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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.982-562

Fecha: Sábado 01 de octubre de 2022

 

Pintura blanca
 

 

Por: Jotamario Arbeláez

 


¿Qué tal el senador Roy en nombre del cambio poniendo
barreras al arte porque le parece machista y feo?


Debo advertir que dentro del gobierno de Petro me cae bien Roy Barreras. Lo considero un político impetuoso, valiente, atrevido, filudo, sin pelos en la lengua, y que en el gobierno actual fue la persona indicada para manejar el Congreso. Pero esas mismas cualidades como político le han hecho incurrir muy penosamente en territorios de la cultura. Y yo diría más precisamente, en este caso, de la incultura. Cosa que ni le cabe, ni le luce, a tan gentil cultivador del verso. Pudo haber sido un dislate de su carácter, que se lo trataré de hacer ver, sin el menor ánimo de ofenderlo como la ofuscada oposición acostumbra. Me remito a la reflexión de Bolívar respecto del mandatario, al que “no se le profesa amistad verdadera y pura si no se le habla la verdad y se le aconseja el bien”.


        Supongo que hay ímpetus que inducen a tratar de echarse al bolsillo, como se dice, a personas, grupos, etnias, tendencias, y el tener un desempeño descomedido o exagerado genera lo contrario de lo buscado.
 


       Según el mismo senador lo divulgó por las redes -con anexo de grabación arrogante-, invitó a la ministra de Cultura, la nadaísta y camarada y defensora de la paz y de la mujer Patricia Ariza, a pasear por el Capitolio para mostrarle uno de sus murales, precisamente el ejecutado por el maestro antioqueño Ramón Vásquez Arroyave en el techo del Salón de la Constitución, señalándolo como “machista, misógino y además feísimo”, y solicitándole lo aboliera y cambiara por otro. ¿Pretenderá que con el actual presupuesto de la cultura, que es de migajas?


        Trinó: “Invité a Mincultura a cambiar este mural del Salón de la Constitución. Un mural machista, misógino y racista. Sólo “próceres” machos, una sola mujer empequeñecida y los únicos dos afros están encadenados y de rodillas. Los indígenas no existen en esta “historia blanca”… Sólo machos. El esclavo encadenado. La única mujer que está en una esquina es una monja, como un fantasma. Son los próceres.

   

 

 

  

Hay más caballos que mujeres. Le estoy pidiendo a la Ministra que nos ayude a cambiarlo para hacer justicia con la historia de las mujeres y la diversidad cultural del país.” Pero si así era. Los esclavos andaban encadenados. Lo interpreto como una manera de denunciar o recordar el oprobio. No los iba a pintar sentados en canapés tomando mojito al lado de los próceres de la carta magna.


       Y a continuación le planteó a la Ministra una advertencia con cariz de amenaza: “Si no somos capaces de cambiar ese mural, vengo en diciembre y lo grafiteo, le echo pintura blanca porque es una ofensa para las mujeres de Colombia”. La Ministra, muy discreta y tal vez no muy convencida, respondió: “Vamos a buscarle una solución”.
 


        ¡Ah! Con lo peligroso que era grafitear en nuestra alborada, así fuera un ¡Viva! o un “Abajo”. Como se consideraba un delito, cuántos cayeron al piso o al calabozo. “Me tocó correr perseguido / por los jeeps de la defensa civil / empeñados en hacerme tragar / mi galón de alquitrán”. Hasta que el grafito se convirtió en un arte, por cierto bien estético y respetable. Pero no con el estilo royesco, de empapar un mural oficial con pintura blanca.


        Siguió explayándose el senador: “La decoración del Salón de la Constitución es una ofensa contra las mujeres colombianas y la diversidad del país, por lo que tapar esa obra será parte del cambio cultural que busca el nuevo Gobierno”. No veo que esa sea una acertada forma gubernamental de plantear el cambio, ni en las conciencias ni en la cultura. ¿A punta de grafiteo y de baldados de pintura blanca contra una costosa obra de arte se homenajeará a la mujer y las etnias? Me cuesta encontrarle sentido.


