10 -

 

COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.034 - 614

Fecha: Sábado 28-01-2023

 

Alacranes en la cocina

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

Abuela madruga todos los días a las cinco de la mañana, cuando tañen las campanas de la iglesia de San Nicolás invitando a misa, a moler el maíz y hacer las arepas.

Prepara además los tragos de tinto para despertarnos a todos y el claro, bebida refrescante hecha también de maíz, parecida a la mazamorra antioqueña pero sin granos,

que tomada con leche y un poco de panela raspada es una de las más gloriosas degluciones de la infancia.

Sucede con frecuencia que escuchamos a través del aire límpido de la mañana el grito desgarrador de Carlota la que alborota, acompañado de un hijueputazo doliente,

y todos salimos corriendo de nuestros cuartos, Jorge Giraldo en calzoncillos enarbolando una peinilla,

Adelfa detrás pidiendo socorro,

mi papá en busca de las gigantescas tijeras,

mamá volando con una sola chancleta,

y yo que tan pronto abro el ojo siento que floto sobre mi oceánico charco de orines.

La encontramos emperrada llorando y agarrándose un brazo con la otra mano.

Señala sobre el poyo de la cocina el alacrán que acaba de picarla ─¿hermano del mártir que la picó la semana pasada? ─, al que todos miramos con ojeriza y sitiamos para que no vaya a escaparse,

 

 

 

al tiempo que papá con un hilo negro encerado en forma de horca logra enlazarlo por el séptimo segmento de la cola y sostenerlo en el aire.

 

Mientras se le prestan los primeros auxilios a la vieja refregándole la herida de la ponzoña con alcohol y ceniza,

y ella cuenta los pormenores del insuceso ─cuando estaba tomando la venteadora para avivar el fuego sobre la parrilla con las arepas y a la traición la atacó la dolorosa alimaña─,

 

mi padre con el mismo alcohol traza un círculo en el mosaico, de un jeme de diámetro,

Adelfa arrima un fósforo, y en el espacio del aro de fuego papá hace descender el hilo con el alacrán amarrado que se afana con la misma desesperación de la abuela en busca de una infructuosa salida.

Acorralado, con las pinzas se rasca la cabeza. Finalmente, aceptando la derrota, arquea la cola y se clava el profundo aguijón en su abdomen ─en un haraquiri ritual─

 

y estira las patas en el preciso momento en que se van apagando las llamas.

 

Yo he llegado con la mediecita de aguardiente que ella encaleta en el escaparate y se la ofrezco para que apure un trago doble,

que es la costumbre que ha cogido cada vez que esto le sucede, como antídoto contra el acre veneno.

Pero siéntese, misiá Carlotica, le dice mi mamá arrimándole un taburete.

 

¿De dónde saldrán tantos alacranes y por qué sólo pican a la abuela?

 

Deben entrar de contrabando en los bultos de carbón para los fogones, o entre los racimos de plátano que compra Jorge Giraldo a precio de huevo en las regiones

 

   

donde suceden las masacres.

 

La abuela piensa que es la otra abuela que le está haciendo brujerías.

 

Un día, mientras contemplo la muerte del diabólico arácnido, Jesús Antonio Arbeláez, el sastre que me condujo a la vida,

 

me propina una cachetada gratuita que despierta las protestas de la familia. Gracias a este solemne sopapo me acuerdo de este episodio.

Años después encontraría, en la Vida de Benvenuto Cellini escrita por él mismo, que maese Giovanni, su padre,

le hizo lo propio un día que vio solazándose entre las brasas de la chimenea una salamandra -algo más inusual y significativo que la aparición de la Virgen-,

para que nunca lo olvidara, y supiera que esa contemplación era un presagio de su gloria futura.

 

 

 

 

 

  

 

 

EL IMPARCIAL

Submit

 

 

© El Imparcial Editores S.A.S  |   Contacto 57 606 348 6207  

 

    © 1948-2009 - 2023- El Imparcial - La idea y concepto de este periódico fue hecho en Online Periodical Format (OPF) que es un Copyright de ZahurK.

    Queda prohibido el uso de este formato (OPF) sin previa autorización escrita de ZahurK