Cuatro poetas vuelven a casa
Por: Jotamario
Arbeláez
Durante este año
de tenebra he tenido noticia de la desaparición de cuatro de mis más
amados poetas, y no he sido capaz de expresar mi dolor con las yemas
de la escritura, tal vez por no aceptar que ya no pisan la tierra,
que ahora los pisa a ellos.
Pero el hecho es que se esfumaron y no los volveré a ver sino en los
libros que me dejaron. Y en una que otra foto de esas que toma el
tiempo. Han muerto muchos otros, asumo, como se van apagando
estrellas.
Ramón Palomares, de Venezuela, había nacido en Escuque, Trujillo, en
el 35. Redomado pedagogo, enseñó castellano y literatura por todas
partes.
Hizo parte, con Adriano González León, Edmundo Aray, Pérez Perdomo y
Carlos Contramaestre, del grupo de la revista Sardio, una especie de
Mito, y de El Techo de la Ballena, otra especie de nadaísmo, en los
años sesenta.
Cuando en 1964 leí Paisano, donde se mezcla lo telúrico con lo
coloquial y lo surreal, pensé que me encontraba ante un monstruo
lírico, y que había que seguir sus pisadas.
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Con los abundosos buenos
whiskies de la época nos celebramos mutuamente, en 2006 y 2008, nuestros premios
“Chino” Valera Mora, en compañía de esos otros dos rotundos amigos, Juan
Calzadilla y Enrique Hernández D´Jesús.
“Que tus manos no muevan más esos cabellos, / Que tus ojos no escudriñen más
esos ojos, / Pues se cansa el caminante que en la cumbre se detuvo / Y que el
camino no pudo determinar su fin”. Se fue yendo el 4 de marzo.
Gonzalo Márquez Cristo había nacido en Bogotá en el 63. Como el que más, amoroso
con los amigos, entre quienes prodigaba el tequila y una conversación
sapientísima.
Exquisito poeta filosofal, narrador afilado y entrevistador audaz. Con Amparo
Inés Osorio se le metió al rancho a Emile Cioran, Ernesto Sábato, Octavio Paz,
Saramago, Elizondo, Guayasamín.
Ganó el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot. Dirigió la revista y
editorial Común presencia y el periódico virtual Con-Fabulación. Fue traducido a
13 idiomas.
Le hizo el saquis a la muerte con un texto estremecedor: Crónica de un viaje al
país de la muerte –Lírica 150. “Lo que más dura es el instante, lo que más
oculta es la luz. / Cuando se interrumpe el tiempo alguien decide nacer”. De
todas formas, la parca vino por él el 24 de mayo.
Guillermo Martínez González
había nacido en La Plata, Huila, en el 52. En 1980 nos conmovió con su
Declaración de amor a las
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ventanas, y en el 88 con sus
traducciones de poesía china El Bosque de los Bambúes, pues en Oriente pasó
algunos años como asesor de la revista China Hoy.
También tradujo de la lengua inglesa a Yeats, Roethke y Patchen. Decidió
convertirse en librero y fundó Trilce, donde nos dábamos cita los poetas a
husmear sus tesoros recién adquiridos, libar el añejo vino de la amistad y
chismorrear de lo lindo.
Nadaba en sus volúmenes como Rico McPato en su piscina de dólares. “Así quisiera
escribir mi poesía: desnudo / Casi invisible: cantando / Como un pájaro de luz
sobre la muerte”. Se dejó ir el 26 de septiembre.
Rodolfo Hinostroza era de la Lima del 41. Poetazo, gastrónomo y astrólogo,
comedor de estrellas. Traductor en París de Le Clézio, de Boris Vian y Peret.
Era la gracia andando, la caballerosidad galopante, cada palabra suya era como
un abrazo. El benefactor es un cuento soberbio, donde un oscuro profesor gana
sucesivos premios con libros que no ha escrito.
Su poesía completa, editada
por Visor, se atesora como su sarcófago luminoso. “No volverá a dejarnos / la
luz del sol en ese frágil burladero del sueño, que convoca / las furias y las
penas”. Se apagó sonriendo el 1 de noviembre.
Ellos salieron a encontrarse
consigo mismos. Los que quedamos solos somos nosotros. Ora pro nobis.
Contratiempo. Nov. 9-16
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