Adiós
Maruchita linda
Por: Jotamario
Arbeláez
A Lina y Julieta
Hace 9 años partió
el quinto retoño de Jesús Arbeláez y Elvia Ramos, María Eugenia, y
entre los originales de uno de los libros que estoy entregando a mis
editores, Retrato del nadaísta cachorro, encuentro esta despedida
que considero adecuada para recordarla. A la Muerte, que se ha ido
llevando a mis muy amados, no tengo más qué decirle que a la salida
nos vemos.
Clínica de Los Remedios. Cali. Junio 15. Te estoy mirando respirar
por última vez, en esta clínica donde sólo nos permiten visitarte a
uno por uno.
Tienes caliente la mano de la despedida.
Entiendo lo que me dices con los ojos, el doloroso adiós para
siempre.
Por tres años has enfrentado con fortaleza el cangrejo que te
atenaza, pero tu cuerpo no resiste un pinchazo más, ni más quimios.
Tres años concedidos por la Virgen de Guadalupe para que arreglaras
tus asuntos terrestres, el matrimonio de tu hija, el empleo de tu
hijo, la claridad sobre tus impecables finanzas.
Mañana te habrás ido dejando en mi alma el vacío.
Porque era tu amor el que hacía que cantara. Y tus cuentos los que
entintaban mi pluma.
Me tocará seguir arrastrando este saco de huesos sin la esperanza de
seguirte viendo.
En cuerpo físico, te aclaro, porque tus otros seis cuerpos —de los
que hablábamos posando de gnósticos,
el astral, el causal, el mental, el etérico, el de la conciencia y
el del Íntimo—, quedan conmigo.
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Así como tu fotografía en el
bolsillo del corazón, los zapatos que me regalabas bajo la cama y tus cartas en
mi mesa de noche.
Ahora tienes la respiración alterada. La mirada vacía. La mano desmadejada.
Voy a llamar a mi hermano para
que te arrope con sus oraciones. Adiós Maruchita linda. Te cubro de besos. Por
si no te vuelvo a ver.
Jardines de la Aurora. Junio
18. Tal como estaba pronosticado, mi adorada Marucha,
la mañana de ayer recibiste el pasaje de retorno a la tierra y a las altura de
parte de tu Ángel de la Guarda, que veló pacientemente tres años al pie de tus
sábanas,
atendiéndote a través de las manos solícitas de Carlos tu esposo, de tu hermano
Toñito que por algo se llama también Jesús, de Elisa que te llevaba sus sopitas
calientes, de tus hijos y de los regentes hospitalarios.
Ahora llegas al reino como a una boda, no importa que tu traje sea de madera
porque vas revestida de luz,
a integrarte a la gran fiesta de los ya
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Inmortales, tus padres Jesús y
Elvia, tus abuelos Carlota y Pacho Martín, Zoila y Luis Fernando, tus tíos
Adelfa y Tina y Emilio, Marina, Hipatia, Lida e Iralda,
preparada para sumarte a la Visión Inefable.
Para muchos esta creencia es un contentillo al dolor de la pérdida irreparable,
pero he decidido —inspirado en la prédica santificante de nuestro hermano Jan
Arb—,
que es mejor tener la esperanza del Esplendor que la certeza de la Tiniebla del
No-Ser para Siempre.
Ahora tus hermanos serán los
Ángeles, pues qué otra cosa fuiste en tu vida que un ángel con todos nosotros,
ángel como servidor y protector y conductor que son sus prerrogativas.
Todo lo que nos diste tendrá digna compensación en tus nuevas Moradas.
Y aquí estamos, entregando el cascarón de tu cuerpo a la tierra, pues desde ayer
tu alma roza la Gloria.
Tennos de tu mano mientras cumplimos nuestro periplo por este universo destapado
por donde nos toca movernos,
mientras trabajamos nuestra obra en memoria de la tierra que nos hospeda y el
espíritu que nos dicta,
mientras pagamos nuestras deudas y cobramos las que nos deben.
En tu nombre y el nuestro expreso las gracias a los médicos y enfermeras que te
atendieron con tanto amor y cuidado, y al sacerdote que oficia esta ceremonia
que es de luto pero es también jubilosa,
al contemplarte convertida en estrella pisando el hall de la Gloria.
Y, por qué no, gracias también a la Hermana Muerte, que así como nos colma de
dolor al llevarse a quienes amamos,
evita tantos dolores físicos a quienes la enfermedad no da tregua.
Gloria a Dios, y también a ti en las alturas, y en Colombia paz a los hombres y
mujeres de buena voluntad. Así sea.
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