Pérdidas y amenazas de los grandes
parques nacionales de EE.UU
Al Parque Nacional Glacier pronto no le quedará ningún glaciar. Los
árboles gigantes del Parque de las Secuoyas arden. Incluso los
cactus del Parque Nacional Saguaro sufren por la sequía.
El cambio climático está amenazando a los emblemas de numerosos
parques estadounidenses, visitados por millones de personas cada año
y que por su extensión e impresionantes paisajes encarnan en varios
sentidos el "mito americano" ante los ojos del mundo.
En el Parque Nacional Glacier, en el corazón de Montana, Grinnell,
uno de los glaciares más admirados, es sólo una sombra de sí mismo.
Tras horas de caminata para llegar hasta él, el excursionista es
recompensado con la vista de aguas de color azul pastel, rodeadas de
secciones escarpadas de montaña. Pero por muy hermoso que sea, este
lago simboliza con su sola presencia los estragos del cambio
climático.
Hace apenas unas décadas aquí solo se podía encontrar hielo.
Grinnell se halla hoy enclavado en una hondonada, al abrigo del sol,
al borde de este lago formado por su deshielo.
El parque ha perdido alrededor del 60% de sus glaciares desde 1850,
y, según los científicos, hacia fines de este siglo todos deberían
haber desaparecido.
La defensa de los 63 parques históricos es uno de los raros temas en
los que todos en este país están de acuerdo, sea cual sea su bando
político. Y con más de 300 millones de visitantes al año, también
representan un fuerte aporte para el sector turístico.
Creado en 1916, el Servicio de Parques Nacionales (NPS) tiene como
principal misión preservar "intactas" estas joyas para las
"generaciones futuras". Hoy,
sin embargo, "está bastante claro" que este objetivo "ya no es
alcanzable en muchos lugares", reconoce John Gross, ecologista del
programa de respuesta al cambio climático de esa entidad.
"Es muy posible que los parques pierdan el elemento icónico que les
dio su nombre", dice, y subraya que la crisis climática ha provocado
un verdadero cambio de filosofía.
Al rescate
Allí donde la batalla ya está perdida, se están adoptando medidas
radicales:
Ya no es tabú
modificar el estado natural de un parque como recurso para reducir
los daños
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A orillas del lago McDonald, Chris Downs, jefe de recursos acuáticos del Parque
Nacional Glacier, relata la épica tarea de salvar al Salvelinus Confluentus, una
especie de pez nativo que vive en agua fría.
Privada en parte del hielo que se derretía a finales del verano, el agua de los
lagos se ha calentado, amenazando la supervivencia de la especie, explica. Al
mismo tiempo, los peces están sujetos a la competencia de las truchas
introducidas para la pesca, más adaptadas a los cambios.
En 1969, el lago McDonald, el más grande del parque, tenía casi cinco veces más
peces nativos que truchas. Cincuenta años después, la tendencia se ha invertido.
En 2014, se tomó la decisión de trasladar los Salvelinus Confluentus a aguas más
frías, río arriba, donde nunca se los había visto. Decenas de peces fueron
transportados "en mochilas" con bolsas de hielo a su "refugio", recuerda Chris
Downs. Miles más, procedentes de granjas, serán trasladados en helicóptero en
los próximos años.
Los escépticos critican que se haya manipulado la naturaleza. Downs habla de la
"necesidad" de hacerlo. Esta misma necesidad ha llevado al parque a realizar
análisis de ADN para replantar, en lo alto de la montaña, pinos de corteza
blanca amenazados, seleccionando los más resistentes a la sequía.
Resistir
Según un estudio de 2018, los parques nacionales se están calentando dos veces
más rápido que el resto del país porque están ubicados principalmente en Alaska
o en altas montañas, zonas más sensibles al calentamiento global.
Se han observado "impactos transformacionales de cambio climático antropogénico
a lo largo de los parques en este momento", destaca Gross.
En el parque Costa Nacional Dunas de Indiana, las playas están sumergidas y las
dunas se derrumban. A diferencia de los ya condenados glaciares, aquí todavía se
resiste: todos los años se rellenan algunos de los lugares dañados en esta zona
protegida que se extiende por la orilla sur del inmenso lago Michigan.
