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Pereira, Colombia - Edición: 13.356-936 Fecha: Martes 29-10-2024 |
ESPECIAL |
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Beethoven y Mendelssohn en el León de Greiff |
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y profundo primer movimiento, Samouil logró un sutil dramatismo de la mano de un controlado y luminoso optimismo.
Durante el segundo, Larghetto en sol mayor, la interpretación
tomó el camino de la intimidad reflexiva para desembocar, en Atacca, en el
fogoso Rondo – Allegro, fogoso, brillante, casi triunfal; nuevamente con la
cadenza de Kreisler.
Para la segunda parte, la Sinfonía en re mayor, Reforma, op. 107 de Felix
Mendelssohn-Bartholdy de 1830, escrita para la celebración del tricentenario de
la Confesión de Augsburgo, que en sí contiene una declaración resuelta del
compositor, dado su origen judío; algo que, históricamente ha pesado sobre su
música a lo largo de prácticamente dos siglos.
Fue la mejor actuación de orquesta. Bernold se cuidó de subrayar con
inteligencia y suspicacia esos pasajes donde el tema del Amen de Dresde
recuerda, o mejor, resultan tan afines al Parsifal wagneriano, uno de los
compositores –no el único– más antisemitas de todos los tiempos. El director
francés logró ese clima de grandeza que tiene la partitura sin pasar por alto el
manejo casi de filigrana durante la parte final del tercer movimiento, Andante
en sol menor, donde delató su faceta de flautista de primer orden en la forma
como dirigió los episodios para el instrumento, que desembocan en el Andante con
moto – Allegro vivace – Allegro maestoso, que pese a su complejidad, o
justamente por eso, fue la mejor manera de cerrar una tarde que, con sus
bemoles, fue una gran experiencia. Porque para la gran experiencia musical se
necesita algo más que música: comunión entre el compositor y el auditorio
mediante el intérprete. |
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Una
tarde para entender que la experiencia musical puede ir más allá de
la música.
El punto de inflexión estuvo en el lugar y en el público.
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Atravesar los jardines de la Nacional con su preciosa arquitectura -la del auditorio la mejor- predispone el espíritu para oír a Beethoven y Mendelssohn.
Lo dicho, el programa fue clásico a ultranza. La tarde se inició con la Obertura
en mi mayor op. 73 para Fidelio, única ópera de Beethoven, de 1805. De las
oberturas que compuso para la ópera, esta, cuarta y definitiva, es de gran
aliento sinfónico. Fue recorrida con decisión por la orquesta, dirigida el
sábado por el francés Philippe Bernold, que no sucumbió a la tentación de
utilizar toda la artillería filarmónica, sino mejor una orquesta reducida, más
numerosa que esa que seguramente acompañó el estreno vienés. El resultado, sin
duda, equilibrado y a favor de la orquesta, que lo hizo bien; no memorable, pero
bien. |
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