EDITORIAL
Confiar para convivir
Aquel panadero al que le compramos el pan
todas las mañanas para el desayuno no representa una amenaza para nuestra
seguridad, tampoco aquel vecino que vive a dos casas de la nuestra y con el que
compartimos saludos cada que salimos de nuestros hogares para ir a laborar. Lo
mismo sucede con la mayoría de personas con las que nos encontramos en nuestra
cotidianidad. Ser conscientes de esto nos brinda ciertas facultades necesarias
para tener una convivencia relativamente sana con las personas que conforman los
diferentes entornos en que transitamos el día a día, y así también podemos
llegar a construir una sociedad que pueda estar, aunque sea medianamente,
cohesionada.
No debería ser un secreto entonces el hecho de que, para convivir en una
sociedad como la colombiana, de una forma más o menos tranquila, es necesario
confiar en los demás tal como confiamos en nosotros mismos ¿Y es que acaso puede
haber algo más agobiante que la constante sensación de zozobra resultante de la
desconfianza que produce el pensar en que, en cualquier momento, alguien podría
abordarnos para despojarnos de nuestras pertenencias? O bueno, no necesariamente
tal cual como confiamos en nosotros mismos, si no que más bien es necesario que
exista cierto nivel de confianza para con los demás.
Pues la desconfianza generalizada e infundada, respecto a lo que los otros nos
pueden llegar a hacer para afectar nuestro bienestar, no solo nos roba la
tranquilidad, también nos hace perder la oportunidad de construir conexiones
significativas con los que nos rodean. Por eso nos resulta cuanto menos
necesario considerar que para tener una sana convivencia con los demás, tener
relaciones fuertes y significativas, y vivir experiencias gratificantes gracias
a estas personas, es necesario confiar mínimamente en ellos, en su empatía, en
sus capacidades y en deseos de construir conjuntamente una sociedad en la que
prime el bienestar colectivo por encima de las aspiraciones individuales.
Y es que en muchas ocasiones se trata de un ejercicio que hacemos de forma
inconsciente. Confiamos en los medios de comunicación que consumimos a diario
para abastecernos de información sobre lo que pasa en nuestras regiones, en
nuestra nación y en el panorama internacional. También confiamos en que nuestros
conciudadanos van a respetar las normas de tránsito, tal como nosotros las
respetamos, cuando nos dirigimos, por cualquier medio de transporte, a un
destino en específico para llevar a cabo nuestras labores cotidianas. Inclusive
confiamos en las responsabilidades sanitarias de aquellas personas que están al
frente de ese establecimiento de comida, donde nos disponemos a desayunar,
almorzar o cenar en cualquier día de la semana.
¡Pero ojo! No se trata de ir con los ojos vendados confiando ciegamente en que,
si actuamos de determinada manera, con miras al bienestar propio y común, los
otros también lo harán de igual forma. No podemos ser tan ilusos e inocentes. No
todos los otros pueden llegar a ser totalmente confiables. De ser este el caso,
ya habríamos alcanzado la más hermosa de las utopías, y problemáticas como la
inseguridad no existirían. Tampoco se trata de ignorar este tipo de
problemáticas que en ocasiones son tan características de una sociedad como la
nuestra.
Se trata más bien de saber identificar en qué circunstancias de la cotidianidad
estamos sujetos a la necesidad de confiar en los otros. De saber que aquel
individuo o aquellas personas no siempre tienen la finalidad de dañarnos, de
generar caos o de provocar algún tipo de injuria a nuestra persona, por más
desconocidos que puedan ser para nosotros. Por esto, fomentar la empatía y
promover el respeto mutuo, a través de la educación, desde sus momentos más
incipientes, resultan ser clave para la construcción de una sociedad que
pretende tener sus bases y fundamentos en la confianza entre los ciudadanos que
la componen. |
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Lo que la
sociedad no sabe de sus derechos
Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
La gran mayoría cree que lo que está escrito es palabra sagrada o
una verdad confirmada. Pero la verdad es que los escritos son una
verdad relativa ajustada a una realidad de nuestra imaginación. Por
eso es que el ser humano se expresa en relación a esos conocimientos
escritos por otros seres humanos y no salidos de la nada o por
fuerzas divinas.
