Poesía
Nadaísta
Por: Jotamario
Arbeláez
Poeta colombiano
nacido en Cali (1940). Representante y cofundador del movimiento
nadaísta colombiano, desde su primer libro de poemas, El profeta en
su casa (1966), demostró la ironía y la mordacidad que había
asimilado a través de sus lecturas de los creadores surrealistas. A
ésta primera obra siguieron, El libro rojo de rojas (1970), junto a
Elmo Valencia; Mi reino por este mundo (1981), La casa de la memoria
(1985), El espíritu erótico (1990), realizada junto al pintor
Fernando Guinard; y El cuerpo de ella (1999). Como publicista, ha
participado en el diseño de las campañas de los presidentes
colombianos Belisario Betancur, Alvaro Gómez y Andrés Pastrana.
Un día
después de la guerra
Si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor.
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Antepasados
Mis antepasados
entraron a sangre y fuego en América conquistando y arrasando
Mis antepasados se defendieron con los dientes de esta invasión de
bárbaros
Mis antepasados buscaban el oro para cuadrar las arcas de sus
monarcas y saciar sus
propias sedes
Mis antepasados ocultaron el oro de sus ritos al sol bajo tierra y
bajo las aguas
Mis antepasados nos robaron la tierra
Mis antepasados no pudieron recuperarla
Cómo siento en el alma no haber estado en el cuerpo de mis
antepasados
¿De parte de cuál de mis antepasados me pondré contra cuáles?
Poema de Invierno
Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones, los zapatos de todos
amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre para poder ir a la escuela sin mojar los
cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto. |
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Ronda de
la muerte
No hay día que no
traiga
como un fatídico cartero
noticias acerca de la muerte
de algún amigo de la infancia.
No es que estemos muy viejos
ni ha estallado la guerra.
No hay epidemia declarada
ni militamos en la mafia.
Unos adquieren cáncer temprano,
a otros el corazón se los lleva,
de vez en cuando algún suicidio
o un estrellón en la carretera.
Se encuentra uno en los sepelios
y los rescata del olvido
condiscípulos ventripotentes
ya con tarjeta de abogados.
Y la próxima vez que los ves
es en la misma funeraria
con cara de pocos amigos
nadando en flores.
Un día de estos yo seré la noticia
y los niños de entonces
se conmoverán en sus escritorios
por mi desaparición prematura.
Nada tengo contra la muerte.
Pero me hubiera gustado vivir
la promesa de un paraíso
donde el amor fuera posible
sin la espina de su corona.
La lectura en tinieblas
Mi padre no me
dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera e
instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo, del intento de
lapidación de Pablo en Listra y de la pasada por la espada de
Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos. |