EDITORIAL
Todos contra
todos
Los ricos roban a los pobres y los pobres entre ellos. Cómica
situación en donde el acontecimiento de ser pobre coloca al
ciudadano al filo de la existencia en Colombia.
Constantemente se habla de cómo los ricos usurpan, explotan y se
aprovechan de aquellos con menos recursos. Pero, esto es la menor de
las preocupaciones, de cierto modo, ya que sus robos son tan limpios
que simplemente el colombiano promedio no logra saber dónde fue que
lo robaron.
Por otro lado se encuentra el robo entre personas de bajos recursos,
de hecho parece ser que el primer gran muro que es necesario dominar
el en camino de los pequeños empresarios, es impedir que otros se
aprovechen de su situación de crecimiento y terminan robando el
producto de su trabajo, en otras palabras, los más acaudalados no
tienen que preocuparse que los de menos recursos logren llegar a ser
grandes competencias, ya que entre los pequeños exponentes se
sabotean, esto siempre y cuando sea entre pequeños comerciantes, ya
que de no ser un comerciante con cierto ideal del capitalismo
salvaje, sera un amigo de lo ajeno, de trabajo fácil que estará
dispuesto a robar cada centavo de cualquier persona por el simple
hecho de que ellos deben de sobrevivir.
Es en este juego en donde el colombiano vive en un constante terror,
si consigo me roban, si juego limpio pierdo, y si llego al éxito los
impuestos me tragan vivo, entonces nace el colombiano que se acomoda
en una comodidad estable, una comodidad que como mínimo le permitirá
tener tranquilidad. Esto en uno o dos casos será normal, pero cuando
una gran mayoría adquiere este pensamiento crea un gran problema
para una sociedad que debe crecer económicamente, ya que aquellos
que quedan y obtienen el éxito talvez y solo tal vez han decidido
dejar de jugar con las consignas de una economia limpia, permitiendo
de esta manera jugar de manera amañada, dando luz verde a los males
que han acompañado a Colombia durante mucho tiempo.
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¿A
dónde van nuestros impuestos?
Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Esta práctica milenaria que han impuesto los
soberanos a sus súbditos y hoy en día el Estrado que va de la mano
de los políticos, nos comprime y nos hace vomitar nuestras viseras
para que el establecimiento sobreviva.
En el mundo primitivo siempre ha sido normal esta práctica
gubernamental. Y para todos es lógico que esto se haga sin ningún
cuestionamiento y sin un raciocinio sobre dónde irán esos dineros
que recibe el Estado.
Las sociedades han evolucionado genéticamente y lo que antes era una
práctica normal hoy es un hecho cuestionable, porque esos dineros
salen del esfuerzo de millones de seres que trabajan y pagan
impuestos y no reciben nada a cambio.
Nuestra sociedad se siente acorralada por la cascada de impuestos
que le vienen imponiendo en nuestros días los políticos al pueblo.
Esto hace que el crimen aumente y la corrupción se afinque en las
instituciones de Estado y esta simbiosis impida que las ciudades
crezcan saludables.
Los impuestos que recibe el Estado diariamente, son fortunas que
desaparecen sin que nadie se entere a dónde fue a parar esas
contribuciones. De ese erario sólo una mínima parte llega a los
sitios que realmente deberían recibir esos dineros.
La ignorancia del pueblo es la base para que crezcan estas
situaciones y nunca ellos reciban lo que les pertenece y por lo que
han pagado.
La salud pública es una de las infraestructuras donde deben ir esas
contribuciones, pero solo llega gota a gota unos dineros para que
sobrevivan y la gente gravite como si ellos fueran los culpables de
lo que está pasando. Si la salud falla, el sistema se desploma y eso
es lo que está pasando cuando se desvía lo recaudado.
La medicina privada es uno de los más grandes negocios porque ella
vive de millones de pacientes que pagan de sus bolsillos los costos
de la atención médica. A su vez nacen hacen simbiosis con las
aseguradoras para que todo funcione en beneficio de ellos y no de
los pacientes.
Es una obligación del establecimiento velar por la salud del pueblo,
porque ese pueblo es el que sostiene el establecimiento y mantiene
la economía en movimiento. El pueblo paga para que todos los
servicios básicos sean cubiertos con el pago de sus impuestos y no
para sostener una burocracia del Estado que le paga a miles de
empleados con sueldos como prestación por haber apoyado al candidato
en la campaña electoral.
Si la sociedad tuviera un mayor conocimiento de cómo funciona la
economía de un país y estuviera atenta del movimiento de esos
dineros, no pasaría tantas necesidades en el transcurso de su vida.
Porque los
políticos ya no serían
políticos corruptos sino servidores públicos
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que se acogen a las leyes que rigen una comunidad.
La gran mayoría de los países están como están, es
porque los ciudadanos creen por acto de fe lo que dice un individuo
en campaña y no porque realmente conocen la economía de su
territorio.
Estudia bien al candidato, que ha hecho y en que ha
triunfado, Ahí tienes la respuesta de lo que será el futuro.
ALGO LE PASA A CARTAGENA
Crónica #947
Por:
Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=VzxUssBWTYo
Cartagena ya no es la misma. Y no apelo a la memoria
de cuando Martínez Martelo la dirigía o cuando José Domingo Rojas
fue alcalde electo la primera vez en 1988.
Apelo a mis recuerdos de niño, de adolescente, de conferencista, de
escritor, de propietario de un pequeño segundo hogar, de bañista de
las playas, de remoto parrandero.
Son más de 60 años yendo y volviendo a Cartagena quizás para
recordar con más afecto que nunca las tertulias con Eduardo
Lemaitre, con Héctor Rojas Herazo, con Judith Porto. Quizás por
ello, y por muchas cosas que puedo haber vivido y gozado en sus
calles y en sus playas, entre medio de su gente o por haber leído y
seguir leyendo gran cantidad de textos sobre sus orígenes, su
formación, su singular grito de independencia, su mezcolanza de
razas y colores.
Por todo ello siento que a Cartagena le picó algún bicho que la
tiene oliendo maluco cada que llueve, que ya no recogen la basura
religiosamente cada madrugada en las playas, tampoco la de los
contendores hediondos que colocan cada 3 o 4 cuadras como monumentos
a los desperdicios que se van acumulando a su alrededor para
levantarlos solo cuando hieden.
Pero es que los balcones de las viejas casonas se están desbaratando
y cada vez hay más casas históricas abandonadas pero el alcalde
prefiere gastarse 12 mil millones tumbando un edificio que no le
dañaba el carácter de ciudad histórica en vez de intervenir, con esa
plata, 50 casas y 50 balcones para conservarle, ahí sí, ante la
Unesco el sabor de la ciudad que nos enseñaron a querer desde niños.
Lo grave empero es que en una ciudad que ha sido fogón de mestizajes
y epicentro nacional, está floreciendo la fobia contra los turistas,
quizás porque abundan los negros ricos de USA y las Antillas o
porque la huella económica y estética que ha asustado a los
dediparados riquitos moralistas de Castillo Grande la está dejando
el turismo masivo que antes iba a San Andrés y ahora se volcó todo
hacia Cartagena.
Algo molesta y se siente cada vez más.
El Porce, agosto 22 del 2024
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