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Pereira, Colombia - Edición: 13.240-820 Fecha: Martes 09-04-2024 |
COLUMNISTAS |
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El disco rayado
Por: Jotamario Arbeláez
Comencé hace ya un buen rato, desde que me instalé en mi paraíso en Villa de Leyva -donde hubo un mar y vivieron dinosaurios antes que yo-, a joder con la muerte en mis escritos de prensa, hasta que de pronto la misma prensa dio la noticia de mi muerte mientras yo roncaba feliz en una clínica de reposo donde en un pulmón me descubrieron un trombo que ya se fue. Mi anunciado deceso despertó llanto colectivo mundial y alborozo cuando se desmintió la noticia que voló como pájaro migratorio por las redes y los periódicos. Hubo una aclamación general acerca de mis cualidades y mis bondades, de algunas de las cuales ni yo mismo tenía noticia. No puedo negar que la arisca fortuna al fin me peló los dientes.
Con las pastillas anticoagulantes el trombo se volvió humo, pero debo seguir tomándolas para impedir que retorne. El problema latente es que la sangre adquiere tal fluidez que por ejemplo si me corto las venas me muero, o si me hago una herida en la cara con la navaja, e incluso se me pincho con una rosa como le sucedió al poeta Rilke, o a la mujer del cuento de Gabo
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Cuando Dios dijo “hágase la muerte” la muerte se hizo la muerta. Y eso hice yo.
Ya a la muerte me la pasé por la faja pero no sé qué me quedo haciendo en la
repetición de los mismos rituales, dormir y despertar y bañarse y desayunar y
hacer del cuerpo y hacer de cuenta que se hizo el amor con las novias que se
vuelven a vestir y se van. Vivir la vida como un disco rayado. Menos mal que
quedan los libros que no se han alcanzado a leer y las películas que uno no
recuerda si vio. Y que quedan algunos alzadores de pesas y diestros con el
violín y el pincel que sacan la cara por la especie mientras que con el corazón
en una mano y el sombrero en la otra asistimos al entierro de los amigos que
esperaron toda la vida sepultarnos con la pompa que merecíamos. Porque uno
espera que se vaya primero el otro con quien se compartió pan y pedazo. Unos se
entristecen y otros ni siquiera se darán cuenta. Nadie sabe para quién se muere.
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cuerpo y en el alma que no tenía, pero también por los dolores del mundo que no
sabía cómo apagar. Pero como eso era el mal de mi generación, no me abstuve de
bailar la conga en una sola pata en cada reunión a la que asistía y en la cual
encontraba por lo general a una pareja que con su otra sola pata me seguía el
paso. Eduardo Escobar me motivó a dar el salto con su eslogan para una lotería
“Salga de la depresión”, y a la publicidad fui a parar de cabeza, para mofas de
la insurgencia. Y con sus honorables honorarios más los denarios de los premios
de poesía construí mi blanca morada.
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