El poeta
nuestro de cada día
Por: Jotamario
Arbeláez
De nuevo en Medellín, en el 33 Festival Internacional de Poesía,
esta vez bajo el lema: “Migración desde la muerte a la vida”, cosa
que me acaba de suceder y que me dejó el lazarillo de “el
resucitado”. 104 consagrados poetas de 60 países del mundo merodean
orondos por la ciudad, el Gran hotel, los recintos donde los aclaman
multitudes para su asombro, y la mayoría se apresta para saltar a
Caracas al Festival paralelo y a participar en el Primer Congreso
del Movimiento Poético Mundial, en defensa de la vida y de la paz,
bajo el impulso del poeta Fernando Rendón, quien con sus contactos
planetarios en más alto punto ha logrado posicionar la poesía en
uestro mundo.
El periódico El Colombiano puso el grito en el cielo porque entre
los poetas invitados estuviera un ruso, como si los poetas rusos
fueran los que bombardean en Ucrania y viniera a justificarnos la
guerra o a rematar al gastrónomo Facio Lince. Es como si al Festival
de Poesía de Dinamarca no invitaran a Colombia por ser considerado
uno de los países más violentos del mundo. Como si nuestra labor no
consistiera en lavar esa afrenta. Allí fui a leer mis poemas contra
la guerra, que me fueron extendidos a Elsinky, Malmo y Berlín, donde
aproveché para patear su muro y no me dijeron nada. Me regalaron
otro par de zapatos y guardaron los viejos como testimonio.
Tal vez por quebrantos leves de salud no alcance a acceder al
Congreso poético, pero les dejo algunas sencillas palabras sobre mi
pulsión con la poesía y mis deseos hacia el éxito propuesto:
“Tan importante como confeccionar
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su poema, sigue siendo labor del poeta justificar su existencia en
un mundo donde tiene poca cabida. No es su producto un bien de
consumo de primera necesidad, se supone, pues el mundo bien podría
vivir sin la poesía, se dice, sin percatarse que de la poesía emanó
la idea de Dios, de la belleza, del amor, de la fraternidad de los
hombres. Pues “lleno está de méritos el hombre, mas no por ellos,
sino por la poesía, hace de esta tierra su morada”, lo dijo
Hölderlin.
Hasta las regiones del infierno, del purgatorio y del cielo
incursionó un poeta supremo para cifrar castigos y premios por el
comportamiento en la tierra. La poesía puede llegar a ser, y de
hecho lo es, una labor de artesanos de la palabra, forjadores de
sueños a martillazos. La poesía debe ser hecha por todos, y no por
uno, dijo uno de los más grandes, y aquí vamos todos tejiendo la
tela. Punto cadeneta punto, y por lo general destejiéndola por la
noche. Porque el poema va para largo.
El que tiene alma de poeta habita dos mundos, el deficiente que le
fue dado mediante el ardor de unos labios, y el que él compone con
las imágenes en la forja de la palabra. Con tales términos del poeta
el mundo se amuebla. En ocasiones se desarma. Y laten más
acompasados los corazones. Pero convengamos en que con el poema no
va a cambiar el mundo de órbita, ni se van a limpiar las escorias
adquiridas o hereditarias. A lo sumo con él se crearon dioses, para
echarles la culpa de la zozobra. Tanto como cantor de las bellezas
de mundo el poeta tiene el deber de ser el vindicador por medio de
la palabra. No puede permanecer impávido ante las artimañas de la
violencia y del miedo.
Con poemas se comunican almas gemelas, se hace compañía el
solitario, supera sus barrotes el cautivo, se da espera el
desesperado. Por un poeta que llega al baile de coronación y saca la
reina, hay millones que se quedan como espermatozoides comiendo
pavo, pero felices por haber hecho el camino.
No todo poeta
tiene que desembocar en Dante o en Safo, como no todo
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sastre
culminar en Saville Row ni todo ciclista en el Giro. Pero con un
haikú venturoso quedó para siempre plantado un otoño de la dinastía
Tang. Borges se celebró a sí mismo como “Un poeta menor de la
antología”: “De ti sólo sabemos, oscuro amigo, / que oíste al
ruiseñor, una tarde”. Con el poema se mantiene vivo el difunto, el
poema sigue dando más testimonios de viaje que la Kodak
descontinuada. Kodak se llamaba precisamente el libro de poemas de
Blaise Cendrars en su viaje por el Brasil.
La poesía, como la imaginación para Santa Teresa, ha sido
considerada la loca de la casa. Por donde da vueltas y revueltas
para que las cosas se vean mejores que como las entregan los ojos.
Poetas modernos, no contentos con la poesía urbana que se montó
sobre la bucólica, se han dedicado a confeccionar poemas de
entrecasa. No porque alguna poesía “decore” es indecorosa. Algunos
practican el poema a manera de diario, para contar, en las rondas
del devenir, las alegrías y las tristezas, el esplendor del paisaje
y las tinieblas interiores, el pasmo frente al milagro y el pavor
ante la injusticia.
No todos los días el cuerpo es el mismo pues un sol distinto lo
alumbra. Y la vida, que es secuencia de visiones, audiciones,
saboreos, caricias y sentimientos, más la reflexión sobre ellos,
merece que se le lleve su hoja de ruta. Para buscarse y encontrarse
en el intimismo mismo. Aceptando que la poesía pueda usarse a la
manera del espejo del tocador, para preguntarse cómo hacer el mundo
más bello.
Debe el poema
circular a diario como el pan nuestro de cada día. Marcar el ritmo
de la vida con cavilaciones que vayan de la satisfacción al
desasosiego, del esplendor a la desesperanza, de la fascinación al
oprobio. Y donde termine por campear el amor y la doliente compasión
por los infortunios de la inerme criatura humana.
Danos Señor palabras para cumplir con el poema nuestro de cada día.
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