“Dios se lo pague”
Por: Jotamario
Arbeláez
Desde hace meses
esperamos ansiosos la visita nocturna del carro fantasma.
No se trata del que echa bala por las ventanillas desde la boca de
los revólveres de los “pájaros” a transeúntes de corbata roja.
Es el carro fantasma de Coltejer que, en desarrollo del programa "Coltejer
toca a su puerta",
arriba los viernes antes de medianoche a una casa de una calle con
placa terminada en un número previamente anunciado.
Tocan, piden el santo y seña y al escucharlo entregan el fabuloso
premio de 500 pesos.
Jorge y Adelfa han invitado a Jesús y Elvia a cine al San Nicolás,
donde presentan esta noche Dios se lo pague, con Arturo de Córdoba y
Zully Moreno. El teatro se especializa en películas mexicanas,
aunque esta es argentina.
Creo recordar que se trataba de un millonario elegante que se vestía
de mendigo y se sentaba en un andén a recibir limosnas.
Sé que desde que apagan las luces y proyectan los primeros vidrios
de propaganda papá se queda profundo y emite unos ronquidos
nerviosos que evapora silbando para risas del público fastidiado.
Y que a mi madre le chocan esas cintas donde sólo ve pobreza;
“con la que tengo
en casa me sobra”, me dijo un día que salimos de ver un quinto
patio, en una con Pedro Infante.
A ella las que le encantan son las películas imperiales, donde se ve
el esplendor de las emperatrices, muchas alfombras, espejos,
jarrones, brocados y diademas.
¿Qué haría nuestra
familia con quinientos pesos?
Podríamos comprar
otro radio, acaso un pick-up y varios discos de 78 revoluciones.
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Sombreros
Stetson para Jorge y Jesús. Ropa para Stella, Graciela y Rupi.
Pagaríamos los dos
arriendos atrasados a don Adalberto. Y alcanzaría para la fiesta de
mi primera comunión.
El radio de Adelfa y Jorge se ha quedado en la sala y ésta la han
dejado cerrada con doble llave.
Mi abuela y yo no podemos escuchar el programa que nos cautiva y nos
tenemos que transar por la lectura de un libro, que si mal no
recuerdo es Ana Karamazov, de Tolstoyevski.
A las once estamos profundos, cuando escucho unos golpes tremendos
con nudillos de acero en la gruesa puerta de la calle.
Me levanto de un salto y grito: “Abuela, son los del carro fantasma
de Coltejer toca a su puerta, y no nos sabemos el santo y seña”.
Salimos en pijama, abrimos y nos encontramos con una multitud de
vecinos y los micrófonos abiertos de los animadores que nos instan a
decir la clave.
Abuela se desgañita quejándose de estos malnacidos que se fueron
para cine y dejaron el radio encerrado y que por eso no sabemos el
santo y seña
pero que es la
única vez que nos perdemos el programa y que no se vayan a llevar la
platica que tanto la necesitamos, no sean infames.
En ese momento
llega por el entejado y desciende mi compañero Flavio Ortiz, quien
vive en la misma carrera 4ª., en el número 20-10,
y estaba esperando
pegado del radio a que el carro fantasma llegara a su casa, listo
para dar el santo y seña él solo, porque sus papás estaban en cine,
y cuando oyó que había parado en la mía, en la número 20-60, y nos
habían corchado, él se lanzó a auxiliarnos.
Alcanza a gritarme desde el patio: “Coltejer es la tela de los hilos
perfectos”, pero ya el carro fantasma ha partido en busca de una
nueva dirección terminada en 0,
ha tocado los tres golpes sacramentales en la casa de los Ortiz,
adonde no alcanza a llegar Flavio de vuelta por el entejado, y así
perdimos todos esa fortuna.
Al regreso del cine mi abuela los recibe dándoles a los cuatro con
una escoba,
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les reclama que por su culpa no sólo no ganamos la
plata sino que quedamos en ridículo en la ciudad,
y el llanto de la abuela se nos contagia a todos en la familia.
Pero lo peor fue
que tampoco les gustó la película.
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