          Intervengo, sin comunicarlo previamente a Patricia Ariza, porque considero que no es manera de tratar a una dama, a una artista, a una poeta nadaísta, a una Ministra. Eso sí es, en verdad, una feísima muestra de machismo político. Le solicito templanza al señor presidente del Senado por alguien que milita y ha militado en mi movimiento, donde los agresivos hemos sido siempre nosotros.

 

A mucho honor, o si no pregúntele a su amigo, el doctor De la Calle, el confeso nadaísta al que le devolvieron la paz embadurnada en pintura blanca que veremos cómo se limpia...
Leo en Las dos orillas: “Lo de menos son las motivaciones del congresista, el hecho es que ni él ni la ministra pueden disponer de un bien público como es el Capitolio, donde hay valiosísimos obras de artistas nacionales como Ignacio Gómez Jaramillo, Santiago Martínez Delgado, Alejandro Obregón.

  

 

 

El Congreso y las obras que están en su interior constituyen un bien de interés cultural con la máxima protección patrimonial”.


          El senador Gustavo Bolívar comentó con suma educación a la propuesta de eliminar el mural. “Me parece buena la intención de Roy de exaltar a la mujer. Pero uno no puede intervenir una obra artística de tantos años. Ese fresco tiene derechos morales de autor. En el salón hay muchos espacios donde se puede hacer nuevas pinturas y murales donde la mujer sea protagonista”. Aunque el senador Bolívar no sea santo y ni siquiera beato de mi devoción, por primera vez estoy de acuerdo con él por encima del señor presidente del Senado.


        Una pintura en sí no es machista ni misógina. Y vemos que al autor tampoco le caben esos epítetos. Sobre el también irrespetado artista Ramón Vásquez sabemos que no era ningún pintado en la pared ni encumbrado racista. Nació en Ituango en 1922 y murió en el 2015. Para educarse acudió su familia a la ayuda de damas de la caridad y a la Sociedad San Vicente. Recibió beca para estudiar en el Instituto de Bellas Artes. Trabajó como carpintero y como locero. Fue un artista muralista reconocido en el país. Profesor fundador de la Universidad de Medellín. El mural lo elaboró entre los años 82 y 86, durante todo el gobierno de Belisario Betancur, no muy dado a contratar esperpentos para incorporarlos en Palacio y otros lugares oficiales. Como los que le barrió Virgilio cuando llegó a sucederlo. Debió costar una millonada. Y tenía como propósito conmemorar el centenario de la carta del 86. No era el motivo la exaltación de la mujer, ni la raza. Y la imagen femenina que aparece de manera discreta –“como un fantasma”– es una especie de monja que en nombre de la religión y de la mujer, bendice la escena de los legisladores. Con fragmento de ese mismo motivo se elaboró la estampilla famosísima donde aparecen Núñez y Caro.


         ¿Y por qué se cambiaría el dicho mural? Se les da tema a los malpensados de que se estaría fraguando una cuantiosa contratación muralística. Aunque es posible que con el anunciado grafiteo y la baldeada con pintura blanca –y ojalá de otros colores– que haría por navidades el senador, resulte una obra maravillosa, al estilo Jackson Pollock. Que sea motivo de aplauso internacional. Así no exalte a la mujer sino de manera abstracta.


        ¿Qué tal el senador Roy en nombre del cambio poniendo barreras al arte porque le parece machista y feo? ¿En referencia vergonzosa pero nada qué ver con los impresentables mamarrachos de Dévora Arango? ¿No será una forma de censura como la que aplicó Laureano Gómez en el 48 cuando en el Patio de los Ciudadanos del Congreso, para ocultarlos a la mirada de la Conferencia Panamericana, mandó tapar con pintura blanca –felizmente removible– los murales de Ignacio Gómez Jaramillo sobre la abolición de la esclavitud y sobre los comuneros?
        Habría que ver lo que decidiría el senador si en vez del mural de Vásquez Arroyave se hubiera encontrado con esa obra de autor machista y misógino conocida como La última cena, donde no aparece una mujer ni para remedio. ¿Pintura blanca?

    

 

 

 

 

 

  

 

 

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