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Pereira, Colombia - Edición: 13.325-905 Fecha: Jueves 05-09-2024 |
COLUMNISTA |
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Ataque al corazón o El lugar de los hechos
Por: Jotamario Arbeláez
Para Almendra Tello
Desde
que me matriculé en la poesía siendo un piernipeludo, como nos
llamaban a los que andábamos aún de pantalón corto, hasta años más
tarde cuando abandoné la idea del suicidio que me rondaba por leer a
ciertos filósofos disparatados, traté de seguirle el ritmo y el tono
y el estilo a unos aedos que encontré de casualidad en un libro
viejo lleno de princesas encastilladas en la última torre mirando
por la ventana ese punto móvil que debería ser su liberador a
caballo con sus gualdrapas, que terminaría semiarrodillado, con una
mano al pecho y la otra al cielo.
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esa caricatura coloreada de colorado, sin parar mientes en aurículas y ventrículos. Los amantes se llamaban corazón mío, dónde estás corazón, corazón de melón, de todo corazón te entrego mi ser, hazme tuya. Todo porque Aristóteles había salido con el cuento imposible de verificar de que el corazón era la residencia del alma.
Hasta que científicos especialistas
en neurociencia, de universidades norteamericanas y canadienses (el dossier es
extenso y no cabe en este responso), descubrieron que el amor nace en el
cerebro, que despacha la información al corazón activando una zona denominada
núcleo estriado, responsable tanto del deseo sexual como del amor, que se activa
con la adición a las drogas. Lo que implica que el amor corporal adquiera la
categoría de estupefaciente, gracias a los altos niveles de dopamina. Y hasta
allí llegó el corazón contento. Desde entonces se habla de cerebros enamorados y
de corazones partíos. La conclusión de algunos psicólogos es que las personas
acuden al enamoramiento para completar su ser. A un personaje sin amores le
falta algo, poquito o mucho, de sí depende. Hay entidades tan vacías que
necesitan ser complementados por harems. Y en el caso de los tímidos o
templados, basta con la bigamia. La poli puede conducir al hospital o la cárcel.
Para no hablar de la iglesia y el cementerio.
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Merlini, siendo ambos adolescentes recién desvirgados cada uno por su lado, me posó para que con mis teclas la recreara ojo por ojo y diente por diente en el libro que llamaría El cuerpo de ella, que el Distrito Especial me premiaría con 30 millones 40 años después de haber sido escrito.
Cuando luego del largo viaje interestelar de su navío tendido sobre el sofá toqué puerto, comencé a describirlo con un verso que cuando en el aeropuerto de Maiquetía se lo susurré al oído a esa suculenta abogada venezolana encargada de que no me fuera a pasar nada malo cuando fui a recibir el premio de poesía de la Fundación Rómulo Gallegos, exclamó en éxtasis que era el mejor verso que había oído en la vida, referido a ese sitio tan delicado, pues ella lo vivía día por día en situaciones más escabrosas: “Henos por fin en el lugar de los hechos”. Como era de izquierda letrada se emocionó más cuando le referí que otro de los versos descriptivos era “púrpura y arremolinada como Maiacovsky / allí también la anatomía se ha vuelto loca”, así como el ruso había dicho igual de sí mismo, porque él era “todo corazón”. Y que la radiografía proseguía como “surco bestial y creador de enervamiento”. Luego algo más pintoresco: “la estalactita canta durante la noche / restregada por mi pata de grillo”.
A la sensibilizada doctora se le brotaban
cada vez más los ojos. Y le continué con la zambullida: “Y más adentro
sensaciones / calor / óxido húmedo / rasguño / rozadura / pequeños aletazos”. Y
la inocultable, aunque un poco descomedida referencia odorífera: “Y olor de oro
de mar / en la nevera”. Sentí que le había llegado al sitio más sensible, pero
que podía ir más allá. No podía desaprovechar para confiarle al oído el final
del libro y tope del cuerpo, que comenzaba con una especie de acróstico:
“Complemento geni(t)al / Urano reducido al ojo erótico / Lujoso lulo para la
lujuria / Oscura inclinación”. Soltó una carcajada por todo el cuerpo. “Sigue,
sigue, -me dijo-, estoy atrapada”. Clavándole la mirada en la pradera que
describía, continué: “Territorio extensísimo / moneda / de a centavo de cobre /
paraíso / sumersión de gaviotas extraviadas”. “Me quemas, ¿qué más?” “En ella se
dilata y está vivo. / Violento y vivo y dúctil y agresivo”. No tengo necesidad
de referir que esa tarde el avión partió sólo con mi maleta.
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