El poema
de cada día
Por: Jotamario
Arbeláez
Tan importante como confeccionar su poema, sigue siendo labor del
poeta justificar su existencia en un mundo donde tiene poca cabida.
No es su producto un bien de consumo de primera necesidad, se
supone, pues el mundo bien podría vivir sin la poesía, se dice,
sin percatarse que de la poesía emanó la idea de Dios, de la
belleza, del amor, de la fraternidad de los hombres.
Pues “lleno está de méritos el hombre, mas no por ellos, sino por la
poesía, hace de esta tierra su morada”, lo dijo Hölderlin.
Hasta las regiones del infierno, del purgatorio y del cielo
incursionó un poeta supremo para cifrar castigos y premios por el
comportamiento en la tierra.
La poesía puede llegar a ser, y de hecho lo es, una labor de
artesanos de la palabra, forjadores de sueños a martillazos.
La poesía debe ser hecha por todos, y no por uno, dijo uno de los
más grandes, y aquí vamos todos tejiendo la tela. Punto cadeneta
punto, y por lo general destejiéndola por la noche. Porque el poema
va para largo.
El que tiene alma de poeta habita dos mundos, el deficiente que le
fue dado mediante el ardor de unos labios, y el que él compone con
las imágenes en la forja de la palabra.
Con tales términos
del poeta el mundo se amuebla. En ocasiones se desarma. Y laten más
acompasados los corazones.
Pero convengamos
en que con el poema no va a cambiar el mundo de órbita, ni se van a
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limpiar las
escorias adquiridas o hereditarias.
A lo sumo con él se crearon dioses, para echarles la culpa de la
zozobra.
Tanto como cantor de las bellezas de mundo el poeta tiene el deber
de ser el vindicador por medio de la palabra. No puede permanecer
impávido ante las artimañas de la violencia y del miedo.
Con poemas se comunican almas gemelas, se hace compañía el
solitario, supera sus barrotes el cautivo, se da espera el
desesperado.
Por un poeta que
llega al baile de coronación y saca la reina, hay millones que se
quedan como espermatozoides comiendo pavo, pero felices por haber
hecho el camino.
Foto
Carlos Duque
No todo poeta
tiene que desembocar en Dante o en Safo, como no todo sastre
culminar en Saville Row ni todo ciclista en el Giro. Pero con un
haikú venturoso quedó para siempre plantado un otoño de la dinastía
Tang.
Borges se celebró
a sí mismo como “Un
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poeta menor de la
antología”: “De ti sólo sabemos, oscuro amigo, / que oíste al
ruiseñor, una tarde”.
Con el poema se mantiene vivo el difunto, el poema sigue dando más
testimonios de viaje que la Kodak descontinuada. Kodak se llamaba
precisamente el libro de poemas de Blaise Cendrars en su viaje por
el Brasil.
La poesía, como la imaginación para Santa Teresa, ha sido
considerada la loca de la casa. Por donde da vueltas y revueltas
para que las cosas se vean mejores que como las entregan los ojos.
Poetas modernos, no contentos con la poesía urbana que se montó
sobre la bucólica, se han dedicado a confeccionar poemas de
entrecasa. No porque alguna poesía “decore” es indecorosa.
Algunos practican el poema a manera de diario, para contar, en las
rondas del devenir, las alegrías y las tristezas, el esplendor del
paisaje y las tinieblas interiores, el pasmo frente al milagro y el
pavor ante la injusticia.
No todos los días el cuerpo es el mismo pues un sol distinto lo
alumbra.
Y la vida, que es secuencia de visiones, audiciones, saboreos,
caricias y sentimientos, más la reflexión sobre ellos, merece que se
le lleve su hoja de ruta. Para buscarse y encontrarse en el
intimismo mismo.
Aceptando que la poesía pueda usarse a la manera del espejo del
tocador, para preguntarse cómo hacer el mundo más bello.
Debe el poema circular a diario como el pan nuestro de cada día.
Marcar el ritmo de la vida con cavilaciones que vayan de la
satisfacción al desasosiego, del esplendor a la desesperanza, de la
fascinación al oprobio.
Y donde termine por campear el amor y la doliente compasión por los
infortunios de la inerme criatura humana.
Danos Señor palabras para cumplir con el poema nuestro de cada día.
Octubre
16-18
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