EDITORIAL
Las
oficinas están pasando a un segundo plano
Antes era muy difícil
conseguir una oficina en arrendamiento la oferta era restringida y
los trámites inmobiliarios engorrosos y humillantes. Si el interés
era comprarla, los precios por metro cuadrado eran prohibitivos y se
produjo un fenómeno bastante llamativo, los edificios de oficinas
eran para alquilar, no para vender.
Pero ahora la gente terminó adaptando espacios en su casa para
cumplir con sus obligaciones laborales de manera virtual. Y
paralelamente, muchas firmas de abogados, contadores, economistas,
sicólogos, consejeros, arquitectos y consultores empezaron a
entregar las oficinas a las inmobiliarias, acogiéndose a los
beneficios de decretos especiales expedidos por el gobierno
nacional.
Los ventanales de los edificios cada vez tienen más letreros de “Se
Arrienda” o “Se Vende”. Las condiciones que se imponían para
alquilar una oficina, han cedido. Se están entregando con la
condición de que “pague solamente la cuota de administración y los
servicios públicos hasta diciembre. El arrendamiento normal lo
empezaremos a cobrar en enero de 2023”, me dijo un asesor
inmobiliario.
Las profesiones liberales, muchas empresas grandes, incluso
multinacionales, e instituciones del gobierno, han tomado la
decisión de dar un giro hacia la virtualidad. Las evaluaciones
realizadas durante el confinamiento han dejado como resultado que la
productividad creció enormemente y, de acuerdo con encuestas, la
mayoría de trabajadores se sienten mucho más a gusto laborando a
distancia.
Del lado de los profesionales independientes, se entendió que sí es
posible tener una interrelación fluida con los clientes a través de
diferentes tipos de comunicación, sin necesidad de incurrir en los
altos costos de mantenimiento de una oficina, la que esencialmente
representaba estatus y estabilidad.
Las condiciones de bioseguridad obligan a procedimientos engorrosos
para el ingreso a los edificios y el uso de los ascensores, la
limpieza de áreas comunes y de puestos trabajo, el acceso a los
baños, el acondicionamiento de las oficinas para garantizar el
distanciamiento de los escritorios y los empleados, los protocolos
de trámites documentales y el ajuste al aforo máximo para las
reuniones.
En el futuro seguiremos viendo más oficinas desocupadas, menos gente
desplazándose hacia sus trabajos, más personas cumpliendo sus
labores desde casa, y avances más acelerados para garantizar
comunicaciones virtuales seguras y rápidas.
La mayoría está contenta con la virtualidad laboral, menos los
propietarios de oficinas, que atraviesan una situación difícil,
porque sus arrendatarios desocuparon o los que aún están, han pedido
renegociación de los cánones o presentan retrasos en los pagos.
Hay críticas sobre las condiciones de aumento de la carga de trabajo
de algunos empleados; las malas condiciones locativas en las que se
desarrollan las labores; el irrespeto a los horarios; y los
sobrecostos que sufragan los trabajadores en servicios públicos e
internet. Pero son problemas que se pueden solucionar con el diálogo
entre las partes o a través de ajustes a la legislación,
especialmente en lo relacionado con el trabajo en casa y el
teletrabajo.
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Los líderes solo velan por sus propios intereses
Por: Zahur
Klemath Zapata
zkz@zahurk.com
Se ha tenido un
buen concepto de los líderes, ellos como una fuerza defensora de los
intereses de la gran mayoría. Esto venía haciendo parte de la
historia de la humanidad como los personajes bíblicos y sociales que
defendían los intereses de los subyugados. Todo esto funcionó muy
bien en el pasado porque la sociedad no había alcanzado el estatus
que hoy tiene en su desarrollo intelectual. El proceso ha sido lento
en alcanzar el individuo su propio reconocimiento y su equidad
individual. En el pasado era una masa que funcionaba bajo las
necesidades de techo y comida, quien ofrecía esto tenía a su merced
vasallos que estarían allí confortablemente sin importar el trato
que se les diera. Eran simplemente cosas que hacían parte del líder
o patrón.
