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Pereira, Colombia - Edición: 13.314-894 Fecha: Sábado 17-08-2024 |
COLUMNISTAS |
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Desayuno en el hotel
Por: Jotamario Arbeláez
Habría que
permitir
La mesera del
restaurante del hotel donde estoy hospedado es tan bella que no sé
qué voy a hacer con ella. Cuando ayer madrugué a desayunar la
contemplé de espaldas y me fascinó su menuda cintura que daba paso a
un bien formado caderamen, nalgatorio acorazonado, el tierno nudo de
la cinta del delantal a la altura del hueso sacro y su cabellera en
cascada sobre la espalda sedosa. Al mirarla de frente desde mi
asiento me pareció tan atractiva que me hizo pasar saliva y despertó
mi pensar lascivo, a mí, que en estas cosas del sexo suelo limitarme
a los placeres íngrimos sustentados en la narrativa rijosa y las
láminas de Penthouse. Sólo pienso en mi profesión de ingeniero de
las basuras, especializado en rellenos. Sin otro encanto que mi
recato invencible. Pero por algo llegué a esta ciudad donde me
trataré de reponer de mis represiones. Con una actitud entre
pizpireta y coqueta, me enumeró los bocados disponibles en el
buffet, que se ofreció a traerme ella misma a la mesa. Cuando le
manifesté de mis preferencias, la limonada rosa con miel, el parfait
de frutos rojos, los huevos benedictinos con lomo canadiense, los
molletes con queso de cabra y el chocolate belga caliente me susurró
que también me podía prestar el servicio de subirme el desayuno a la
habitación. Le pedí que lo hiciera a partir de mañana.
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suroeste antioqueño con nombre de pájaro y de
cacique, Allí había tenido sacrílegos
amores, a los 17, con el sacristán de la iglesia, tres años mayor que ella,
quien le voló el virgo en la sacristía. Luego del aborto, costeado por el padre,
huyó de la casa y en Medellín le dio refugio un tío, quien luego de ofertarla
por todas partes la colocó en el hotel donde lleva desempeñándose un año y
medio. “¿Se le ofrece algo más al señor?”, me dice, obsequiosa, sin dejar de
mirármela. Entiendo perfectamente. |
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seguramente lo mantiene a pan y agua pero sin pan—, quien fue expulsado del cargo y juzgado porque violentó a la camarera Nafissatou Diallo, poniéndola a succionar arriesgándose al tarascazo y quien con su denuncia le hizo pagar una escandalosa indemnización por el lánguido polvorete? Yo en este caso sí no me dejaría interpretar por el hipócrita de Gerard Depardieu en ninguna película. Hizo un papel de maravilla y salió a declarar por la prensa que el personaje era despreciable. La diferencia es que uno debe saber hacer bien las cosas, no estoy violentando a nadie, empezando porque quien comenzó con el acoso fue ella, la camarera. Además, es la primera y será la última vez que me embarco en un rollo de estos.
“¿Con quién tuve el honor?”, le pregunto. Me dice el nombre de una linda flor que me reservo porque lo cachondo no quita lo caballero. “¿Y usted?” “Llámeme Dapardieu”, le respondo. Hay que cuidarse. Están de moda las denuncias por acoso sexual, así sea por un piropo, una picada de ojo o una simple palmeada de culo. El hombre acosa y la mujer acusa. Y así la cosa haya sido al revés el hombre lleva las de perder, pues las féminas se le vendrán en gavilla con toda la resonancia en las redes enredadoras.
Apenas voy terminando le suena
el walkie talkie para anunciarle que la esperan en el cuarto contiguo para que
retire la loza. Cuando más tarde retorna a retirar la mía me dice, mientras sigo
haciendo lo posible por reponerme, y por conjurar el aterrador complejo por
haber incurrido en la sodomía, que como se trataba de buffet podía repetir,
cariñito. “¿No tienes más ganas?” Me dan ganas de denunciarla. Pero, ¿quién va a
creerme?
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