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Pereira, Colombia - Edición: 13.337-917 Fecha: Jueves 26-09-2024 |
COLUMNISTAS |
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Contratiempo
Por: Jotamario Arbeláez
El infierno y sus maravillas
Voy a visitar al amigo de los días que agoniza con parsimonia en un
cuarto alquilado que da a la calle. Vive solo. Mantiene la puerta
sin seguro para que en cualquier momento puedan entrar sin tocar, ya
que le es imposible levantarse. Además, no tiene nada que le puedan
robar. La casera le trae la comida una vez al día y le administra
sus medicinas. Hablamos un rato de lo de siempre, de lo que nos tocó
en suerte, de lo realizado y de lo imposible, de los sueños
cumplidos y de los que se quedaron en el tintero. Ambos quisimos ser
escritores. Pero tal vez nos faltó estar más despiertos. No soñar
tanto. Tiene clara consciencia de que está en las últimas pero lo
consuela sentir que en esas anduvo toda la vida.
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de Swedenborg, traducción de Jorge Luis Borges. Pienso que ya mi amigo no va a llegar hasta ese sitio y no va a echar de menos la ausencia del tomo. Lo meto bajo el brazo y salgo con él.
Una vez en
mi confortable habitación de soltero preparo mi cama para leer, me pongo la
piyama, enciendo el calentador y la lámpara, y al abrir el libro veo que frente
a la portadilla hay una calcomanía de aspecto macabro que reza: “Maldición
eterna a quien robe este libro”.
Sueño que con las primeras luces de la mañana me dirijo a la morada de mi amigo. Lo despierto para mostrarle el libro y decirle que ayer me lo llevé por error, que allí se lo traigo. Se lo queda mirando. “Ese libro no es mío”, me dice. “Nunca lo he visto. Y además, tú ayer no viniste. Y yo estaba en el hospital.” Despierto sobresaltado. El libro no está en mi pecho, ni sobre la cama, ni en ningún lugar de la habitación. No comprendo
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qué está pasando. Me lavo la cara para asegurarme de que estoy bien despierto.
Me dirijo a la habitación de mi amigo. Me dice que me estaba esperando, para comunicarme que se encuentra en el mundo de los espíritus, decidiendo si toma el camino del infierno o del cielo. “Cuídate de las maldiciones”, agrega. “Yo estoy pagando por una. Por un robo insignificante. Tenía la esperanza de que tú me libraras de ella. Heredándotela.”
Me acerco un poco más y lo veo cadáver. Le cierro los labios. Decido que sea la casera la que lo encuentre, no sea que me enrede en líos de policía o de policlínica.
Al salir,
y ver sobre la mesita el libro de Swedenborg, vacilo entre llevármelo o dejarlo,
puesto que ya el robo no opera. Es mi herencia. Como sigo impresionado con el
mensaje de mi amigo, prefiero dejarlo.
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