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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición:13.090-670

Fecha: Jueves-08-06-2023

 

La vida en el campo

 

Por: Jotamario Arbeláez


Como habitante irrestricto del casco urbano, pues era en verdad indiferente a ese espacio sin pavimentar ni edificar del orbe llamada el campo,

no recuerdo haber oído en su ambiente el canto de un pájaro en vivo.

A lo sumo en el cine y en la televisión en colores había escuchado lo que el profesor de zoología llamaba trinos, gorjeos, cantos o canturreos.

Y cuando niño, en su jaula de alambre colgada del techo, a la salida de la sala, el de un zorzal propiedad de Jorge Giraldo, “Picunigua”, el esposo de la tía Adelfa,

cazador de guatines y guaguas y delincuentes pues era detective privado,

quien madrugaba a silbarle al cautivo alado para que le aprendiera su canturreo

y tan pronto desayunaba perdices se iba para el trabajo mientras el zorzal – ¿o era un mirlo? – se empeñaba en imitar sus gorjeos.

Respecto de los árboles, recuerdo que me contaba en nuestras recochas la poeta rusa nacionalizada peruana Raquel Jodorowsky

que sólo a los 14 años la sacaron del desierto de Atacama, en Chile, donde vivía con su familia, a conocer un árbol, y lo saludó como si fuera un señor.

A pesar de que mi Cali natal estaba poblada de árboles, entre los que mi padre de origen campesino me señalaba samanes, palmeras, chochos y ceibas de hasta de 23 metros de altas,

 

yo prefería los postes de la luz, hechos por el hombre para una utilidad manifiesta, diferente de cargarse de nidos,

 

y los esquineros semáforos con sus frutos

 

 

 

luminosos de tres colores para organizar la circulación de carros y peatones.

De modo que así pasé la vida hasta cerca de cumplir los 80, cuando realizando mi sueño de 1970

–cuando pisé por primera vez la plaza de Villa de Leyva, en la proclamación del tercer partido del general Gustavo Rojas Pinilla al que le habían robado las elecciones–,

me prometí pasar los días finales de mi obra escribiendo mi vida en dicho lugar.

Y aquí estoy en la casa que me hizo mi mujer con mis premios de poesía y el producto de mis eslóganes a productos que no consumía porque mi mujer prefería comprar de la competencia.

Al lugar lo he bautizado La montaña mágica por quedar enfrente de Iguaque,

cerro en cuya cima está la laguna de donde salió Bachué con su hijo de brazos a poblar la región y el mundo,

luego de lo cual regresaron a la misma laguna donde permanecen en forma de serpientes gigantes que suben a conocer los turistas.

En la propiedad donde edifiqué mi casa en la vereda Llano Blanco de Villa de Leyva tengo un bosquecillo de robles

y alrededor se levantan alisos, guayacanes, ocobos, mangles, alcaparros, coronós, acacias, muelles, jazmines,

y en ellos canturrean en los amaneceres, cuando suspendo la escritura de estos versículos y con su serena serenata matinal me ayudan a conciliar el sueño

Con lo que me gané la vida cantando en las ciudades como el pájaro de mal agüero que soy construí una casa al pie del sagrado cerro de Iguaque,

 

en cuya cima está la laguna del mismo nombre de donde surgió Bachué con su hijo de brazos que tan pronto creció se dedicó con ella a poblar el mundo,

y por ello la bauticé La montaña mágica.

Estoy pues ocupando territorio paradisíaco según la mitología muisca, que no tiene por

 

 

 

qué ser menos verídica que las otras.

 

Siento que esto lo ha repetido ya en otros escritos, pero quien logró vivir en el Edén con Eva no tiene ojos sino para lo que pasa a su alrededor, así el mundo se esté acabando afuera del cerco.

La otra perra, Dina, está enferma de la patita izquierda trasera, lo que le impide correr a galope tendido por sobre los dientes de león mañaneros.

No estaba en mi naturaleza vivir en el campo y he aquí que la vida me ha hecho campo para vivir en él con mi esposa, quien se encarga de que todo marche bien a partir de los huevos del desayuno.

 

Esta mañana llevó a la veterinaria del pueblo a vacunar a mi perro macho, a Monje, quien regresó capado, dizque para evitarle problemas con las perras en celo. La madre. Qué tal que eso hicieran con los maridos.

El taquicardiólogo me ha recomendado no cazar peleas. Ni políticas y menos aún conyugales. Que me desahogue por este medio. Con mis disculpas al público sensitivo.

 

 

 

 

 

  

 

 

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