Fundado el 9 julio de 1948

Por Rafael Cano Giraldo -1948-1981

Publisher: Zahur K. Zapata - 1981 –

  Las opiniones expresadas por los columnista son de su exclusiva responsabilidad y no comprometen el pensamiento de El Imparcial

Pereira, Colombia - Edición:13.173-753

Fecha:Sábado-09-12-2023

 

EDITORIAL

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EDITORIAL

 

Falta conciencia


En Colombia falta conciencia. Conciencia ciudadana, conciencia en el trabajo y conciencia como seres humanos…

La falta de conciencia nos ha traído a este punto, este hilarante punto de frustración en donde no sabemos qué hacer con lo que anda mal. No sabemos qué hacer con las guerrillas, porque si seguimos la guerra los números de muertes y daños se incrementan, pero si concedemos el proceso de paz los daños y muertes se incrementan sólo de un lado. evidentemente este problema proviene de la poca conciencia política que tenemos, en otras palabras, el no saber perfectamente por quien es que votamos, es la razón de la gran mayoría de males de nuestro país, puesto que terminamos eligiendo a la persona por el rostro que mostró en elecciones pero nunca no preguntamos cómo ha sido su modo de ser a través de su historia política, mostrando de esta manera que en muy pocas ocasiones la forma de solucionar las dificultades no es de nuestro agrado, o peor aún no dan soluciones.

Pero, esta falta de conciencia no es necesariamente una falacia existencial, sino económica, es decir, gastamos más tiempo trabajando que percibiendo, investigando y estudiando, claramente este es un problema como sociedad y el manejo que las empresas dan a sus trabajadores, privandolos de cualquier posibilidad de darse cuenta que es lo que necesitan. En efecto, dado esta imposibilidad que las empresas le dan a sus trabajadores, no es completamente normal que los políticos que ganan las elecciones por lo regular suelen contribuir de una u otra manera a las grandes empresas, dejando de tal manera al sujeto, con un cansancio tan grande que sólo le queda salir en un círculo vicioso infinito.

No obstante, ¿en serio podríamos afirmar este círculo vicioso sin más? No deberíamos mostrarnos con resistencia ante este constante adormecimiento creado por la sociedad de consumo, después de todo en serio necesitamos todo en lo que gastamos o es acaso ahora nuestras pertenencias las que nos definen como sujetos, bueno de hecho ahora nuestro modelo de vida le dice mucho a la sociedad y nos volvimos dependientes de este mostrar y ver, auto- expropiandonos de nuestra identificación como humanos, ahora parecemos productos, siempre a la espera de ser vendidos de la mejor manera, aun cuando esta espera y preparación pueda llevarse todo lo mejor de nuestra propia existencia, entre ello, todo nuestro tiempo.
 

 

 

La inocencia esta arruinando a los colombianos


Zahur K. Zapata
zapatazahurk@gmail.com

 

Las guerras no las hace el pueblo. Las guerras las generan los que tienen intereses en los bienes ajenos y someten a sus lacayos a pelear por lo que no es de ellos. Esta simbiosis se ha sostenido por siglos sin que los lacayos entiendan que ellos son los perros falderos de los que están en el poder que el lacayo le ha dado.

La sociedad es lacaya de los políticos y ella es inocente de esta situación, porque al carecer esta de independencia intelectual se ve sometida a quienes poseen un poco o más capacidad para discernir sobre asuntos públicos o manejo del bien común. Este fenómeno se viene dando desde los principios cuando el ser humano establece la casa como hogar para su tribu o grupo social.

Hoy, en los albores del siglo 21 de nuestra era, podemos ya distinguir la diferencia de conductas humanas que actúan según sus intereses personales en contravía de la leyes y principios que el Estado establece para sostenerse con los impuestos que la sociedad paga para el bien del establecimiento.

Derrotar el establecimiento como tal, seria una batalla de nunca acabar, porque sus raíces son tan milenarias que cada vez que se arranca la mata, algo queda en la profundidad de la conciencia humana que vuelve a renacer como si fuera un nuevo principio.

Estamos tan acostumbrados de tener líderes, pastores y maestros del malabarismo mágico que nos harán creer que somos seres incapaces de avanzar por nuestros propios medios y que ellos son los que pueden hacer que la vida renazca nuevamente por un acto de fe.

Nuestra vida es solo un espacio, hipotético, que cada uno de nosotros lo vivimos como se nos presenta a cada instante. No podemos predecir el mañana, pero si organizarlo para que sea más fructífero o quizás menos angustioso. Pero eso sí, si no se nos atraviesa una sabandija que nos estropea todo lo ya hecho.

Debemos detenernos un instante, y comenzar a evaluar nuestra propia vida y tomar decisiones sobre nuestro propio bien y de aquellos que dependen de uno. Y no dejar que nos tomen como sus mascotas para ellos beneficiarse de nuestro trabajo y sueños de nuestra existencia.

El camino está por recorrer y solo necesitamos dar un paso para hacerlo corto y
cambiar de lugar de donde estamos  

 

 

 

ahora. Nunca ha sido tarde para alcanzar las metas que cada uno se impone y lograr el objetivo final.

 QUÉ LEE GARDEAZABAL
El Ritmo de Harlem
de Colson WhiteHead
editado por Random House

 

Gustavo Alvarez Gardeazábal

Audio:

https://www.spreaker.com/episode/57952861

El autor de esta monstruosa novela es un profesor negro de Columbia y Princenton, ganador dos veces del respetado premio Pulitzer, de la beca Guggenheim y del codiciado premio Mac Arthur.

Por supuesto por su titulo, por ser el autor un afro alabado por unos y otros y por la frescura narrativa que exhibe desde el primer renglón hasta el último, cuando se queda mirando como construyen los primeros muros del World Trade Center en los años sesenta, esta novela es una novela de negros, una novela de Harlem y una novela de hampones.

Es una novela sobre y para reducidores. Es de una perfección estructural de tal magnitud que cuando se termina de leer y el premio gordo de vender y comprar tantas cosas robadas no lo logra el personaje principal, el señor Cartney, el dueño del almacén de compraventa de muebles ni con las claves encontradas en el último maletín del millonario descarriado que fungía de socio y amante de su primo Fredy, ni siquiera en ese momento final, uno se siente frustrado o al menos desilusionado.

Y no se siente así porque la narrativa del autor de EL RITMO DE HARLEM permite meterse por tantos recovecos del ultramundo del barrio negro de New York, que el asunto central, la historia del señor Cartney, el vendedor de muebles usados, sobreviviente de todas batallas y todos los enredos ha copado con creces la atención de cualquier lector.

Hay entonces un manejo admirable de tensión como elemento tradicional de la buena crónica. Pero también un habilidoso tratamiento de la descripción de los perfiles de los personajes, grotescos casi todos en esa barriada, al punto que el lector no necesita sino imaginarse frente a una pantalla donde el audio le describe lo que está viendo o lo que se está imaginando sin que se lo digan.

Es un libro a todas luces recomendable para poderse enredar en la maraña oscura neoyorkina o en la estridente del barrio Harlem que rodea al Hotel Theresa y así y todo el enredo resulte exagerado, también permite sentirse inmensamente satisfecho.

El Porce, diciembre 9 del 2023

 

 

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