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Pereira, Colombia - Edición: 13.316-896 Fecha: Martes 20-08-2024 |
COLUMNISTAS |
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Carne de diablo para la familia
Por: Jotamario Arbeláez
Me cuidé en mi
primera juventud de contraer matrimonio, como hizo la mayoría de mis
amigos anarquistas, agnósticos y misógamos, por la sola razón de que
las relaciones por ese tiempo eran más que efímeras, y la revancha
de las mujeres con los maridos abiertos era no dejarles volver a ver
a sus hijos, y menos si no sufragaban sus manutenciones.
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de pedir su mano di el brazo a
torcer, pero sólo el brazo. Ha toda una vida, ya pagamos la casa, nació el
varón, y aquí seguimos en idénticos arrumacos.
Suelen —cuando se separan las mujeres ardidas— conseguirse los suplentes más raros, los más antípodas del abominado titular, para que éste sienta más duro el mordisco. Esto le sucedió, según informa el periódico El Tiempo, al supuesto Juan Zuluaga, un albañil de Medellín, quien se allegó a una casa de Justicia y Paz con el siguiente cuento, posteriormente confirmado por la señora:
Se habían casado hace 16 y ella le había dado tres hijos, a la fecha de 5 y 12 años las niñas y 10 el niño. Separados hace dos años, ella venía teniendo relaciones con un adepto del infierno, y al quedarse sin trabajo de empleada doméstica, éste la recogió en un taxi, la condujo a la fuerza a una finca adonde después le llevó —también secuestrados— a dos de los niños, y allí, con otros jóvenes, celebraban ritos en honor del Maligno. Un día desenterraron un cadáver y en presencia de los niños rezaron torvas oraciones alrededor de ese cuerpo. Lo único grato era que los alimentaban con carnita cocida, que sabía a marrano. Un día uno de los jóvenes sacerdotisos de La
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Misión —que así se llama la
secta— les preguntó que cómo sentían el condumio y ellos le contestaron,
ingenuamente, que bueno. Pues ahora viene lo mejor, les dijo, les condujo a la
olla, alzó la tapa, y vieron horrorizados cómo extraía de ella por los pelos una
cabeza humeante. Ese día iban a culminar con el “plato fuerte”. De alguna forma
la señora logró llamar a su hermana, ésta avisó a la policía y aquesta
—siguiendo rastros telefónicos— rescató a la familia, capturó a los sectarios,
mas no al misterioso padrastro.
Que además de que se le
engullan a la mujer, ésta conduzca a la familia del pobre diablo a papear carne
humana en la caldera del colega, no tiene perdón de Dios, con perdón de las
feministas. Esto lo leí el día de la madre, y la madre que casi me vomito sobre
el periódico y sobre la epístola de San Pablo.
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