El
pasajero de Betania
Por: Jotamario
Arbeláez
Llego a Medellín invitado por la X Internacional Nadaísta, convocada
por Sergio Restrepo de Comfama y Gustavo Restrepo de Otraparte,
ante la iniciativa del residente en Nueva York Michael Smith, hijo
de Rosa Girasol, la poeta compañera del profeta Gonzalo Arango
durante su vida de nadaísta.
Me alojo en el Gran Hotel como tantas veces en los atiborrados
Festivales Internacionales de Poesía que dirige Fernando Rendón.
En esta oportunidad, como el espacio está casi vacío, me conceden
una suite de príncipe.
Para ponerme a tono salgo a caminar por las calles del centro en
busca del recuerdo de los amigos que ya no están, pues todos los
nadaístas medellinenses de la primera cochada se fueron,
con la excepción del gran poeta revisionista Eduardo Escobar,
residente en su finca monástica de San Francisco, Cundinamarca.
No veo a Jaime Espinel “Barquillo” entre parroquianos de bares
extrayéndoles temas de sus historias para la biografía íntima de la
ciudad que era su obsesión.
Ni al nervioso “Cachifo” Humberto Navarro tratando de vender el
cuadro de algún amigo para tener provisiones mientras trataba de
culminar su novela;
ni a Dariolemos paseándose por Junín con su camisa y su alma recién
planchadas para pasmo de las muchachas;
ni a Amílkar U escribiendo en una mesa del Astor sus cuentos
objetales;
ni a Malmgren
comprando materiales para elaborar sus cuadros masculinos y
menosculinos que provocaban pellizcarlos;
ni al “negro” Billy ensayando para un concierto en el cementerio;
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ni a Dina Merlini
caminando al lado de Patricia Ariza estrenando sus medias negras a
la moda de la existencialista Juliette Greco.
Busco los bares
donde se reunían pero no sólo ya no están ellos sino que los bares
tampoco están.
Alberto Escobar
carretillea a Gonzalo Arango en1960.
Como a mí también me dieron por muerto hace poco y fui llorado
copiosamente, tal consta en las redes humedecidas, pero no tuve
tiempo de descender a los infiernos que ya bien conocía,
fui invitado para que contara lo que sentí viéndome envuelto en las
tinieblas tanto exteriores como interiores.
Acompañado de la mano de la novia de la cuarentena la poeta Sarah
Beatriz Posada para no caerme de los andenes dados mis 82 peldaños
subidos,
me dirigí a la Plazuela San Ignacio, sitio donde nació oficialmente
el nadaísmo con una quema de libros y la lectura del primer
manifiesto,
donde conversaría de la vida y sus derivaciones con Luis Alirio
Calle.
Ingresamos por el Pasaje peatonal Cervantes, con jóvenes sembrados
en las aceras y mesas en la vía.
Como aun había tiempo, pedí a mi guía que buscáramos un lugarcito
para tomar unas notas introductorias y un licor suave dado mi
trombo, para soltar la lengua curada ya de improperios.
Atisbó por una
puerta que daba a un bar misterioso y me indicó que podría ser allí.
Y vi en el portal una foto de Gonzalo Arango que me guiñaba un ojo.
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Se me aguaron los
míos pues vi que era la señal que esperaba, ya que no había
encontrado huellas de los otros conmilitones. Entramos.
El lugar mostraba fotos del profeta saturando las paredes.
Pregunté al mesero por qué había tal despliegue de tal personaje. Y
me dijo que al fondo estaba la sala Gonzalo Arango de Teatro El
Trueque,
donde se estaba ensayando una obra del mismo autor que se
presentaría el sábado a las 7, Pasajero de Betania, tomado de las
Memorias de un presidiario nadaísta, que prologué.
Decimos al mesero que queremos conocer al director y él,
suponiéndonos compradores de boletas, va por él, por José Félix
Londoño, quien encarna al profeta en la obra.
Él me reconoce y me abraza y me dice que esa obra fue montada en mi
honor en vista de mi resurrección y vecino conversatorio.
Que ya iba a buscarme para traerme pero me le aparecí primero.
Hablamos largo, de su amor por el personaje que encarna, de que hace
10 años presenta esa obra.
Que me espera en el reestreno el sábado a las 8, me da boletas.
José Félix
Londoño, director del teatro, Jota y Sarah Beatriz. Foto Andrés
Uribe.
El conversatorio es fantástico. Cientos de personas sobre todos
jóvenes suspensos en sus sillas durante una hora y media,
donde se exalta el momento hace 65 años en que en ese sitio nació el
movimiento más reprobado de la historia de Colombia, una de cuyas
integrantes hoy dirige la cultura del país.
Nadie puede creer que haya resucitado tan bien parado. Tanto yo,
como el nadaísmo que nunca muere.
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