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COLUMNISTA |
Pereira, Colombia - Edición: 12.988-568 Fecha: Sábado 15 de octubre de 2022 |
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PRESENTACIÓN DE MI REINO POR ESTE MUNDO EN LA FERIA INTERNACIONAL
DEL LIBRO DE CALI 2022
Por: Jotamario
Arbeláez
Pues bien, otra vez pisando mi Cali, ya no con mis zapatos Farragamo que se me acabaron bailando salsa, sino con mis poemas completos bajo el sobaco que a estas alturas de la vida me producen hartas cosquillas. Son los poemas escritos entre 1960, cuando me estrené con Santa Librada College en vista de que se me había negado el diploma por insurrecto, hasta Mi crucifixión rosada, donde cuento de los cuernos que me plantó mi adorada mientras yo trataba de inmortalizarla como Dante a Laura o Henry Miller a June Mansfield.
Por ese primer poema el colegio me extendió el diploma de bachiller honoris causa, la medalla de ilustre egresado y bautizó con mi nombre su auditorio, con tan mala suerte que a la semana siguiente se vino abajo como amenaza toda la construcción, si el señor Alcalde de la ciudad y la empresa privada no se acomiden a ponerla en pie para celebrar los doscientos años desde que el general Santander la fundara como cortina de humo de la conspiración septembrina, según leí en la revista Semana.
Uno se queja del último episodio desamoroso con la pareja que lo hizo feliz por años, y continúa maldiciendo la vida, cuando no le pone fin con su propia pistola o con una copa de cianuro con hielo. Yo decidí ponerle fin con mi propia pistola y ¡ah bien que me ha ido! “Déjala que se vaya que otra volverá”, me consoló el Monje Loco. Y por una que se fue volvieron por lo menos doscientas, mal contadas pero bien atendidas a cuero limpio.
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Qué culpa tuve yo si asumí como maestros nada menos que a Donatien Alphonse Marqués de Sade y al Conde de Lautréamont. Hoy cuento el cuento de mis cuernos de oro y editoriales españolas me las reciben al mismo precio. Y nadie daba un centavo por mis poemas cuando empecé, es más, ni siquiera se consideraban poemas, como los de casi todos mis compañeros del grupo nadaísta al que me metí. Pero me empecine.
Ya Gabo García
Márquez me lo había dicho cuando gané el concurso de su editorial en
1980: “El escritor o artista que comienza comiendo mierda, y
persevera, termina cagando oro”. Creo que no se refería a él, y
mucho menos a mí, sino a Fernando Botero.
Este camaján del barrio Obrero perseveró, como mi papá cosiendo pantalones y sacos. Fallé tratando de imitar a mis escritores predilectos. Traté de hacerlo con Hemingway pero me quedé en el whisky con hielo. Traté de hacerlo con Burroughs pero no salí de la mezcalina. Trate de hacerlo con Miller pero la tiradera no me dejaba tiempo de hilar una página. Me pasé al cine a imitar a Tony Curtis con su copete glostorizado, el mismo que hizo Una Eva y dos Adanes y declaró que besar a Marilyn Monroe era como besar a Hitler y por eso lo veneré. Sólo aspiraba a parecérmele físicamente en los bailaderos de Juanchito. Pero mis parejas me apodaron Tony Curtido. Ay Tony, qué desasosiego.
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Un día me las
pagarías. Me senté en serio a trabajar todos esos borradores del
pasado que mantenía acumulados cuando apareció
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