Unas 80.000 toneladas de arena, extraídas de una cantera, reconstruyen la playa
situada al pie de la duna más famosa del parque, Monte Baldy, muy popular en
verano entre los residentes de la región de Chicago.
"El objetivo es mantener la playa como ha estado siempre", explica Thomas Kanies,
director de proyectos del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Este parque tiene la particularidad de estar rodeado de industrias (desde
siderúrgicas a centrales eléctricas de carbón) y al mismo tiempo alberga una
increíble biodiversidad.
La proximidad al puerto industrial de Michigan City es la principal culpable de
la erosión, dice Kanies, porque el muelle bloquea el flujo de arena a lo largo
de la costa.
Hasta ahora
era manejable, pero el calentamiento global "ha cambiado completamente la
situación", afirmó Erin Argyilan, geóloga del NPS.
El hielo que normalmente se forma en el lago en invierno "es la primera línea de
defensa para proteger a las dunas de las grandes olas. El mayor problema que
hemos visto es que las tormentas empiezan a finales de octubre y el hielo no
llega hasta finales de diciembre", agrega.
Hay otros factores en juego, como el agua más cálida del lago en invierno, que
provoca tormentas más fuertes. O el escurrimiento de las lluvias, que se han
vuelto más intensas.
Se han empleado soluciones más
invasivas. En 2020, el agua del lago, que cada 30 años alcanza su máximo,
estaba en su punto más alto cuando violentas tormentas agravaron el panorama.
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En uno de los pueblos que salpican el parque, las casas
amenazaban con derrumbarse y los habitantes erigieron gigantescos bloques de
roca para protegerlas de la erosión. El problema fue que los bloques impidieron
que la arena llegara más allá de las dunas.
Tarea titánica
En el otro extremo del país, en el Parque Nacional Saguaro, los aproximadamente
dos millones de cactus del mismo nombre, los más grandes de Estados Unidos,
forman una suerte de bosque, con sus brazos apuntando hacia el cielo.
Aquí los cambios aún no se notan. Pero detrás de su aparente buena salud, estos
cactus emblemáticos de Arizona, aunque adaptados a ambientes ultra áridos, están
amenazados por una sequía que lleva ya unos 30 años.
En 2020, y nuevamente el año pasado, cayó una cantidad extremadamente pequeña de
lluvia en el verano, normalmente un período monzónico.
Una planta aprovechó para colonizar el parque: una maleza invasora, la Cenchrus
ciliaris, originaria de África e introducida en el país para servir como
forraje.
Esta especie, que cubre las laderas de las montañas con matas de color amarillo
pajizo, "es muy seca la mayor parte del año y puede incendiarse rápida y
fácilmente", subraya Frankie Foley, biólogo del parque.
La sequía se ha vuelto tan intensa aquí que los saguaros tienen dificultades
para renovarse. Cuando son jóvenes, estos cactus no pueden almacenar mucha agua
porque crecen muy lentamente: a los 15 años, sólo miden unos 10 centímetros.
"Desde mediados de la década de 1990 hemos visto sobrevivir a muy pocos saguaros
jóvenes", se preocupa el biólogo Don Swann.
Por el momento, el problema es invisible, debido a que muchos cactus, que pueden
vivir unos 200 años, subsisten.
Pero según un censo decenal, en 2020, el número de saguaros era sólo ligeramente
superior al de 2010. Swann espera que su población disminuya en 2030.
"Nuestra gran preocupación a largo plazo es que en algún momento ya no tengamos
saguaros en el Parque Nacional Saguaro".
La pérdida de estos cactus, al igual que la de los glaciares, tendría un impacto
tanto ambiental como cultural.
Los nativos americanos de la tribu Tohono O'odham consideran a los saguaros como
sus antepasados. De sus frutos se elabora un almíbar utilizado en las
ceremonias.
En Montana, para la nación Blackfeet los glaciares son "sagrados". "Estamos aquí
gracias a esta agua", afirma su responsable de cambio climático, Termaine Edmo.
Bajo el liderazgo de esta mujer comprometida, allí donde la tierra se seca al
pie de las montañas se instalan vallas de madera para retener la nieve y
represas que imitan las de los castores construidas en los ríos.
¿Podrían estas desapariciones servir de electrochoque para despertar a los
estadounidenses, desinteresados aún en gran medida por la causa del clima?
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