Nuestras vidas están regidas por otros que se creen dueños de
nuestra existencia y nos ordenan a hacer o actuar según sus ideas,
pero una minoría actúa bajo sus principios y sus conocimientos, por
eso los llaman rebeldes o enemigos del establecimiento.
La constitución de un país es simplemente los reglamentos que se le
imponen a una sociedad a seguir porque son establecidos por un grupo
que piensa que es lo mejor para todos, pero en la realidad es el
pensamiento unificado de un grupo social y el resto vive bajo esas
leyes implantadas.
Normalmente, bajo
esas leyes establecidas se busca la protección de la sociedad dentro
de estos estatutos y que permitan la sana convivencia entre todos
los asociados a esa constitución. Pero la realidad es que quienes
administran esa nación viven del establecimiento que se ha creado
para beneficio de todos y la sociedad solo recibe lo que a bien los
administradores quieran darle a sus electores. Cosa que no debe ser
así.
Es normal oír hablar que el establecimiento le está dando gratis
ciertos servicios o asistencia a la sociedad en momentos de
desgracias o calamidades. Pero la verdad es que el establecimiento
simplemente está cumpliendo con un deber de entregar a la sociedad
lo que a ella le pertenece por derecho.
Ese derecho nace en el momento en el que el ciudadano paga impuesto
o sus contribuciones para que ese establecimiento los recaude y así
tener esos recursos para proporcionarlos a la comunidad porque son
de ellos y no del establecimiento.
Nada es gratis cuando viene del establecimiento. Esos bienes son de
la sociedad porque ella es quien se los ha proporcionado para que se
acumulen y sean usados para la infraestructura y costos relacionados
al bienestar de la sociedad y no para sostener una burocracia la
cual se establece porque los políticos desvían esos recursos para
pagar los compromisos que se hicieron durante la campaña electoral.
Cuando te dan algo que viene del gobierno o del establecimiento no
te lo están regalando sino devolviéndote por lo que ya ha pagado con
anterioridad en impuestos, cuándo compras algo y pagas el 19% o por
cualquier impuesto que pagues.
El establecimiento no te está regalando nada. |
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QUÉ LEE GARDEAZABAL
Caterina, de Carlo Vecce
Editada por Alfaguara
Interesante historia sobre la madre circasiana de Leonardo Da Vinci. A
horcajadas entre historia y ficción CATERINA
Gustavo Alvarez Gardeazábal
AUDIO
: https://www.youtube.com/watch?v=k_Po5bnnWGU
Mientras más siglos pasan más se
consolida la imagen de Leonardo Da Vinci no solo como el pintor excelso de la
Mona Lisa y de la Última Cena, sino como el hombre que hace casi 600 años
dibujó los grandes adelantos que el mundo apenas vendría a asimilar en los
siglos 19 y 20.
Pese a ese grado de importancia en la evolución del mundo occidental, habían
sido muy pocos los historiadores y escritores que se preocuparon por los
orígenes y los ancestros de este genio de la humanidad.
Corrieron con ímpetu decimonónico y fueron publicadas algunas versiones pero
ninguna pasó del resumen enciclopédico que afirmaba que era el hijo de un
notario menor del poblado de Vinci y de una esclava.
Ahora, con solvencia profesoral muy reconocida en varios países y en muchas
universidades, pero también hay que decirlo con una imaginación un tanto
recargada, Carlo Vecce emprende la labor investigativa y novelística de buscar
quien era el padre de Leonardo y, en especial, de donde provino la esclava
circasiana que dio luz a ese magno genio de la humanidad.
El personaje, obviamente, Caterina, queda a horcajadas entre la ficción y la
reconstrucción histórica.
Prolongando a veces sin necesidad narrativa situaciones vividas, comprobadas o
imaginadas, pero que se ajustan a un modelo biográfico rígido, que nunca se
atreve a valorar la herencia caucásica de Caterina, la madre de Leonardo, aunque
deja entrever la herencia artística heredada y haciéndolo entusiasma a cualquier
lector. Es una novela atrayente pero no resiste dos lecturas porque a la segunda
se asomaría el catedrático minucioso que la escribió siguiendo un molde estricto
de investigación y la ficción novelada puede resultar congestionada.
El Porce, mayo 11 del 2024 |