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Pereira, Colombia - Edición: 13.335-915 Fecha: Domingo-22-2024 |
COLUMNISTAS |
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Retrato del nadaísta cachorro
Por: Jotamario Arbeláez
Tiempos aquellos
Andaba por mis 15
con un copete a lo Elvis que había logrado cultivar con Moroline de
día y Glostora de noche para mantener el brillo, y con fijador
Lechuga para preservar la forma. Mis primeras afeitadas fueron
coronadas con Old Spice, esa loción de la barquita que volvía locas
a las chicas en los bailes de cuota. Estudiaba en Santa Librada y,
cuando no cogía el Gris de San Fernando -antes de que me compraran
la bicicleta-, echaba pata a través de la zona de tolerancia donde a
las 6 de la mañana continuaba la farra en aquellos burdeles
inapagables.
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o se quedaran fuera de las horas reglamentarias.
A las 5, cuando salíamos,
caminábamos hasta el almacén Ley de la carrera 8ª, donde en la fuente de soda
del segundo piso hacíamos parte de la temible barra Tinto Frío. Mientras
requebrábamos a las vendedoras de los stands teníamos que espantar a los
sodomitas que nos hostigaban. ¡Pobre Naturaleza!, les decíamos increpándolos.
Pobre naturaleza no, pobres nosotros, respondían abochornados a ver si los
consolábamos. Si no levantábamos muchachota en el Ley bajábamos dos cuadras al
Jotagómez, donde las dependientas eran más asequibles. Bastaba con un helado de
caramelo bien conversado y se le picaba arrastre a la candidata al teatro
Colombia, en cuyas butacas de palco, mientras se veían películas mexicanas, se
practicaban todas las audacias que la oscuridad permitía.
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ellos chivos de la zona de tolerancia, expertos en la caída de la hoja y la tijereta, pasos indispensables de la guaracha impartidos por Clavillazo. A la salida había hospedajes de dos pesos, de habitaciones habilitadas con tablas de 2 x 1, donde se hacía lo que se podía, escuchando, como si se tratara de los hospitales de ultramar, la quejumbre desabrochada de todo el quilombo.
Los días suaves de la semana nos citábamos los de siempre en el parque de San Nicolás, al pie de la estatua, jugábamos un chico de billar donde Cuco y arrancábamos en nuestras bicicletas para el barrio Salomia, donde se decía que vivían las niñas más lindas de Cali, y allí nos metíamos en los bazares dispuestos a levantarnos a la reina o a la virreina. Como galanes de película las llevábamos en la barra hasta alguna manga cercana, donde les declarábamos todo el amor que se nos estaba escurriendo del cuerpo. No pocas veces fuimos sorprendidos en flagrancia por la linterna de algún policía. Ante su pertinaz amenaza de llevarnos a la permanencia por no sé cuántos días acusados de irrespeto a la moral pública e inscribir a la niña en el registro de prostitutas, accedíamos a que se retirara muy orondo montado en la bicicleta. Al que me birló la mía, recuerdo, lo arrolló la locomotora ‘La Mocha’, a la medianoche del mismo día, en la 25.
Por fortuna mi cicla quedó intacta, al pie de la vía, y, mostrando en la Inspección la factura de la compraventa, se la devolvieron a mi papá. Y a la semana siguiente, el suscrito pedaleaba con otra reina montada sobre la barra.
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