Pereira, Colombia - Edición: 13.268-848

Fecha: Martes 28-05-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Una espía en calzoncillos

Por: Jotamario Arbeláez

 

Hay mujeres —que no hay por qué dejar de llamar mujeres a las lesbianas—, que hacen lo que sea por dejar mal parados a los machos ante sus hembras pintándolos tal y como son, con datos de primera mano, adquiridos en sus propias guaridas.

 

El caso más reciente, para no detenernos en los más cercanos, fue el de la escritora neoyorkina Norah Vincent, quien durante año y medio se aplastó los pechos bajo una faja, vistió ropa de hombre —de trabajo, formal y de fiesta—, se puso barba postiza, se aperó de un pene de goma —por una parte para que no se le notaran escurridos los pantalones y por otra, pienso yo, para conjurar la ‘envidia del pene’—, adoptó el nombre de ‘Ned’, como le decía su abuela ante su complexión de machorra, y se hizo a un empleo como vendedor de vehículos en el azaroso corazón de Manhattan. Su elevada estatura, su motilado y sus zapatos talla 43 contribuyeron a la perfección de la impostura. La sagaz columnista de Los Angeles Times aclara, sin embargo, que no tiene ninguna inclinación por el travestismo, ya que es tortillera a secas y a mucho honor, y que la estratagema era sólo para realizar su investigación. Que culminó con un libro

 

 

 

acerca de sus experiencias como espía en el mundo de los varones, titulado “Self–Made Man” (Un hombre hecho a su modo).

 

Cómo funciona la mente del hombre, cuáles son sus resortes secretos, sus motivaciones eróticas, sus reservas morales, qué haría para triunfar en el universo laboral, para mantener el hogar como un relojito, qué faltas puede permitirse en su afán de sobresalir, con qué ojos mira a su esposa y con qué otros a hembras de paso, qué tan importantes son para él el béisbol y la política. Todo esto lo sacó en claro la espía y se espera que su divulgación en forma de libro sea el gran suceso.

Aún no está traducido, pero imagino las conclusiones de la fisgona en la reservación varonil. Para empezar, que los hombres sólo actúan motivados por el dólar y por la cuca. Que no son tan machos como proclaman. Que son capaces de las zancadillas más miserables para escalar, dado que la competencia es igual de sucia. Que son infieles por naturaleza.

Me imagino los trotes a los que tuvo que someterse Norah para sobreaguar en las filas de los descalificados sexofortistas. Le debe haber tocado asistir con ellos, sus compañeros, a la salida del trabajo, a beber en bares provocativos para escuchar sus confesiones, relativas ante todo a su tibio y respetuoso comportamiento íntimo con las esposas, y lo que iban a hacerle a aquella rubia de suculentas tetas. Y a lo mejor le tocó, para no despertar sospechas, encatrarse con una de las alegres pelirrojas, y desempeñarse con el postizo –sin quitarse

 

 

 

 

la ropa– en la oscuridad del cuarto del motel. Tan sufrida. Sacrificando hacerlo a su aire. Ha podido ocurrir también que uno de sus colegas vendedores le haya propuesto una ocasional relación como maricones, a la salida de Brokeback Mountain. O que su jefe le haya pedido que consiguiera, entre los jíbaros de la Quinta Avenida, una buena porción de “perico” de Sudamérica para ofrecer a los asistentes a la próxima convención. De todo ello, la acuciosa ensayista tomó atenta nota. El espionaje es un delito contemplado por la legislación internacional, por cuanto implica proporcionar a un gobierno información secreta sobre los parámetros de defensa de otro, pudiendo conllevar un resultado dañoso. Por este delito han sido muchos los agentes ajusticiados, sobresaliendo Mata Hari, fusilada por los franceses. Y de quien se infiltra con simulaciones en las entrañas del poder masculino, en busca de secretos e intimidades para desacreditarlo mediante una soplonería perniciosa, ¿qué? No puede ser que la literatura, ni el editor de Los Angeles Times, permitan lo que la seguridad nacional condena. Y más aún la seguridad de género.

No pongo en duda las agallas de Norah. En los años 50, John Howard se embadurnó de betún la cara y las manos para vivir entre los negros y verificar la segregación. Y otro gay, el famoso Truman Capote, se les metió en la cárcel a dos asesinos fingiéndoles amor y colaboración, y a sangre fría les sacó la confesión de su crimen espeluznante para habilitar un best seller. De todas formas, no quisiera estar en los calzoncillos de la espía tríbada.

 

 

  

 

 

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