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Pereira, Colombia - Edición: 13.183-763 Fecha: Jueves 28-12-2023 |
COLUMNISTAS |
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Contratiempo
Por: Jotamario Arbeláez
Álvaro Barrios y Teresita Gómez
Bienaventurada la
generación en la que me tocó desenvolverme desde que asumí el uso de
la sinrazón en el arte y la poesía y el comportamiento desacompasado
en los albores de la sesentena. Generación es algo muy amplio que
comprende tendencias varias, por eso nos constituimos en un clan
algo 96clandestino que pretendió rearmar el mundo que le había
quedado mal hecho al creador y a los formuladores de sistemas
sociales y religiosos. A puro pulso y sólo con la fuerza de la
palabra categórica cargada con las balas de la protesta.
Sobrevivimos a las incomprensiones del siglo pasado incorporados
dentro de las variantes de la demencia por haber esbozado entre
otras propuestas el arte feo y la poesía descomprometida como el
amor. Aparte de Malmgren Restrepo de Medellín y de Kat y de Leandro
Velasco de Cali, que fueron nuestros iniciales paradigmas en la
pintura, aparecieron tres monstruos que en su veintena fueron
bendecidos por la papisa de la crítica Marta Traba: Norman Mejía,
Pedro Alcántara y Álvaro Barrios. Hoy ya no están Marta, ni Norman,
ni Kat que desapareció sin consagración, ni Leandro ni Malmgren a
quienes se los tragó Nueva York hasta que encontremos cómo
recuperarlos.
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grafismo Colombia con las letras de Cocacola, de
Antonio Caro, a los que agrega su toque. Barrios hizo parte del nadaísmo
inicial del grupo de Barranquilla con el otro Álvaro, Medina,
quien se firmaba como José Javier Jorge, quien acaba de publicar una novela
colosal, Sol marchito. De las paredes de mi sala en la Montaña mágica pende la
serie de dibujos que hizo Barrios en el 66 para ilustrar el libro de poemas del
caleño Jan Arb, que solo vino a editarse en 2016, por Caza de libros. De los dos
Álvaros arenosos también encontré un par de collages surrealistas del 65 que
aproveché para hacerles firmar. Y recordé que una versión del Testamento de
Gonzalo Arango, quien tan orgulloso se sentía de su aporte termina, más que
legándole, encomendándole a Álvaro Barrios el porvenir del arte pictórico. El
reencuentro fue una fiesta por los salones de la espectacular galería, donde mi
hijo Salvador hizo tomas para manifestaciones futuras.
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a los asistentes. La he escrutado y evocado en el libro con su
nombre que escribió
Beatriz Helena Robledo sobre su andar y sus pesadumbres, pero también sobre cómo
se encumbró a gran estrella. Y refiere sobre su encuentro con los nadaístas en
la cafería Versalles de Medellín, donde intimó sobre todo con Gonzalo Arango y
el Negro Billy, cantante, con quien hizo un primer concierto de Negro Spirituals.
Aunque no era nadaísta declarada sí nadaba con nosotros en el enfrentamiento a
una sociedad que nos rechazaba, y en especial a ella por el color de su frente.
La historia de su vida devino en leyenda. Vulnerada, humillada, menospreciada,
merced a su arte de pianista ha logrado ser el orgullo de Colombia, como lo ha
logrado el otro morenazo con su pintura, aunque éste desde siempre fue valorado. |
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