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Pereira, Colombia - Edición: 13.290-870 Fecha: Sábado 06-07-2024 |
COLUMNISTAS |
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La larga marcha
Por: Jotamario Arbeláez
Comenzamos anunciando que íbamos de culo para el estanco, cuando frisábamos en la veintena. De “profetas del desastre”, nos acusaron. Pero no eran profecías lo que cantábamos el profeta Gonzalo Arango y sus doce apóstoles a capella. Era lo que veíamos y vivíamos y veníamos viendo y viviendo desde 1948, cuando comenzaron a asesinar a Gaitán y a su pueblo. La realidad de uno de los países más violentos de la tierra, apenas comparable con el Congo belga, donde a más del genocidio más grande de la historia, cometido por el emperador Leopoldo II de Bélgica, con 10 millones de congoleños muertos a principios de siglo, tuvo que someterse después de su independencia en 1960 a otra violencia exterminadora, esta vez de cuatro millones. En esa época se hablaba entre nosotros con escándalo de 300.000. Pero hay que ver cuánta agua y sangre han corrido en los 60 años siguientes. Entre asesinados, muertos en falsos combates, secuestrados, desaparecidos, desplazados, deudos, podríamos irnos acercando a las cifras congoleñas. Y eso que estamos hablando sólo de la violencia política, que incluye la violencia oficial, que cuenta la de ciertos superiores con los reclutas en los cuarteles,
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por cuyas denuncias recibimos amenazas directas de un oficial retirado que sigue
haciéndolo, y no nos detenemos en la violencia delincuencial, en la
intrafamiliar, y en la psicopatológica, en la que nos llevamos las palmas.
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Parecería extraño que nos hubiéramos puesto en estos peligrosos trances de denuncia —que corresponderían a personajes más involucrados en el tierrero, como lo hizo con honestidad y valentía Alfredo Molano—, integrantes de un movimiento cultural patafísico lindante con la vagancia, que si pudimos soportar el alto grado de vesania criminal en que nos movíamos fue porque fumábamos marihuana. Lo cual de adehala nos ponía por entonces en la lista de la delincuencia. Argüían los denunciados que todo eso que decíamos los literatos de alcantarilla, como nos bautizó la Academia, era el producto nefasto de nuestras alucinaciones lisérgicas.
Han pasado 60 años largos de
la insurgencia del nadaísmo -sin manejar más que un cortapapeles-, que son los
mismos de la segunda violencia. ¿Y qué pasó? Que gracias a un monaguillo del
movimiento, como el mismo Humberto De la Calle se llama, se logró firmar la paz
de Colombia, que pretendieron volver trizas los trizados en las elecciones
pasadas y que están buscando escondedero a peso en la marcha nacional que se ha
convocado para mañana, como protesta ni siquiera contra el gobierno sino contra
el desgobierno y sus inminentes disparates. A pesar de que ando con gota,
marcharé desde muy temprano del brazo con mi hija Salomé, que para eso vino de
Barcelona.
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