Pereira, Colombia - Edición: 13.293-873

Fecha: Jueves 11-07-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Nadaístas en el Hades

 


Por: Jotamario Arbeláez


Una de las consecuencias sensibles de haber sido dado por muerto y haber terminado con vida

-contando este occiso fallido con memoria de sumersión en pasajes homéricos y virgílicos-,

es el acercarse al Hades a visitar a los antiguos aliados cuyas psiques viajaron al inframundo.

De los “13 poeta nadaístas”, ese opúsculo lanzado en 1962 por el profeta Gonzalo Arango con sus 12 apóstoles apostáticos,

soy el sobreviviente unitario gracias a los favores que me confirieran potencias espirituales que me incitaron a traicionar la fe atea del primer manifiesto.

En los últimos tiempos, retirado de los bares lujuriosos de la gran ciudad,

me he enfrascado a profundidad en las aventuras de Ulises, Eneas, Aquiles, Áyax, Paris, Agamenón, más los tantos dioses inmiscuidos,

donde quedaron cifradas las pasiones olímpicas y terráqueas.

No sé cómo después de ellos seguí leyendo otros tres mil libros que eran en el fondo la repetición de la repetidera, repito, la mera repetición de la repetidera.

Comencé mis viajes sin pasaporte desde la juventud que nada que se me acaba.

He declarado que fumé marihuana hasta que me supo a cacho.

Luego me pasé al LSD, a los hongos, a la ayahuasca, como era la moda espiritual de la época impuesta por el hippismo.

 

 

 

     

Y terminé capturado por el perico que me ofrecían en los clubes sociales donde lograban colarme reputados ejecutivos, periodistas confrontadores y políticos de pelo y medio.

 

 Todo ello pasó a la historia sin dejarme ninguna huella en el coco.

Ahora con la vieja marimba me contacto en forma de pomada tal como me recomendara mi suegra para evitar que se me cuele la artritis.

Con el resultado de que cada vez que me aplico un poco de ungüento en el antebrazo comienza mi viaje astral. Así me he vuelto de hipersensible.

En un semisueño consciente me hice presente en el Hades, más precisamente en Los campos elíseos,

especie de hotel de cinco estrellas del inframundo, al cual se acogieron mis compañeros insustanciales, y desde donde me hicieron señas a través de un Hermes onírico.

Me dieron la bienvenida los niños prodigio de nuestro movimiento cósmico, María de las Estrellas y Luis Ernesto Valencia, con los mismos 13 y 10 años con los que cumplieron su misión en la tierra.

“Hola Jotica -me dijeron en coro-, al fin llegaste, pero con la misma ropa, sigue que están todos reunidos en la pagoda de los inmortales”.

En efecto, me fui acercando al lugar indicado conducido por los angelillos,

y muy sonrientes salieron a recibirme Gonzalo, Amílkar, Alberto, Darío, X-504, Elmo, Cachifo, Barquillo, Trujillo, Rivero, Diego León, Alfredo, el negro Billy, Rosa Girasol y Dina Merlini,

más el recién llegado Eduardo Escobar, quien no se sentía muy a gusto en sitio tan despampanante.

 

Todos vestían unas inconsútiles túnicas blancas, como si fueran de aire tejido, y cuando traté de abrazar al profeta terminé abrazándome a mí mismo dado

 

 

 

que ellos habían perdido la masa.

“Te estábamos esperando -manifestó el profeta Gonzalo-, y qué bien que te hayas ingeniado visitarnos con carne y huesos y con posibilidad de retorno. Lo importante es que podemos hablar.

Debemos celebrar una asamblea para analizar si lo que hicimos en vida valió las penas del mundo, porque nosotros ni a duras penas penamos.

Nuestro propósito inicial era cambiar el mundo que nos fue dado con el servicio de nuestra inteligencia secreta. Pero parece que en vez de cambiarlo para bien lo cambiamos para peor”.

“Ya lo creo -dijo Amílcar-, y de eso se trataba desde un principio. Vimos que el mundo había quedado mal hecho y nos propusimos acabárnoslo de tirar”.

A lo que repuso X-504: “No teníamos por qué cambiar las cosas sino cambiar la manera de percibirlas. De esa manera no hubo mal que no nos viniera por bien”.

A lo que ripostó el Monje Loco: “No debimos tratar de cambiar el mundo sino de cambiar de mundo. Lástima que no conseguimos para el pasaje”.

Tomó la palabra Cachifo y expresó que lo malo de la esperanza fue que fuera verde como el traje del policía.

Y Barquillo manifestó que habíamos perdido el viaje a la vida por tirárnoslas de poetas. Que la poesía era para las hordas angélicas.

A lo que concluyó Eduardo con una mueca: “Este otro mundo es peor”.

Los niños pidieron la palabra y comenzó Luis Ernesto:

“En mi primer poema yo dije: “El mundo se está acabando. Amárrense los cinturones. Y ninguno lo hizo”.

A lo que complementó María de las Estrellas:

“No hicimos más que repetir lo que nos dictaba el espíritu santo, que estaba más loco que nosotros”.

 

 

  

 

 

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