Abuela se
quema
Por: Jotamario
Arbeláez
El 31 de diciembre Jorge Giraldo llega a la casa cargado de cohetes,
triquitraques, papeletas, tronantes, volcanes, buscaniguas, totes,
diablitos y bengalas para quemar esta noche a las doce.
La tía Adelfa lo recibe con un beso y un aguardiente, el pickup
moliendo a todo full un pasillo.
En la cocina están preparando la cena con las guaguas cobradas en la
cacería del fin de semana.
Papá se ha hecho motilar y todos se ríen de la trasquilada. Mamá
está embarazada de Estela, de Graciela o de Toño, para el caso es lo
mismo pues esta historia sucede todos los 31.
Tío Emilio ha venido a almorzar con Ismela y a darnos el feliz año,
dejando sobre la cama de la abuela un rimero de cigarrillos sueltos
para el consumo de la casa.
Como él trabaja de maquinista en la Colombiana de Tabaco, los fines
de año le regalan todos los cigarrillos sueltos que pueda sacar sin
ayudarse de ninguna clase de chuspas. Él se rellena los bolsillos y
por dentro de la camisa.
Yo hace una semana que no hablo porque el niño Dios no me trajo lo
que con tanto berrinche le había exigido, un revólver de fulminantes
de los dorados que venden en el Comisariato.
Papá me dice que lo más probable es que me la traigan los Reyes
Magos el 6 de enero.
Desde las siete de
la noche comienzan a desfilar las “carangas” del añoviejo, un largo
palo de guadua conducido en hombros por dos muchachos,
otros dos o tres
que con palos sobre ella tocan un pertinaz redoble de muertos, una
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camilla también de
guaduas sobre la que llevan un muñeco de paja muerto que es el año
que acaba,
una viuda de negro con una mantilla que le tapa la cara y unas
enormes tetas y nalgas realzadas con trapos, que va llorando y
estirando un cepillo para que le den una limosnita por el amor de
Dios que se me murió mi marido mire ahí lo llevan,
un esqueleto que es la muerte que nos espera con su calva de yeso y
su costillar blanco contra la trusa negra y un demonio que es el
mismo diablo con los cuernos al cielo y una cola que termina en
punta de flecha también pidiendo limosna y tomando trago.
Cuando pasan por la ventana yo me estremezco con la viuda porque es
un hombre, con el diablo y la muerte, y chillo para que salga la tía
a darles la limosnita.
A veces los coge las doce de la noche al frente de nuestra casa y en
ese momento sacan una candela Ronson y le prenden fuego al muñeco.
Y alcanza el máximo arrebato la quemadera de pólvora, donde la
abuela lleva la voz mandante.
Picuenigua, le dice a Jorge Giraldo, echá los cohetes mientras
Marito les va poniendo las mechas, y que Jesús con Adelfa y Elvia
eleven los globos.
Los cohetes salen disparados a asustar al cielo. El globo se demora
en los preparativos, mientras lo llenan de aire con la ventiadora de
las arepas y prenden la mecha empapada en petróleo para que pueda
encumbrarse
y el caso es que se les incendia el primero antes de arrancar para
desconsuelo de todos, con lo caros que están para que estos cajetos
no los sepan encender bien, se queja la abuela,
pero al fin uno
logra elevarse y perderse en las alturas donde siempre se gloría a
Dios y tal vez caerá sobre una choza de paja de las afueras acabando
con el nido de amor de alguna pareja de negros.
Los vecinos,
Ernesto y misia Justa y sus hijos, nos miran con aire de reprobación
desde su ventana,
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ya que somos los únicos en la cuadra que nos atrevemos a quemar
pólvora en estos tiempos violentos, lo que puede ser aprovechado por
los “pájaros” para pasar echando bala.
La abuela acapara las bolsas de papeletas y tronantes, que va
encendiendo con un pucho que sostiene en la otra mano y tira al
centro de la calle para que exploten
mientras yo acuclillado sobre el andén raspo los diablitos que se
prenden en un hormigueante chisporroteo.
Los buscaniguas pasan serpeando fugaces entre todos nosotros que
saltamos para que no nos quemen los pies.
De pronto una chispa de la mecha de un tronante recién encendido por
la abuela cae en la bolsa y le revientan por lo menos cincuenta
mientras ella grita hijueputas me quemé, me volé la mano,
y se agarra el brazo que acostumbran picarle los alacranes.
Vuelve a presentarse la corredera, que traigan unos gajos de cebolla
larga, que le unten vaselina, que le metan la mano en agua, que
corran a la farmacia a avisarle al practicante.
Tan de buenas esta Lota, dice Jorge Giraldo, que no se voló la mano
sino que sólo le quedó entumecida, y yo corro a abrir el escaparate
y sacar la media de aguardiente para pasarle un trago.
En vista del bochorno del accidente y para agradecer a Dios que no
fue más grave dejamos la cena de medianoche para el desayuno del
primero de enero y nos entramos a acostar antes de que nos suceda
una verdadera desgracia.
Jorge Giraldo aprovecha para volarse de parranda adonde sus otras
mujeres
y a la mañana siguiente nos damos cuenta de que después de que nos
dormimos pasó el carro fantasma haciendo unos tiros contra la
fachada de nuestra casa
y que la sirvienta de la casa vecina que había peleado con el novio
se envenenó con unos totes que encontró abandonados en el andén y la
llevaron al hospital de San Juan de Dios donde le están prestando
los primeros auxilios.
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