Hoy vivimos una era donde los niveles intelectuales permiten ser
independiente y en cierta medida autónomos y vivir bajo la regla que
nos imponemos en nuestro propio entorno. El Estado es independiente
conformado por otros personajes que ejercen su poder porque la
sociedad se los da y ellos se exceden pensando que son los amos de
la cosa pública. Aquí es donde nace la confusión entre el Estado y
el individuo. Son dos entidades que conviven en el mismo territorio
como una simbiosis de partes que se necesitan para poder administrar
el territorio donde se regentan. El uno sin el otro no podría
existir, pero la parte que ejerce la administración se aprovecha en
este caso de la ignorancia de quienes los contratan y los avasallan
como mascotas de trabajo.
Un líder hoy es un elemento peligroso por el empoderamiento que él
se toma y ejerce frente a quienes lo han elegido. A su alrededor
crea un ejército protector que obliga a todos los estamentos civiles
y estatales a que funcionen según su criterio y su psicopatía.
El temor al
enfrentamiento y la incapacidad de poderse defenderse más la falta
de poseer herramientas que puedan combatir al agresor, en este caso
al líder, prefieren huir y perderlo todo antes que la vida. Hay un
doble juego en que se amparan estos personajes, la constitución.
Normalmente ella está elaborada como un tratado de derecho donde no
permite que el pueblo y sus legisladores puedan cambiar las leyes
que van en contravía al beneficio de la sociedad. Ella se ve
acorralada e indefensa frente a los criminales y la corrupción que
el mismo Estado ha creado bajo leyes represivas.
El líder o cabecilla siempre vela por sus intereses personales y sus
secuaces, sus negociaciones van enfocadas a sumar
apoyo de donde venga, con tal de poder asumir el
poder y luego repartir el botín, este es el principio de la
democracia. Y como tal se ha visto porque no ha habido filósofos que
esclarezcan estos puntos.
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Una minoría social y que trabaja organizadamente está
entendiendo que los líderes son los que se quedan con la
productividad de todos o destruyen lo que ya está elaborado y que la
gente viene disfrutando.
BUENA PERO MAL TITULADA
Por: Gustavo Alvarez Gardeazábal
Reseña de la última novela de
Juan Alvarez en qué está leyendo Gardeazábal.
Audio:https://www.spreaker.com/episode/51652754
Juan Alvarez es miembro de la
guardia pretoriana que custodia el idioma desde el Instituto Caro y Cuervo,
tiene 34 años. Dos de sus novelas anteriores, “La ruidosa marcha de los mudos” y
“Aun el agua” me impactaron y las comenté en estas notas semanales mías.
Ahora se viene con una novela atrayente pero pésimamente titulada “Dónde viven
las preguntas que seguimos sin hacernos” cuando bien podía haberse llamado “Luis
o Lucía” porque fundamentalmente trata de la vida de Luís un adolescente trans
que las emprende con tanta gana con la vida y a tal velocidad que cuando acaba
la novela ya ha sido elegido congresista, pero como Lucía, pues ha logrado
transformarse vertiginosa y exitosamente.
Narrada por un amigo íntimo de Luís, desde un espacio de clase media opaco, con
pocos elementos ancla que determinen pareceres y arbitrariedades, logra agarrar
al lector desde las primeras parrafadas, hasta que al narrador, cuando Luís
termina el bachillerato y se pierde en el mundanal ruido bogotano para llegar a
ser Lucía, se queda musitando, rumiando su batalla filosófica, psicológica,
novelística o de frustrado sexual, frenando totalmente la narración que venía
tan acelerada. El éxito empero es que el lector, así no le interese resolver el
conflicto sicomoral del narrador frente al fenómeno del travestismo queda
amarrado y termina con cara de satisfacción la novela.
No es un obra tan rutilante como la marcha de los mudos ni tan experimentalmente
inquietante como la del agua, pero como Juan Alvarez, pese a correr diariamente
el peligro de quedar acartonado por ser defensor del idioma en una institución
de tanto peso decimonónico como el Caro y Cuervo, tiene soltura en la prosa,
humor en los giros y sonrisa permanente en las frases poco elongadas, la novela
resulta buena, pero no tiene nada que ver con el título que le puso sino en el
aburridor espacio donde se abandona a volverle importante al lector el tema que
menos interesa de esa cascada luminosa: a resolverle al narrador (o quizás al
propio escritor) su problema psicomoral.
Editó Alfaguara. 140 páginas. |