CHARLAS CON UN MAESTRO SAMMASATI
Por: Gongpa Rabsel Rinpoché
Lama Sammasati para Latinoamérica
Los frutos amargos de
la mala acción:
una reflexión sobre el Upadesha 69 del Dhammapada
Upadesha 69 - Los frutos
amargos de la mala acción
“La mala acción puede parecer dulce al necio, pero la reacción trae dolor y los
frutos amargos deben ser comidos por él.”
Budha
En el Upadesha 69 del Dhammapada, el Budha nos advierte sobre los peligros de la
mala acción. A primera vista, la mala acción puede parecer atractiva, incluso
dulce, para el necio. Sin embargo, esta falsa dulzura es solo temporal. La
realidad es que la mala acción siempre trae consigo consecuencias negativas,
como el dolor y el sufrimiento.
El Budha nos enseña que las acciones tienen consecuencias. No podemos actuar de
forma negativa y esperar que no haya repercusiones. La ley de causa y efecto,
también conocida como karma, es una ley universal que se aplica a todos los
seres.
Las semillas de la mala acción
Cuando realizamos una mala acción, estamos plantando una semilla en nuestro
interior. Esta semilla crecerá y dará frutos amargos que tendremos que cosechar
tarde o temprano. Estos frutos pueden ser en forma de dolor físico, emocional o
mental.
El dolor del arrepentimiento
Además del dolor que la mala acción puede causar a otros, también nos causa
dolor a nosotros mismos. Sentimos remordimiento, culpa y vergüenza por nuestras
acciones. Este dolor puede ser incluso más intenso que el dolor físico.
La pérdida de la paz interior
La mala acción también nos roba la paz interior. Cuando actuamos de forma
negativa, nuestra mente se llena de
pensamientos negativos como la
ira, la codicia y el odio. Estos pensamientos nos impiden vivir en paz y armonía
con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
El camino hacia la felicidad
La buena noticia es que podemos evitar los
frutos amargos de la mala acción si elegimos actuar de forma correcta. El Budha
nos enseña que la felicidad solo se puede alcanzar a través del camino del bien.
Cuando actuamos con bondad,
compasión y generosidad, estamos plantando semillas de felicidad que darán
frutos dulces en el futuro.
El Upadesha 69 del Dhammapada
es una poderosa enseñanza que nos invita a reflexionar sobre las consecuencias
de nuestras acciones. Nos recuerda que la mala acción siempre trae consigo dolor
y sufrimiento, mientras que la buena acción conduce a la felicidad y la paz
interior.
En este mundo lleno de incertidumbre, el
Budhismo nos ofrece una guía clara paravivir una vida con sentido y propósito.
Siguiendo las enseñanzas del Budha, podemos evitar los frutos amargos de la
|
|
mala acción
y cultivar la felicidad y la
paz interior en nuestro corazón.
Si tienes alguna inquietud o
comentario, no dudes en ponerte en contacto conmigo al correo electrónico
gongparabsel@gmail.com o al WhatsApp +57 314 623 83 08.
"El Café que
Tomamos los Colombianos: Una Amarga Realidad en el Eje Cafetero"
Gabriel Barrera Rojas
Pereira, una ciudad ubicada en el corazón del Eje Cafetero colombiano, debería
ser un paraíso para los amantes del buen café. Sin embargo, lo que muchos de
nosotros experimentamos en las cafeterías locales dista mucho de ser un placer.
En lugar de saborear un café de alta calidad, nos encontramos con una triste
realidad: café quemado, pasilla de baja calidad, y lo que algunos llaman "café
químico", el granulado, que no es más que una sombra pálida del verdadero café.
Desde hace años, he sido testigo de cómo en muchas cafeterías de Pereira sirven
un café que apenas cumple con los estándares más básicos. La calidad es tan baja
que, si uno no pide específicamente un café de greca (que, en muchos casos,
también deja mucho que desear), te sirven café granulado que, para mí, no tiene
ni sabor ni aroma; solo un color que pretende imitar al verdadero café. ¿Cómo es
posible que en el epicentro de la producción cafetera se sirva un producto tan
deficiente?
