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Pereira, Colombia - Edición:13.218-798 Fecha: Jueves-29-02-2024 |
COLUMNISTA |
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L I Q U I D A C I Ó N
Por: Jotamario Arbeláez
Creo haber nacido un día que Dios estuvo recuperado de la enfermedad que le aplicó el poeta peruano César Vallejo como justificación de sus infortunios.
Yo padecí en mis
primeras edades sólo los necesarios para verificar que mi cuerpo y
mi espíritu no eran del todo insensibles.
Una carraspera reiterativa que me impidió concentrarme en los besos de cine.
La sensación de
que no iba a ser el mejor poeta de la época como le prometí a mi
papá con el fin de que me prestara plata para instalarme en la
capital.
Terrestres y extraterrestres, si así puede decirse, me dieron la bienvenida, prometiendo que me llevarían de la mano a través del lapso que se me tuviere acordado.
Y que en el camino, mientras se operaba mi conversión, me sucederían maravillas.
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Habiéndome de
cuidar, eso sí, de las posibles acechanzas del demonio.
Tenía una hija que
iba a cumplir 3 años, a quien rebauticé como María de las Estrellas.
Era uno de los prodigios prometidos por los maestros,
como los premios
de poesía que me otorgaron, los viajes por el mundo y por la
conciencia, el cultivo de mis grandes amigos y el amparo de las
publicaciones que me abrieron sus páginas. A esa culminación de mi tarea literaria y vital que es la edición de Mi reino por este mundo, hecha por la Universidad del Valle y el Fondo de Cultura Económica, FCE,
debo anteponer la vida y la obra maravillosas de María de las Estrellas, el amor más grande que me cupo en la vida y el dolor más grande con su partida.
Su obra completa, cuyos originales reposan
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en la Biblioteca
Luis Ángel Arango del Banco de la República, cerca de la Custodia de
las Clarisas que le costara la vida,
He cumplido. La
obra y ejemplo de los nadaístas queda en la cresta de la ola.
He vivido la reciente experiencia de la muerte erróneamente anunciada
y a ella he sobrevivido luego de las lamentaciones y posteriores aclamaciones jubilosas de mi público y mis amigos.
Sin embargo,
presiento a cada minuto que un cuchillo filudo y falaz se acerca a
mi yugular.
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