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Pereira, Colombia - Edición: 13.286-868 Fecha: Martes 02-07-2024 |
COLUMNISTAS |
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ATAQUE AL CORAZÓN ó EL LUGAR DE LOS HECHOS
Por: Jotamario Arbeláez
Para Almendra Tello
Desde que me matriculé en la poesía siendo un piernipeludo, como nos llamaban a los que andábamos aún de pantalón corto, hasta años más tarde cuando abandoné la idea del suicidio que me rondaba por leer a ciertos filósofos disparatados, traté de seguirle el ritmo y el tono y el estilo a unos aedos que encontré de casualidad en un libro viejo lleno de princesas encastilladas en la última torre mirando por la ventana ese punto móvil que debería ser su libertador a caballo con sus gualdrapas, que terminaría semiarrodillado, con una mano al pecho y la otra al cielo. Pero debía profundizar otro poco. No podía quedarme en los cuentos de hadas más noches que las mil y una, imaginándome qué cosas a cual más borrascosas.
A lo primero que
le debía prestar atención era a la manera de detallar el amor del
que aún no tenía la menor idea, ni de sentirlo ni de hacerlo y menos
de describirlo. Lo percibía como una especie de encantamiento que
desencadenaba los cuerpos haciendo que se empotraran. Según nociones
ancestrales era un don de la divinidad para que la humanidad unida y
solidaria no se matara, para que se forjaran idilios y se formaran
familias, para que surgieran los hijos que perpetuaran apellidos con
o sin lustre, para que los poetas y los cantantes cantaran y con su
canto encantaran a las musas encantadoras. Pero también se rumoreaba
que quienes se entregaban con alma, vida, corazón y sombrero al
sacerdocio de la palabra escrita o entonada para hacerla objeto de
culto corrían el riesgo de perder por entero esas pertenencias. Ni
el amor cantado ni la canción amorosa se prestaban para el
estipendio. A no ser en la prostitución, pero esa por entonces era
palabra vedada.
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fuerte de tan singular sentimiento y en occidente establecieron como su símbolo esa caricatura coloreada de colorado, sin parar mientes en aurículas y ventrículos, los amantes se llamaban corazón mío, dónde estás corazón, corazón de melón, de todo corazón te entrego mi ser, hazme tuya. Hasta que científicos de universidades norteamericanas (el dossier es extenso y no cabe en este responso), descubrieron que el amor nace en el cerebro, que despacha la información al corazón activando una zona denominada núcleo estriado que es la misma que se activa con la adición a las drogas. Lo que implica que el amor corporal adquiera la categoría de estupefaciente. Y hasta la vista corazones partidos.
Pero yo no transijo. Después de mucho razonar deduje que el amor tiene residencia en lo que dio en llamarse precisamente los órganos del amor, identificables en el hombre como pene, falo, verga, pito, cipote, polla, picha y mondá pelá; y en las damas como vagina, bizcocho, pan, panocha, chocha, cuca, raja, para no ahondar en otras profundidades.
Como no suena muy poético el enumerar sustantivos que a pesar de lo sustanciosos puedan considerarse descomedidos, había que consultar la obra de vates arriesgados en la temática. Y al primero que me aproximé fue a Apollinaire, adelantado vanguardista y pornógrafo por encargo, de quien descubrí que en su pasión por Madeleine había compuesto Las nueve puertas de tu cuerpo, donde con maña va describiendo cada uno de estos cojonudos orificios y su manera de ir haciéndolos suyos, los dos ojos, las dos orejas, las dos fosas de la nariz, la boca, el templo destemplado de entre las piernas “y la novena puerta aún más misteriosa / abierta |
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entre dos montañas de perlas”.
Cuando luego del largo viaje interestelar de su navío tendido sobre el sofá toqué puerto, comencé a describirlo con un verso que cuando en el aeropuerto de Maiquetía se lo susurré al oído a esa suculenta abogada venezolana encargada de que no me fuera a pasar nada malo cuando fui a recibir el premio de poesía de la Fundación Rómulo Gallegos, exclamó en éxtasis que era el mejor verso que había oído en la vida, referido a ese sitio tan delicado, pues ella lo vivía día por día en situaciones más escabrosas: “Henos por fin en el lugar de los hechos”.
Como era de izquierda letrada
se emocionó más cuando le referí que otro de los versos descriptivos era
“púrpura y arremolinada como Maiacovsky / allí también la anatomía se ha vuelto
loca”, así como el ruso había dicho igual de sí mismo, porque él era “todo
corazón”. Y que la radiografía proseguía como “surco bestial y creador de
enervamiento”. Luego algo más pintoresco: “la estalactita canta durante la noche
/ restregada por mi pata de grillo”. A la sensibilizada doctora se le brotaban
cada vez más los ojos. Y le continué con la zambullida: “Y más adentro
sensaciones / calor / óxido húmedo / rasguño / rozadura / pequeños aletazos”. Y
la inocultable, aunque un poco descomedida referencia odorífera: “Y olor de oro
de mar / en la nevera”.
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