Pereira, Colombia - Edición: 13.222-802

Fecha: Jueves 07-03-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Adiós a Dios

Por: Jotamario Arbeláez

 

Cuando recibí la enseñanza del segundo mandamiento de que debía amar a mi prójimo como a mí mismo comprendí que nadie en el mundo había amado tanto a su prójimo, incluida su mujer que no tenía por qué ser excluida, y que por lo tanto debía ser igualmente correspondido. Vine a comprobarlo cuando la pasada noticia de mi muerte ficticia, al sentir cómo miles de seres expresaban su pesadumbre. Hombres y mujeres amigos, que es la forma más pura de lo que llamamos amor, aunque los amoríos también valen.

 

Si en el monte Sinaí el propio Jehová lo había expresado en piedra a Moisés, era una valoración, una exaltación y una incitación al narcisismo, que había que hacerlo extensivo a los seres humanos próximos, e incluso a los animales. Por algo el hombre había sido creado a imagen y semejanza de su Creador, y por extensión también la mujer, así no hubiera sido de barro sino de costilla flotante. Del barro había sido creada también Lilith, la primera mujer de Adán, quien se le abrió por la puerta de atrás del Edén porque éste no sabía hacer el amor como le gustaba, con

 

 

 

ella encima, sino en la aburridora posición  del misionero perpetuo. Fue ella la diablesa que se presentó como la serpiente tentadora de Eva para que se comiera al compañero junto con la manzana, después de que había desvirgado a Adán con todas sus mañas. Se le voló a la región del aire, donde tuvo relación con todos los diablos y se especializó en parir gigantes que iban muriendo. Con excepción de algún párrafo de Isaías, la Biblia se propuso ignorarla, pero es el momento de que se la recupere como rebelde contra el yugo del macho.

 

Por ponerme a incursionar en el libro sacro, pues me mamé de la chatura del materialismo y de los ateístas, ahora que tengo casa en el campo, hamaca con vista el cerro de Iguaque y la empastada Biblia de Valera y Casiodoro de Reyna entre manos, me encuentro con una increpación a los nadaístas en Isaías 5-20: “¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”. Eso hicimos Señor, debo confesarlo, porque era la única manera de poner el mundo patas arriba y tratar de extraerlo de las tinieblas, como a Ti, Señor, de tu propia iglesia que aparte de la música y la plástica sacra del medioevo para acá, incluida la de Manzur, te tenía convertido en un sagrado corazón recién saldo de la barbería. Imagen que no cabía en la mente de iconoclasta que me acordaste. Nosotros sabíamos que eras Otro. El Cristo cristal. Y por eso tratamos de replicar tu aventura, estos iniciales trece poetas nadaístas de los que a duras penas quedamos dos: Eduardo

 

 

 

 

Escobar y yo, que ya me fui, según una noticia falsa. Y resucite, según otra más falsa aún.

 

No creí en el Dios Trino por andar intimando con dioses que no existían. Cuando era la Tercera Persona la que inspiraba mis trinos. Ahora que creo haber recibido la iluminación requerida soy un monótono mono monoteísta. Antes no creía, ahora no solo creo, estoy seguro. Dios me pela los dientes cada mañana.

 

Eduardo Escobar, el amigo de mi alma, y la Maga Atlanta, la mujer que me hizo crecer el alma en el cuerpo para amarla por sécula seculorum, como a su hija la prodigiosa María de las Estrellas que partiera en busca de sí misma por la galaxia, están hoy enfermitos esperando que llegue a salvarlos la mano de Dios en un frasquito. Y yo creo que Dios les dará la mano. Porque a ambos Dios debe amarlos como a sí mismo. Por algo se hizo previamente a nuestra imagen y semejanza. Y sólo por el poder del amor estaremos salvos.

 

Titulé este escrito Adiós a Dios tan solo para llamarle la atención con una juego de palabras de esos que siempre me inspira. Pero Él sabe que en el fondo es para implorarle que salve a mi querido amigo y a mi querido amor. Y que me salve a mí mismo, que desde hace tanto tiempo estoy que me voy y me voy y me voy, y no me he ido. Con Dios he hecho muchos chistes, y Él no ha dejado de reír.

 

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