El pozo de las
desdichas
Por: Jotamario
Arbeláez
Para: Ana María Forero
Como ha podido verse por mis escritos reiterativos de los últimos
cuarenta
años publicados sobre todo en la prensa,
no he salido de los pozos de la dicha por donde paso, referido no
sólo al panorama amoroso sino al mapa de la salud, a mis encuentros
con personajes notables a la manera del más que notable Gurdjieff,
a mi correría por el mundo a caza de soles y a mis alcances en alas,
y en aras, de la poesía que es una panacea que no tiene cura.
Unos maestros perfectos de la cuerda de JC me prometieron, a través
del espiritismo,
lograr todo lo que me propusiera y percibir asomos de paraíso para
que mi literatura no siguiera siendo de alcantarilla, como algún
académico osara calificar la del grupo.
Me inclino hasta donde la columna vertebral me permite, ya que no
fui afecto a los ejercicios gimnásticos, aunque más bien debería
empinarme para agradecer al Altísimo por los dones que sin
merecerlos ni ganarlos me han llovido del cielo.
Pero debo confesar sin que se me caiga la cara que también me tocó
hundirme hasta el cuello en los pozos de la desdicha, como solí
contarlo en mi prosa dicharachera.
El primer varillazo que me propinó el malhadado destino fue el
cambiazo que me hizo mi primer amor por otro que además ella suponía
que escribía mejor que yo.
O sea que fueron
cuernos por partida doble. Lo que ocasionó que de adehala se me
comenzara a caer el pelo, rayando los 27.
Ello me sirvió para desmandarme a imitación del rey Salomón, con la
diferencia de que no me dejé convertir a la herejía de ninguna
hetaira.
Un desastre amoroso es definitivo. O conduce al suicidio o directo
al nunca bien ponderado desarreglo de los sentidos, que por lo
general culmina en la gloria.
La tusa la superé con creces acrecentadas de las que no puedo
quejarme.
Accedí a una Maga que leía el tarot mientras yo iniciaba a su
criatura, a partir de los 4 años en las artes de la palabra,
llegando a publicar a los 7 años una antología de sus poemas de los
4 años anteriores.
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Se llamaba María
de las Estrellas y murió de un estrellón en la carretera hacia
Tunja. Fue el dolor más grade que ha asaltado mi corazón.
Similar había pasado con la muerte, también por atropello de auto,
del hijastro del poeta Elmo Valencia, Luis Ernesto “El gigoló de los
dioses”, de 10 años.
Fue como si a mí también me hubieran dado con el bómper en el
cerebro.
Ambos niños
nadaístas, traducidos al francés por Boris Monneau, esperan sendas
ediciones este año en París. Ya han comenzado con anticipación las
lecturas en librerías y galerías en la voz de Laura Navarro.
Otros de mis dolores de martillazo se presentaron en la misma fecha,
25 de
septiembre, de años sucesivos, 1975 y 1976.
El primero fue la muerte de mi padre, don Jesús Arbeláez, sastre
nacido en Rionegro Antioquia en 1912.
Un cáncer le invadió la barriga mientras yo le leía el libro La
Violencia en Colombia de Monseñor Germán Guzmán y él lo
complementaba con sus recuerdos.
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Fue el padre de mi
cuerpo que me siguió vistiendo por media vida.
Tan pronto cerró los ojos le llegó una carta de Gonzalo Arango, mi
profeta, despidiéndolo de la vida que “no es más que una mala
sastrería” y remitiéndolo al reservado más placentero del descanso
eterno.
Un año después de su entierro, y mientras asistía a la misa de cabo
de año, recibí la noticia de la muerte automovilística de mi padre
por el espíritu, el poeta Gonzalo Arango, en la carretera de Tunja.
Me enseñó lo que había que leer y a mi espíritu a fantasear que es
soñar despierto. Que persistiera en la poesía en su labor de cambiar
el mundo ya que yo no tenía por qué cambiar.
Qué dolores me asaltaron esos dos 25s de septiembre, día del
atentado septembrino, para completar.
Después de la muerte de mi padre, al quedar en el desamparo, Gonzalo
me tomó de la mano y me presentó a dos zares de la publicidad,
Gonzalo Meza y Álvaro Arango (el nombre del uno y el apellido del
otro),
de Leo Burnett y Propagada Sancho, y ambos me acogieron
sucesivamente. El primer escrito publicitario que me tocó redactar
en Leo fue la esquela fúnebre de Gonzalo.
Claro que después
perdí a mis amadas madre y hermana Mariú, a la gran mayoría de mis
amigos poetas, y se me ha roto el alma en las despedidas.
Pero con mi padre corporal y el espiritual mantengo tal
intercomunicación que me cumplen con todo lo que les pido.
Mi padre me conserva el esqueleto firme y completo y mi profeta el
espíritu creativo y alerta para que las gentes que creen en mí no
pierdan la fe.
La montaña mágica, Sept. 20-22
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