Los
titiriteros
Por: Agustín
Perozo
En nuestros
pueblos latinoamericanos, entre las nuevas generaciones el mayor
porcentaje no lee, no investiga, no duda… su lenguaje se va
empobreciendo y así, como advirtió Clavé, se diluye el pensamiento
crítico, si este alguna vez se anidó en estas mentes.
Hay temas que no por su complejidad, sino por múltiples aristas, hay
que abordarlos como un collage literario, citando e insertando
fragmentos de textos de autores que fortalecen los argumentos del
contenido. Esto haremos en esta entrega.
Al presente, como en otras etapas cíclicas, ‘deuda + inflación’ es
el binomio que a muchos atormenta. Dos variables que van en
vertical. Deuda pública que se honra con impuestos, inflación que
luce desbordada, empobreciéndonos. Le añadimos los conflictos
bélicos en Europa y Oriente Medio, en lo geopolítico; y en lo
interno, los cuestionados resultados de muchas políticas de Estado,
con sus andamiajes legales evacuados por los legisladores, en países
como la República Dominicana.
Los políticos, señalados como corruptos y revestidos de impunidad
por estructuras judiciales permeadas, aunque desfalcan al Estado con
cifras impensables, los capitales que los auspician son los
verdaderos grandes beneficiarios de esas maniobras. Los políticos y
los poderes del Estado son herramientas de estos. Es el reino de la
perversidad: los titiriteros del gran capital, por un lado; los
títeres politiqueros, por otro lado; y en el inframundo, los
votantes que los perpetúan.
En este reino se premia la mediocridad, la deshonestidad y la
incompetencia. ¿Una muestra de esta incompetencia abismal? En el
caso de la República Dominicana, al 2024 exhibe una deuda pública
consolidada sobre los setenta y cinco mil millones de dólares y
subiendo, aun cuando el Estado dominicano ha dispuesto de unos
cuatrocientos mil millones de dólares en los últimos treinta años y
seguimos con índices de un país subdesarrollado. «Para muestra un
botón», como el dicho.
Para los que aún no acaban de entender el enorme negocio de la
deuda, en el Presupuesto del 2024 la República Dominicana destinará
el 3.6% del PIB solo para el pago de intereses de su deuda pública
consolidada. El peso de esta es de aproximadamente un 60% de sus
recursos presupuestarios. El déficit presupuestario, año tras año,
hay que cubrirlo con más endeudamiento público lo que se traduce en
pagar más intereses… repetimos, año tras año.
Todo eso es conocido, nada nuevo. El votante, también lo sabemos por
demás, es quien sube y justifica al político. El buen político no
necesita escrito alguno, el malo sí. El mal político es el perverso
peón que hace posible todo atraso social en estas sociedades
inmaduras.
El tema de interés es ese votante boto, que es mayoría, patrocinador
de su propia desgracia. Decía Paulo Freire: «El sistema no teme al
pobre que tiene hambre, teme al pobre que sabe pensar». Ponerlo a
pensar correctamente es el desafío. Que no piense es la diana del
titiritero.
Todo esfuerzo que
se haga, por la prensa digital, las redes sociales y los medios
televisivos y radiales, para concienciar ese votante es un acto de
contención a lo que se nos viene arriba en democracia. Según la
neurociencia, detrás del «coherente voto duro», esa psico-rigidez
tiene sus explicaciones. Nuestras masas han desarrollado su propio
síndrome de Estocolmo. Hans-Hermann Hope, teórico de la escuela
austriaca, escribió en su libro «El Dios que fracasó», que la
democracia es
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la principal causa de la descivilización. Si
la
base es una masa de descerebrados, ¿qué se puede esperar del cuerpo entero?
Seguimos con Henri de Man en «La era de las masas y el declinar de la
civilización»: «Cuando nos encontramos en medio de una multitud, cuando
escuchamos por ejemplo a un orador en el curso de una reunión política, nos
basta observar a nuestros vecinos, para recordar lo que hemos leído a menudo
sobre el tema del primitivismo del alma de la masa. Desde que Gustave Le Bon
escribió su libro sobre la psicología de las multitudes, innumerables psicólogos
han seguido sus huellas y han analizado los motivos por los cuales el individuo
se comporta diferentemente según que esté solo o en muchedumbre. Su personalidad
consciente queda entonces recubierta, por así decir, por un alma colectiva
subconsciente. El sentido crítico desparece al mismo tiempo, y se produce un
regreso a una etapa más primitiva de la evolución intelectual. Las
características más aparentes de ese fenómeno son muy conocidas: identificación
con un yo ideal encarnado en la persona de un jefe; inclinación a tomar como
propios los «slogans» y las afirmaciones lanzados por el jefe; facilidad con que
se propagan las olas de entusiasmo, de furor o de odio, etc.»
Predomina la visión pragmática de que si el país marcha, la corrupción resulta
aceptable. La mente de quienes se autoengañan resuelve esta disonancia cognitiva
“aceptando la mentira como una verdad”.
Dijo un político criollo, presumiblemente honesto, pues aún no ha ejercido un
alto cargo público alguno para reconfirmarlo como tal, que la verdad no
descalifica; que la verdad nunca ofende. Y que el voto se ha transformado en un
bien económico, cuyo valor de uso mutó a un valor de cambio. Habló de la
disociación entre el Estado y el individuo; que la separación «Estado, pueblo»
es un diseño para distraer y tener control. Y continúa explicando que la única
forma de entender los fenómenos sociales es a través de la comprensión de las
acciones individuales.
