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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.998-578

Fecha: Sábado 05 de Noviembre de 2022

 

Tango del viudo No. 2
 

 

Por: Jotamario Arbeláez

Para José Luis Díaz-Granados

 

 

En el último año vi a queridos amigos perder a sus impecables esposas.

He asistido de lejos a sus sepelios porque no me acudieron palabras para mitigar su tristeza.


Porque sufría más por ellas que dejaban a sus romeos a merced de los elementos.
Y porque el pésame seco es una palada más de tierra sobre el corazón dolorido.
¿Seré capaz algún día, pensaba, de hacerles llegar un pensamiento que en vez de remover su luto les sugiera que bien vale vivir la pena?

Animal de costumbres se dice que es el hombre, sobre todo el que está habituado a recibir el periódico en la cama, las pantuflas en la sala y la cerveza en la biblioteca.
¿Cómo puede quedar un hombre que al otro día al despertar no tiene a su lado la costilla caliente con quien pasó caliente la noche que le sirva el café caliente, le saque la corbata de rayas, le dé el beso de despedida y se quede arreglando la economía de la casa?

 

Con esta experiencia del vacío es entonces cuando el alma se hiela. Y no es lo mismo la separación o el divorcio, con partición de bienes y nostalgia venteada con aguardiente,

 

 

 

  

más el riesgo inherente de la reconciliación, que la pérdida irreparable patente en el empañado portarretratos y en su desmantelada mesa de noche.

 



Ahora pienso del matrimonio —del que tanto renegamos los anarquistas de antier, entre otras cosas para evitar quedar viudos—, que es una bendición así uno no se case con la prospecta, pues el amor libre con su correspondiente unión libre que tanto nos execraban, se convirtió también en una bendición social y civil.

 

No importa que la señora no sea la alegre muchacha del trapecio volante por encima del cubrelecho tejido por la suegra como regalo.

 

Los viudos sufren más que las viudas, es evidente, porque en ninguna parte del mundo se habla de un viudo alegre.


A lo sumo se chismorrea de viejos verdes, con sus canas al aire, pero estos empiezan a ejercer cuando ya han dejado la casa en orden.

 

Suelen salir muy perfumadillos a aspirar las rosas de la calle ojalá en botón, para recargar las baterías de la imaginación y continuar en la dura brega casera.


Al desaparecer el marido muchas viudas pasan a ser un botín bien apetecible, por todo lo que les queda, pero los viudos por lo general ya no saben qué hacer con su pobre
cuerpo, cuyos miembros se orientan a la ceniza.

 

Más que al polvo. Que de ambos habla la Biblia. Jubilados pero sin júbilo, atrapados en fantasías con el fantasma.

 

En fantasmagorías, yo diría.

 

 

 

Desde luego que existen excepciones notables de notables excepcionales, como cuando las viudas deciden sepultarse con el muerto querido, aunque en un mausoleo  separado, vale decir una mansión confortable, y a los viudos les desciende el cielo a las manos como premio muy merecido por haber sido amantes piadosos con sus cónyuges iniciáticas.

 

Suele vérseles con sus novias novísimas surcando los mares de la memoria en el Yate tengo, como bautizan la nave.
Hacen lo que en los últimos 40 años no hicieron y se convierten en la envidia del vecindario.

 



José Luis Díaz-Granados

 

Al amigo viudo de su entrañable compañera, con quien compartió ese tramo de la vida tan indeleble como deleitoso —a pesar de las tormentas— le deseo que en honor a su memoria y al amor que de ella recibiera, siga tomando el mundo como una herencia centelleante, pues ya tiene un motivo de adoración a la altura de las deidades.


No hay nada en este mundo que oriente y haga valorar más la vida que fue compartimiento que el muerto querido.
Para lo que queda de mundo, es mejor dejar apenas entrecerrada la puerta del corazón, recordado José Luis Díaz-Granados.


Así, la reencarnación del amor se hará posible en alguna esquina.

A lo mejor en la misma persona con distinto rostro. Y si es en otra no importa. También seremos otros a partir de mañana.


De derecha a izquierda: Gladys Siabato (+), José Luis Díaz-Granados, Carolina Díaz-Granados, Camilo Ernesto Orozco.

 

 

  

 

 

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