Pereira, Colombia - Edición: 13.184-764

Fecha: Sábado 30-12-2023

 

 COLUMNISTAS

 

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Las crueldades del Niño Dios

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

Fue el poeta Jaime Jaramillo Escobar, cuando cumplí 20 años y él se firmaba X-504, quien me regaló esta edición pirata empastada en cuero de foca de Los evangelios apócrifos.

Fue el poeta Jaime Jaramillo Escobar, cuando cumplí 20 años y él se firmaba X-504, quien me regaló esta edición pirata empastada en cuero de foca de Los evangelios apócrifos, de la cual he leído todos los días de mi vida -aún en los de retiro del mundo, cuando he fingido catalepsias o en mis inconfesables lunas de miel-, versículos que han templado mi alma, y en los últimos tiempos me han impelido a imitarlos para contar las andanzas de nuestro santo y loco movimiento nadaísta y las mías propias.

Comenzaban los ardientes años 60, en pleno verano de nuestro descontento, cuando todo lo sagrado pasaba a ser revisado y “sólo se conservaría aquello que esté orientado hacia la revolución, y fundamente por su consistencia indestructible los cimientos de la sociedad nueva” (Primer manifiesto). Sólo leíamos y practicábamos con pasión a anarquistas, iconoclastas y dadaístas, de Bakunin a Tzara pasando por Lazlo Toth y el emperador León III el Isáurico. La lectura de la Biblia canónica era sustituida, por el momento, por los evangelios de marras –insuflados a improbables escribas por númenes más inspiradores que el espíritu santo-, los cuales aún leídos sin fe nos llenaban de fervor por un Cristo aún más fantástico.

Afirma Borges el escéptico que este libro atribuye al Dios baby crueles milagros, propios de un niño todopoderoso que no ha alcanzado todavía el uso de razón. Instigado

 

 

 

por este señalamiento, y porque estamos en vísperas de Navidad en uno de los países más sanguinarios del ancho mundo, ¡Viva Colombia!, incurro en las páginas del Evangelio de Santo Tomás, que es uno de mis preferidos -con el Evangelio árabe de la infancia-, para repasar algunas de las aventuras del Mesías irrazonable.

 

Se habla en principio de que a los cinco años se entretenía, con el simple uso de su palabra, en detener un arroyo para contemplar quietas las aguas. Y que el hijo de Anás, el escriba, con una ramita de sauce movía las aguas para que siguieran su curso. Ante lo cual Jesusito, encolerizado, lo maldijo comparándolo a un árbol seco, y el niño se secó por entero. Y se cuenta a renglón seguido que cuando atravesaba una aldea, otro niño que venía corriendo lo chocó por la espalda e irritado exclamó Jesús: No continuarás tu camino, y el niño cayó muerto ipso facto. Los cadáveres infantiles eran llevados por sus padres ante José, y se quejaban de semejante hijo que en lugar de bendecir, maldecía, produciendo muerte a granel. Y les instaban a que abandonasen la aldea.

José lo reprendió, pero el niño como respuesta lo que hizo fue dejar ciegos a los

 

 

 

 

acusadores. Y lo más que pudo hacer el padre impotente fue propinarle un fuerte tirón de oreja. Sólo después de que hubo deslumbrado al maestro de escuela Zaqueo y de recibir su aquiescencia, se avino a desmaldecir a los maldecidos y tanto ciegos como muertos recuperaron la vista y la vida. Y en adelante se dedicó a resucitar a cuanto fallecido se iba encontrando.

 

Si se arrepintió el niño Dios, ¿por qué no me puedo arrepentir yo que no soy tan niño? No hay nada más cómico, ni más trágico, además, por lo inexplicable, ni que sorprenda por igual en los cielos, en los infiernos y en estas tierras, que la conversión de los anticristos. Aunque habría que aclarar que Anticristo no hay sino uno. Y lo más asombroso es que eso haya llegado por la lectura de Los evangelios apócrifos.

A diferencia de nuestros primeros tiempos, cuando combatíamos a grito herido a punta de panfletos y de blasfemias, ahora lo hacemos con pacientes parábolas, a ver si por fin alguien nos para bolas. Ya no se trata de seguir matando en Colombia, a bala o con la palabra, sino de resucitar a los muertos. Alguien tiene que hacerlo, señores asesinos y mandatarios, así sea con una justa reparación. ¡Amén pa’ las ánimas!

 

 

 

  

 

 

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