Lo que muchos no saben es que, en el proceso de producción, algunos productores
mezclan el café con panela durante el tueste para enmascarar las impurezas y
mejorar el color. Pero esto solo añade un nivel de engaño a lo que ya es un
problema grave: los granos de café que llegan a nuestras tazas están llenos de
impurezas, quemados a tal grado que el sabor amargo es casi insoportable. Y, por
si fuera poco, ahora nos enfrentamos a la proliferación del café granulado, un
producto que para mí no tiene lugar en un país cafetero.
Lo más indignante es que, a pesar de la baja calidad del café que se sirve, los
precios son exorbitantes. Hay cafeterías en Pereira que cobran por una taza de
café más de lo que cuesta un litro de gasolina, y, sin embargo, lo que te sirven
es agua sucia pasada por unas gotas de café. Es un insulto para aquellos de
nosotros que trabajamos duro y que, en su día a día, no pueden permitirse el
lujo de un buen café.
Es desconcertante pensar que el mejor café colombiano que he probado no lo
encontré en mi propio país, sino en las Islas Canarias y en Londres, a un precio
asequible para cualquier persona. En Colombia, sin embargo, para disfrutar de un
café decente hay que hacer malabares con el presupuesto. Es una paradoja que en
el país productor de uno de los mejores cafés del mundo, los consumidores
locales tengan que conformarse con café de baja calidad.
¿Qué ha pasado con el orgullo de nuestra producción cafetera? ¿Por qué el café
de
alta calidad está reservado casi exclusivamente para la exportación? Es hora de
que los cafeteros y las cafeterías de Colombia reevalúen su oferta y comiencen a
servir el café que realmente representa la grandeza de nuestra tierra.
Es inaceptable que en la región cafetera se sirva el peor café del mundo.
Debemos |
|
exigir un cambio, no solo por nuestro derecho a disfrutar de un buen café, sino
también por el respeto que merecen nuestros caficultores, quienes trabajan
arduamente para producir uno de los productos más
emblemáticos de Colombia. Tomemos conciencia
de lo que estamos consumiendo y demandemos la calidad que merecemos. El café
colombiano es mucho más que un producto de exportación; es un símbolo de nuestra
identidad.
DE AQUÍ Y DE ALLÁ
Por: Otoniel Parra Arias
alfanoticias.opar@gmail.com
EL PAIS DE LA BELLEZA QUE PREGONAN LOS SORDOS ANTE EL ACCIONAR DE LAS
AMETRALLADORAS
¿Qué decir de la actitud del señor presidente Petro ante la aparición casi que
sucesiva de fenómenos violentos que parecerían dislocar sus más encendidos y
poéticos discursos respecto a una paz total, el país de la belleza y Colombia
como el paraíso ideal que estuvo oculto durante tantas décadas ante los ojos de
un mundo sumido en las tinieblas?
¿Será esa república ideal de Platón digna de ser recorrida en hermandad
extranjera por sus inmensos ríos, planicies y laderas ubérrimas sin que los
alelados e ilustres visitantes no caigan en las redes de los retenes
guerrilleros con el potencial peligro de perder sus vidas?
¿Será que la vicepresidenta, Márquez se atreverá a invitar a los augustos
ingleses, Meghan Merkel y el príncipe Harry, al parecer en uso de buen retiro a
un tour de ensueño por las cristalinas aguas del río San Juan en el Chocó?
¿Lo permitirían los guerrilleros siempre y cuando porten el respectivo carné
revolucionario pertinentemente tramitado ante la mesa de negociaciones o
correrán el riesgo de circular en chalupa voladora muy orondos fingiendo que hay
completa libertad y seguridad en estos territorios indómitos?
Preguntas sin respuesta como el porqué del silencio pétreo de visita en el
martirizado Chocó ante la muerte de niños y señoras en embarazo que no pudieron
recibir atención médica oportuna debido al paro armado orquestado por los
violentos. Preguntas desde el anonimato de un país encadenado a la misma
violencia de los últimos cincuenta años.
Perdidos en la inmensidad histórica de los falsos promeseros con agenda privada
muy suculenta para ellos, sus seres queridos y sus amigotes que se calientan en
las noches muy frías, avivando el fuego con los mamotretos de sus discursos
kilométricos y las teorías enciclopédicas de la izquierda y la derecha. Mientras
tanto el retumbar de las ametralladoras maldespierta cada día a los compatriotas
víctimas del fragor de esta vorágine.
|