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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición:13.104-684

Fecha: Martes-11-07-2023

 

Amores en la Isla de la Luna Verde

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

 

Hay que viajar por amor a las islas de ultramar para poder encontrarlo. Allí, ante su reverencia el océano, nos hemos despojado de todo dejándonos sólo las ropas: de la prosa hiriente del trabajo, de la mezquindad de la competencia, de la camisa de once varas de la moda que sigue, de los duelos de la carne y delos quebrantos del alma.

También nos hemos desnudado para tomar duchas de luna, e inclinado la frente hacia las hirvientes arenas como tributo a las potencias que mantienen el mundo sobre sus goznes.

En las islas han encontrado a Dios y lo confesaron seres tan especiales como Rubayata y Gonzalo Arango. Allí llevaron a templar sus días, como a un exilio en el cielo, poderosos caballeros que se cansaron del poder pedigüeño de las ciudades.

Sólo hay un amor más grande que el que se pierde y es aquel que lo pierde a uno. Y si la pérdida se da bajo una palma de coco, ese amor supera la palma. San Andrés es el más grande lagar del amor, para decirlo con las palabras de ese gran islómano que fue Durrell. Qué mejor retiro que lo más retirado posible, pensaba en mis temporadas de asceta caminando descalzo por entre las olas y los erizos para no pisar nalgas playeras.

Suele criticarse a San Andrés el que sea una cortesana, el que las gafas del comercio no dejen ver el milagro verdeazulado. A San Andrés le debo varios ojos queridos que encontré cuando vine por mi primera

 

 

 

máquina de escribir. La cacharrería no afecta el alma yodada.

Nunca vi nada despreciable en el profesor de álgebra con su televisor sobre el espinazo, ni en la familia ahorrativa dirigiéndose en lancha hacia el Johnny Cay. En cambio sí en muchos esnobistas de penthouse, que adoraban tanto a Providencia para su descanso salvaje que abominaban que tuviera teléfono, que llegara algún periódico, que la luz eléctrica propiciar radiolas y televisores prendidos.

Eso les impedía desconectarse del mundo mientras se hacían sus mascarillas o meditaban en la trascendencia. En nada podía interesarles el mejor estar del nativo, mientras s conservara salvaje el entorno para su recocha.

En un tiempo tuvimos un sueño generacional los poetas: irnos a vivir en gavilla en un sitio que construiríamos con nuestras manos y unas tablas en un terreno donado por un admirador isleño que ya se iba. Se llamaría Nadasterio de los Monjes Juguetones.

Hicimos los preparativos después de Mayo del 68. Nos despedimos de toda suerte de ataduras familiares pasionales. Pero en la autocrítica última descubrimos que todavía éramos demasiado carnales, demasiado territoriales y decidimos postergar la toma anunciada. Además, no habíamos acabado todavía con la sociedad que nos ahogaba, para ir a templar al mar. Había que seguir en la lucha con las armas sin fuego del pacifismo. Los que primero desertaron de primeras se fueron. Los que quedamos no nos queremos ir sin cumplir.

 

 

Siempre veíamos pasar al brujo Simón González conversando con don Guillermo Cabo del porvenir del mundo sobre las aguas. En Simón latía el espíritu del filoso filósofo que fue su padre, nuestro gurú Fernando González. Era un enamorado del aire que es la realidad de los sueños. Un día gobernará sobre estos territorios amados, pensábamos. Y serán más amados porque gobernará con amor y el amor es magia.

 

Y esa magia es la que hoy ha creado el mito de la Luna Verde y sus festivales, donde se da cita todo el Caribe con el hechizo de una

 

 

 

música que no puede ser de este mundo. Es cuando The Rebels difunde su evangelio melódico a través del estremecimiento. Aquel que no ve verde la luna por esos días es porque no alberga una pizca de amor en su corazón. Gonzalo Arango y Pablus Gallinazo compusieron en el 70 una canción tan bella que todo aquel que la oye se vuelve azul.

El pintor Kat anda con la luz del archipiélago en sus bolsillos y ha recreado la isla tantas veces con su pintura milagrosa que ha multiplicado los peces y los problemas. El sabio Pepa (el amigo Pepa de su casa en San Luis) ha sabido dominar el misterio como a un huracán chiquito para llegar a ser el más grande dispensar de sabiduría de la buena.

Pero hay una pareja de amigos que ya son legendarios en la isla de las leyendas. Llegaron de la mano en el año 67 a darle rienda suelta al amor y a sus pinceles en el paraíso. Han extraído de la naturaleza marina todo el esplendor que se puede aplicar al lienzo y la cartulina. Han irradiado amor por doquier y han sido gloriosos anfitriones de aquellos condenados del interior.

Son el “profeta pez” y la “caperuza”. Samuel Ceballos y Fanny Salazar y su prodigioso hijo Mercurio. A ellos en su última carta les confió su esqueleto Gonzalo Arango.

El diablo podrá llevarse a Colombia, que al fin y al cabo es adicto a la carroña. Pero para los colombianos sobrevivientes, la Isla de la Luna Verde, de la barracuda de lágrimas azules, de Pegaso y Cometa, deberá ser siempre la más alucinante promesa.

 

 

No para irse a vivir en ella, que por ahora no cabe una cuchara más. Sino para tenerla como el recurso más preciado que nos devuelva la sensación de la vida con sus corales. Yo la tengo destinada para esconderme de las futuras ex amantes y de los editores piratas.

 

El Tiempo. Septiembre 27-1993

 

 

 

 

  

 

 

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