeta)
He observado con admiración reverente que este sacro evento
cultural de los médicos se ha convertido en una plataforma de
lanzamiento de candidatos presidenciales.
Ayer tuvimos oportunidad de escuchar a dos, al ex
alcalde de Medellín y a la ex senadora.
Como buen hijo de sastre, no doy puntada sin dedal; de
modo que aprovecho esta noche, frente a este numerosísimo público y
frente a las cámaras de televisión prudentemente apagadas,
para lanzar mi candidatura a la presidencia de mi país,
país que será de todos los que voten por mí.
Será una presidencia con renovación automática, como
las suscripciones de las revistas, para no botar plata en futuros
elecciones ni referendos.
Dijo el doctor Barona Mesa que un gobernante que
quisiera ser atinando debería proveer a su pueblo de los tres golpes
diarios, o por lo menos dos, o así sea uno, para no correr el riesgo
de que le den el golpe a él.
La violencia impera en este país siguiendo el
mandamiento satánico de “Mataos los unos a los otros”, en lo que
hemos resultado virtuosos.
Para combatir el hambre, yo lo convertiría en “Comeos
los unos a los otros”, o mejor aún, en “Comeos a vosotros mismos”
como el personaje citado también por el doctor Barona,
después de nombrar a Ugolino que se alimentó en la
cárcel de las carnes de sus hijos que se le ofrecían para mantener
su vida.
Podría tener la fórmula para acabar con el tráfico
de droga.
Bastaría envenenar un cargamento interceptado con una
pisca de ántrax. Y yo les cuento…
que con que caigan dos o tres magnates de la
publicidad y/o del espectáculo en la Quinta Avenida o en Wall Street,
la madre si alguien vuelve a buscar un gramo.
Lo malo es que si se suspende la exportación, toda la
droga nos la tendremos que meter nosotros,
y quien puede gobernar un país alucinado en pleno
disfrute de los paraísos artificiales a menosprecio. Sólo un
presidente más alucinado que ellos.
Así como Gaitán alzaba el puño para gritar ¡A la
carga!, yo alzo el mío para gritar ¡A cagarla!
El doctor Vera será mi ministro de Salud. Por su amor al arte
y a los poetas.
Su consultorio parece una sala del Louvre. Ha salvado
la vida de muchos artistas e intelectuales.
Recuerdo que cuando el poeta Alvarado Tenorio estaba
como una vaca, pesando 250 kilos por haberse pasado un año sin cagar
debido a una oclusión cerebral,
él lo sometió a una delicada intervención quirúrgica.
Le extirpo panza, bonete y cuajar. Y sólo le dejó el librillo, que
es el que ahora anda ofreciendo por ahí.
Que vivan Cali, Chipichape, Yumbo y Juanchito.
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