Amplió sus razonamientos cuestionando: «¿Las élites políticas y los poderes
económicos manipulan y condicionan las demandas populares?, señalando que, según
Atilio Boron, la realidad incuestionable radica en el fracaso manifiesto de los
gobiernos democráticos para materializar la fórmula propuesta por Lincoln: un
«gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». El desencanto arraigado
no proviene de una presunta «mala ciudadanía», sino de los errores flagrantes y
la incapacidad de los gobiernos para cumplir con su promesa esencial”. Le
añadimos, reiterando, la complicidad de la clase política y de sus gobiernos con
el gran capital, sus agendas e intereses.
Pero: «Sabemos que nos mienten. Saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos
mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten. Y aún así, siguen
mintiendo», (Alexander Solzhenitsyn), y le agregamos, «y aún así seguimos
votando por ellos». No se le pide a la población que lea tratados de política,
sociología o economía para que vote con cierto nivel de dignidad y lucidez.
Olvidemos que la honestidad sea un ejercicio ético-moral sino más bien una
necesidad práctica. Ya es un tema de supervivencia elemental para estas
sociedades, por alarmista que parezca.
¿Quién no desearía vivir en un entorno donde un pequeño productor de fresas las
coloca, sin ser las ventas atendidas por dependiente alguno, en una mesa al
borde de la carretera, en bolsitas de 200gr debidamente etiquetadas con el
precio, y suficiente dinero suelto en una pequeña canasta de mimbre para que los
clientes, si no tuviesen menudo, hagan la operación por sí mismos, sin robar las
fresas ni el dinero? Sí, hay sociedades avanzadas donde esto es real en algunas
zonas rurales, por lo tanto no es un ejemplo imposible de honestidad colectiva.
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Rousseau planteaba que «el
hombre es naturalmente bueno y es la sociedad que lo corrompe». En contrapeso,
Maquiavelo sentenció que «el hombre es malo por naturaleza, a menos que se le
doblegue a ser bueno». La experiencia nos sugiere que el hombre es proclive
naturalmente a la maldad. La naturaleza no tiene códigos ético-morales. Si es
preciso robar, robará, si es preciso mentir, mentirá. Si es preciso matar,
matará. Así pues, todo hombre que se constituya bueno en un mundo de malvados
está destinado a planificar su propia ruina.
Ursula Le Guin fue un paso más allá, exponiendo que: «Somos los únicos animales
capaces de mentir con el arte de las palabras. Podemos pensar y hablar de cosas
que no son así y que nunca fueron así, o que nunca existieron, pero podrían.
Podemos inventar, suponer e imaginar. Somos los únicos animales que contamos
historias. Todos los seres humanos somos mentirosos». Incluso mentirse a sí
mismos, reiterativamente.
Dentro de los escenarios
electorales donde se manifiestan ciertas estas conclusiones, la realidad es
recurrente: las masas afilan cuchillos para sus propias gargantas. Las masas
votan, pero no elijen sabiamente.
Ahí entra Mario Bunge: «El desarrollo auténtico y sostenido de una nación es el
desarrollo de la gente que la habita, no solo el de sus fábricas y carreteras. Y
el desarrollo auténtico de un pueblo es múltiple: no solo económico sino también
biológico, político y cultural. El motivo es simple: toda sociedad humana está
compuesta de un sistema biológico, una economía, un cuerpo político y una
cultura. Puesto que los cuatro sistemas son solidarios, el desarrollo auténtico
y sostenido es integral o no es tal». Complementado esto por Marie Curie en:
«Nadie puede construir un mundo mejor sin mejorar a las personas».
Los titiriteros podrían mofarse de Giovanni Papini cuando escribió:
«Los hombres, en general, no son sino marionetas maltratadas por un titiritero»,
y terminó abrazando el catolicismo. Coincidencialmente, de un prelado católico,
el arzobispo de la Arquidiócesis de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria,
leemos esta declaración durante una misa por el Día de la Virgen de La
Altagracia, donde pidió a la población que no vote por candidatos “delincuentes
señalados por corrupción». Instó a «no dejarle el escenario a los políticos, ya
que estos buscan votos para beneficiarse de manera personal. No podemos escoger
gente que busque el interés propio y menos escoger gente que ha sido tachada,
delincuentes. Si nosotros votamos por gente que ha sido tachada o corruptos, ahí
no estamos ejerciendo el voto como se debe. En este proceso electoral debemos de
tomar en cuenta el bien de la nación, el bien de todos».
La perversidad se define como la cualidad de obrar con mucha protervia e
iniquidad, y los titiriteros son los mayores perversos. En el otro extremo
inferior, las mayorías, justificando el juego apoyando estos políticos
cuestionados, en un tablero donde siempre salen perdedoras con la clásica y bien
probada fórmula de «pan y circo».
Concluyamos este collage
literario con Albert Camus: «Cada generación, sin duda, se cree destinada a
rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea
quizá sea aun más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera
de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas,
las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas;
cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer;
cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la
opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que
restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y
el morir».
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